Por: José Luis Jacobo. Se llevó adelante una audiencia pública en el Concejo Deliberante donde los vecinos de la zona roja expusieron al respecto de los padeceres que deben afrontar diariamente por convivir con el ejercicio de la prostitución en su barrio, tanto por parte de mujeres como de travestis. Tal como aseveró en su momento Juan Domingo Perón, «para que no avance una investigación, hay que crear una comisión».
El aserto se aplica de forma plena en esta situación, que los vecinos van a tener que seguir soportando. En cierta ocasión, mientras estaba vigente un reemplazo transitorio que puso momentáneamente a Rodolfo Moure al frente de la fiscalía de drogas, éste apuntó en la FM 99.9: «más que zona roja, debería llamarse zona blanca». Se refería por supuesto al tráfico de estupefacientes al menudeo, que es una constante que deben soportar los vecinos.
De los 86 vecinos que se anotaron para hablar en la audiencia, finalmente pudieron hacerlo 70. Lo que dijeron, es harto conocido. En cuanto a este medio se refiere, y en la FM 99.9, es habitual que estos mismos actores se expresen cada vez que se da en estos barrios algún incidente que se sale de lo cotidiano, de lo que, para la ley, son hechos menores, que ya se han vuelto pan amargo de cada día.
Las palabras de la ex legisladora provincial Alejandra Martínez permiten vislumbrar cómo piensa el poder. Así como hay que formar comisiones para que nada cambie, hay mesas interinstitucionales para abordar situaciones que son punibles por la ley, y que son llevada al escenario de unos supuestos derechos ampliados que nunca serán incorporados al marco legal institucional. En este caso, la Mesa Interinstitucional de Lucha contra la Trata de Mar del Plata… tremendo título. Mucho «gre, gre» para decir «Gregorio».
En su extenso documento, este agrupamiento de voluntades contrarias al derecho dice: «La violencia, los abusos de poder, las multas y/o el encarcelamiento son una opción, pero que desatiende el conflicto de fondo: la realidad de esas mujeres y esas travestis, distintas entre sí, pero que se encuentran bajo un mismo sometimiento sexual por parte de varones, empujadas a la prostitución, en la mayoría de las veces, como único sustento de vida, o porque tienen un novio que es su proxeneta, y tantas otras realidades que se encuentran en las esquinas».
Debo señalar que decirle «novio» a un proxeneta es romantizar un hecho tremendo. Es suponer que alguien que vende su cuerpo, tiene un amor que le protege. Es, quizás, de las expresiones más triviales e indignas que se han escuchado en torno a este tema.
Hay un factor constante en estos grupos: no ven lo que ocurre. Distorsionan con el verbo sin uso del inclusivo todo lo que ocurre. Hay responsabilidades penales en estas conductas, que pretenden ignorar.
Si se busca un cambio real, deben proponerse políticas claras que impliquen un cambio de paradigma para estas personas. Sin embargo, nadie las propone porque, tanto unos como otros, en este escenario, lo que quieren en realidad, es sacarse el problema de encima. Pero hay aspectos de la condición humana que son milenarios, y no hay sociedad que los pueda contener.
Lo que piden los vecinos de los barrios afectados es que se reconozcan sus derechos, y no tener que criar a sus hijos entre profilácticos tirados en veredas y plazas, y sin venta y consumo de drogas frente a sus hogares. No piden un tratado sobre los derechos humanos de las minorías desvalidas, piden que la ley vigente sea de rigor en su aplicación.
Todo lo demás, es demasiado «gre, gre» para decir «Gregorio».
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