Ha comenzado un año electoral, pero con un escenario tan singular que las propias fuerzas políticas son incapaces de descifrar el rumbo que puede tomar el panorama social, y en consecuencia deberán improvisar muchos de los aspectos de la próxima campaña.
Como nunca antes ocurrió, ni siquiera se tiene la precisión del cronograma de votaciones, y cada paso que se proyecta está condicionado y sujeto a la evolución de los índices epidemiológicos, un impensado rival que destruyó toda certeza a corto, mediano y largo plazo.
Argentina se encamina a vivir por primera vez una elección en tiempos de pandemia. Las elecciones legislativas de este año tendrán lugar el domingo 24 de octubre, y Catamarca anticipó que no habrá desdoblamiento de fechas para la provincia. Sin embargo, no se resolvió aun si van a llevarse a cabo las primarias.
La realización de las elecciones abiertas, simultáneas y obligatorias implementadas para definir los candidatos de cada espacio político, en caso de concretarse, se realizarían el 8 de agosto. Todo indica que se suspenderán, pero la decisión final no está tomada.
El Gobierno nacional, en acuerdo con la mayoría de los gobernadores, propuso cancelarlas, y actualmente ingresó al Congreso un proyecto de ley para reglamentar la suspensión provisional de las PASO –no se eliminarían para siempre, sino sólo este año-, que dependerá de cómo evolucione la pandemia de coronavirus.
Batalla silenciosa
La clase política se debate, en su mayoría, interna y silenciosamente sobre cómo se resolverá este dilema. Mientras se cuentan cadáveres por miles en el país, nadie puede salir abiertamente a presentar proyectos personales, y hasta la discusión partidaria resulta incómoda ante una sociedad apremiada por otros dramas y urgencias.
Pero la batalla no se detiene. Y entonces, como en una reedición de la Guerra Fría, se busca extrapolar diferencias ajenas a la cuestión política para transformar cualquier tema en un trofeo de campaña.
La cuarentena, las restricciones, las vacunas, todos son elementos deformados en peleas políticas, a veces sostenidas hasta la sinrazón, y en perjuicio de una malograda unión de fuerzas por una causa superior, que tanto bien le haría a la comunidad. No será posible.
Es una elección intermedia, naturalmente, y por ello mismo no tan decisiva a los ojos del electorado. Los resultados no son necesariamente influyentes para la auténtica conducción de país, provincias y municipios, como lo enseña la historia reciente: el kirchnerismo cayó estrepitosamente en las legislativas de 2009, pero consiguió una victoria aplastante en 2011; Mauricio Macri arrasó en las legislativas de 2017, y fue sepultado políticamente en 2019.
Una intermedia no es determinante, pero puede llegar a condicionar bastante.
Catamarca y el Congreso
A nivel nacional, en el Congreso se renovarán 127 de las 257 bancas de la Cámara de Diputados y 24 de las 72 bancas en la Cámara de Senadores.
En Catamarca será una elección de gran peso, ya que sólo dos de los ocho legisladores nacionales no deben exponer sus espacios: la exgobernadora peronista Lucía Corpacci y el dirigente del ARI Rubén Manzi, ambos electos diputados nacionales el año pasado, que tienen la continuidad asegurada.
Lucía, luego de dos mandatos como gobernadora, tenía allanado el camino a una segunda reelección en el Ejecutivo, pero optó por ser coherente con su rechazo a las reelecciones indefinidas y se postuló para el Congreso. Su figura y los niveles de adhesión que despertaba, fueron claves para asegurar el amplio triunfo del Frente de Todos a nivel provincial.
Manzi apostó allá por 2018 a competir como candidato a gobernador en 2019, a sabiendas de que tendría en la batalla interna su mayor escollo. Finalmente fue resignando posiciones hasta quedar como candidato a diputado. Eso lo convertiría en uno de los pocos ganadores de la alianza macrista en la provincia: si bien con los resultados de las PASO 2019 quedaba afuera de todo, en la general conquistó la banca por la minoría.
Oficialismo y oposición deben definir entonces seis candidatos para llegar al Congreso de la Nación, cargos que se encuentran entre los más anhelados y soñados por la clase política.
La compulsa por acceder a esas postulaciones será feroz, en el oficialismo porque hay una multitud de aspirantes, y en la oposición porque quienes deberían alejarse son nada menos que dos exgobernadores. En otras circunstancias les hubiera alcanzado un pequeño gesto para ratificar su búsqueda de otro periodo, pero hoy el escenario es distinto. Luego de tres derrotas consecutivas en las urnas (2011, 2015 y 2019), urge en la oposición una renovación auténtica de figuras, si es que existe la ilusión de cambiar el rumbo político en 2023.
Lo cierto es que fuera de Corpacci y Manzi, todas las demás bancas estarán en juego nuevamente: tres de las cinco en Diputados y las tres del Senado.
En la cámara Baja culminan sus mandatos Silvana Ginocchio, Eduardo Brizuela del Moral y Dante López Rodríguez, quien suplantó a Gustavo Saadi cuando asumió como intendente capitalino.
En la cámara Alta, se cierran las gestiones de Oscar Castillo, Dalmacio Mera e Inés Blas.
Eso significa que quien más arriesga es el oficialismo provincial, que dejará a consideración del electorado cuatro bancas, contra dos de la oposición. Unos y otros comparten el objetivo de ganar más espacios, y al parecer sólo resta ver quién lo consigue, ya que el surgimiento de una tercera fuerza resulta de momento utópico.
En la Provincia
En la Legislatura provincial, el oficialismo goza de una comodidad pocas veces vista, y nada hace presumir que pueda generarse una ruptura suficiente como para alterar esa paz. Entre otras razones porque no le conviene a nadie. Las pulseadas internas del peronismo, que las hay, posiblemente se guarden y desempolven recién rumbo al 2023. Hoy se quiere consolidar un liderazgo más allá de nombres y sectores, y así será si prima la inteligencia de un justicialismo al que no le sirve dividirse.
La oposición, en cambio, tiene un desafío mucho mayor, equivalente a reconstruirse hueso por hueso, bajo riesgo de profundizar una decadencia dramática. Las décadas de la maquinaria perfecta para ganar elecciones han quedado nostálgicamente atrás, y nadie fue capaz de dar en la tecla para torcer ese rumbo. Por el contrario, las últimas decisiones -como aliarse a Macri- terminaron de triturar lo poco que quedaba en pie.
El radicalismo, columna vertebral histórica de la oposición, enfrenta un proceso de reordenamiento interno con más interrogantes que esperanzas, sin lograr desprenderse de figuras emparentadas con los momentos de gloria, pero que hoy se transformaron en anclas inamovibles que impiden avanzar.
Los objetivos están claros: mantenerse y fortalecerse para unos, renacer para otros. Cómo hacerlo es la cuestión a resolver. Sin caravanas ni recorridas barriales, sin actos masivos, deberá inventarse un nuevo modo de hacer campaña: deberá acertarse con discursos que interpreten los intereses y las preocupaciones de la ciudadanía.
Los aparatos clásicos de campaña difícilmente se puedan utilizar. Redes sociales y plataformas ganarán protagonismo, pero siempre al límite de saturar al público y luchando contra un océano de fake news y desinterés general. La eventual ausencia de PASO limitará también la movilización previa de dirigentes y militantes que salían a las calles con la expectativa de ser candidatos. La elección se desarrollará en un escenario nuevo y desconocido, el cual ni siquiera se puede adivinar.
Cómo incidirá el virus es una incógnita. Pero el país y la provincia se encaminan hacia una inédita campaña en pandemia, por lo que metafóricamente puede asegurarse que el virus también votará: quien mejor entienda y maneje esta situación excepcional, será quien termine por llevar agua para su molino.
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