Las derechas liberales llevan años fustigando el populismo de izquierda en varios países de América latina, pero dejaron pasar el peor, el propio de ultraderecha. Parece el último empuje para ingresar en esa zona ya real que es el sistema posdemocrático.
Por Eduardo Febbro
Página/12 En Estados Unidos
Desde Miami y Ciudad de México
La noche oscura del alma envolvió a la primera democracia occidental. El avión despega desde Miami hacia la principal víctima de Donald Trump: México. La recepción es implacable: el diario Reforma titula: “A temblar”. Las derechas liberales llevan años fustigando el populismo de izquierda en varios países de América latina: dejaron pasar el peor, el propio, el populismo Halloween, la retórica xenófoba y desvergonzada que nació en Francia en los años 80 con la irrupción del fundador del ultraderechista Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, y ahora llegó al poder en contra de todos los pronósticos de los sondólogos urbanos. Marine Le Pen, la hija de Jean-Marie Le Pen y actual líder del Frente Nacional, fue la primera en felicitarlo. Hillary Clinton perdió seis millones de votos en relación con la reelección de Barack Obama en 2012 mientras que el nuevo presidente salió electo con menos votos (59,3 millones) que los conseguidos por John McCain en 2008 (59 9) y Mitt Romney en 2012 (60,9). Las minorías hispanas u otras no erigieron el muro anti Trump. El editorialista del diario británico The Guardian, Jonathan Freedland, había predicho que si Donald Trump ganaba la presidencia “empezaría una nueva edad de las tinieblas”. Y comenzó en el país de los sueños que el avión sobrevuela con destino a Ciudad de México. Las playas turquesas desfilan como una caja de bombones coloridos. El lepenismo en Francia, las ultraderechas en los países del Este de Europa, el empuje de los mismos ultras en Alemania, el Brexit en Gran Bretaña, y ahora Donald Trump en Estados Unidos. Parece el último empuje para ingresar en esa zona teórica y ya real que es el sistema post-democrático tantas veces profetizado por los ensayistas más lúcidos de Occidente.
En Miami, la modernidad conceptual no es moneda corriente. Aquí priman el dinero, la ostentación, la fiesta y la belleza. Los cubanos norteamericanos siguen estando formateados por ideas de otro siglo y celebraran la victoria de Trump como un premio inesperado que derrotó al “socialismo” de Obama. Donald Trump había prometido en Miami ser duro con el gobierno de Cuba y se comprometió a anular las disposiciones adoptadas por Barack Obama que condujeron al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países. Miguel Saavedra, líder del grupo anticastrista Vigilia Mambisa, tenía los festejos preparados desde hacía mucho. El hombre se hizo famoso cuando alquiló una aplanadora y, en pleno Miami, circuló con ella sobre los discos de Juanes porque el cantante había actuado en Cuba. Saavedra y otros líderes del exilio cubano llenaron el famoso restaurante Versalles de Miami para celebrar con champagne el triunfo del candidato más obsceno de la historia democrática contemporánea. Para ellos, Trump es un “salvador”, el hombre destinado “a sacar a Estados Unidos del abismo al que lo condujeron politiqueros como Obama”. Las figuras del exilio venezolano también festejaron lo suyo en el Arepazo 2, lugar en el que se encuentran a menudo. Donald Trump se puso en el bolsillo a los dos exilios cuando vino a Miami y les dijo que sería un actor “contra la opresión de los regímenes de Castro y Maduro”. Entre esos dos exilios y las medidas tomadas por Obama a favor de la reanudación de las relaciones con La Habana parecía estar la clave de la victoria de Trump en Florida. En un editorial publicado por el Nuevo Herald, el ensayista y periodista Andrés Oppenheimer le recuerda a Trump el hecho de que “Usted también recibió un poco de ayuda no intencional del presidente Obama, cuyos más recientes ramos de olivo a Cuba poco antes de las elecciones irritaron a muchos cubanoamericanos, y lo ayudaron a usted a ganar el crucial estado de Florida”. Según Oppenheimer, esos ramitos empujaron “a muchos exiliados cubanoamericanos de la vieja guardia a votar por usted”.
Los norteamericanos se preguntan cómo será su futuro democrático después de una campaña electoral hedionda que dejó innúmeras heridas. Le temen más que nunca al automuro y a la idea desarrollada por Thomas Friedman, Moisés Naïm y Francis Fukuyama, la “vetocracia”, esa capacidad que tienen los sistemas políticos (incluso en las Naciones Unidas) para bloquear las decisiones. Hoy, la oligarquía intelectual de los medios estadounidenses se entregó a un intenso mea culpa: se equivocaron todos, nadie miró hacia el país real que eligió a Trump. Margaret Sullivan, del Washington Post, admite que, para los medios, esto “fue un enorme fracaso. Muchos votantes estadounidenses anhelaban algo distinto, y, a pesar de que esos mismos electores aullaron y gritaron, la gran mayoría de los periodistas no los escuchó”. Jim Rutenberg, del New York Times, reconoce también que “la prensa no fue capaz de captar la rabia efervescente de una buena parte de los votantes que se sentían los marginados de una recuperación económica que sólo fue en beneficio de algunos, que también se sentían traicionados por acuerdos comerciales a los que valoran como una amenaza para sus puestos de trabajo y menospreciada por las élites de Washington, de Wall Street y de los mismos medios”.
“Cuando México envía a su gente, no está enviando lo mejor. Están enviando gente que tiene muchos problemas y están trayendo esos problemas aquí. Traen drogas. Traen delincuencia. Son violadores.” Una de las frases más duras que Donald Trump pronunció durante su campaña electoral tenía a México como blanco. De este lado de la frontera, el ascenso de Trump a la presidencia es una pesadilla. Oficialmente, México y Washington hicieron ayer las paces luego del oprobioso episodio del pasado mes de agosto cuando, en una visita de algunas horas a México, Trump ahondó las ofensas contra este país, usó el gesto mexicano para su propia campaña, exigió que México pagara la construcción del muro y desató una fuerte crisis gubernamental. Ayer, ya con la victoria adquirida, el presidente mexicano Peña Nieto llamó por teléfono a Trump y ambos responsables pactaron una reunión antes de que Trump asuma la presidencia para abrir un “nuevo capítulo de confianza y respeto mutuo”. El jefe del Estado mexicano dijo que con Donald Trump había “un reto”, pero también una “oportunidad”.
Esa es la cara pública. En el fondo, con todo, subyacen las ofensivas patrañas retóricas de Donald Trump. El hoy electo presidente norteamericano calificó a los mexicanos de criminales, planteó el cierre de la frontera con un muro que debían pagar los mexicanos, amenazó con deportar masivamente a los mexicanos, con poner fin al Tratado de Libre Comercio y limitar las remesas (18.000 millones de dólares en lo que va del año). El poderoso vecino se dotó de un incordioso presidente, xenófobo, vulgar, patotero y sobrador. México es una nación ofendida, un murmullo prolongado de agravios y temores. El poder norteamericano es inmenso. Washington es el primer inversor, con unos 153.000 millones entre 1999 y 2012 y unos seis millones de personas que dependen de los intercambios comerciales con Estados Unidos. México tiembla y se prepara ante cualquier barbaridad. Varios consulados mexicanos en Estados Unidos ya lanzaron una campaña para que sus ciudadanos se acerquen en caso de urgencia. Ganó la peor versión. “Trump es un huracán devastador, sobre todo si cumple lo que ha prometido en campaña”, dijo Agustín Carstens, el gobernador del Banco de México. Aún no ha comenzado a soplar el huracán sobre las otras democracias del planeta. Su primera escala ha sido México, pero el populismo de la calabaza nos reserva todavía muchas noches sonámbulas.
efebbro@pagina12.com.ar
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