Por Julio Blanck
Se define hoy quién será el próximo jefe de Gobierno en la Ciudad y empieza desde ahora la verdadera campaña. La tajada más grande del poder se pone en juego en la elección presidencial. Y las PASO de agosto van a dejar trazado a fuego ese escenario decisivo de octubre.
Lo que viene desde mañana es, antes que nada, una avalancha bíblica de propaganda en radio y televisión. El aire va a estar inundado de candidatos vendiendo hasta el empalago sus presuntas bondades, sus promesas gaseosas. Sucederá a toda hora y por todas partes, de aquí al cierre de campaña para las PASO. Esa descarga fabulosa terminará de crear el clima electoral que hoy apenas asoma, esporádico, entre cierta apatía social y la atención puesta en temas más urgentes o cercanos.
La parafernalia propagandística de las próximas tres semanas tiene un número: será equivalente a 13.500 millones de pesos en pauta publicitaria para televisión y radio. Alrededor de seis veces el presupuesto que este año se gastará en Fútbol para Todos. Nadie pagará ese dinero, porque es publicidad que se emitirá en los espacios gratuitos contemplados por la ley electoral.
Ese tiempo se distribuye entre los distintos partidos y alianzas. Las proporciones del reparto estarán determinadas por los votos que cada fuerza sacó en la última elección nacional.
El Frente para la Victoria se llevará cerca de la mitad de esa cifra astronómica. Se lo ganó en las urnas pasadas. Para Cambiemos, la amalgama del PRO, la UCR y la Coalición Cívica, el tiempo adjudicado equivale a unos 3.600 millones de pesos. En las oficinas de Mauricio Macri patalean discretamente: esos espacios se deben repartir por igual entre las tres fuerzas, aunque ellos sean políticamente los socios mayoritarios del emprendimiento.
El larguísimo recorrido electoral, iniciado el domingo 12 de abril con las elecciones primarias en Salta, ingresa ahora en su tramo medular. Nada será igual a lo que ya vimos. Ni en dimensión ni en intensidad. Es de esperar que tampoco sea igual el nivel de debate, opaco y achatado, que se ha visto hasta aquí.
De hecho, en la campaña porteña el fragor nunca escaló más allá de lo que la corrección política y los buenos modales permiten, tratando de no incomodar demasiado a un electorado que presume de ser tan distinto pero termina siendo más o menos como todos.
Si la política conserva algo de lógica, el previsible triunfo de Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad debería ser a partir de hoy la catapulta política que impulse a Macri a disputar voto a voto la próxima presidencia. Pero nada debe darse por seguro antes de que suceda.
El problema central que hoy enfrenta Macri es cómo reenfocar su discurso y su campaña a la luz de una realidad nueva que se instaló sin demasiado preaviso. Se la ha definido con afán simplificador como “miedo al cambio”.
Se trataría de la expresión de algún modo conservadora de un amplio sector social, que no quiere una continuidad absoluta de las políticas y los modos de estos años kirchneristas; pero mucho menos desea un horizonte de incertidumbre sobre lo que ha logrado o lo que le han dado, que al final funciona como una misma cosa.
Lo que parece crecer, y así se registra en los estudios de opinión pública del macrismo, es la idea de un cambio moderado con bastante de continuidad.
Hay un pequeño detalle a considerar y es que eso es lo que representaría Daniel Scioli para un sector social amplio. Allí, sin pretender demasiados matices, se percibe a Scioli como lo que es: alguien distinto a Cristina y al kirchnerismo puro.
En la mesa chica donde se decide la estrategia de Macri sopesan otro dato propio, muy sugestivo: el núcleo más duro antikirchnerista se habría reducido a un 15% del electorado. Es un retroceso de 5 a 10 puntos respecto de mediciones anteriores. Significa que hay más gente por cuyo voto tendrán que pelear fieramente.
El tsunami espontáneo de voto opositor, con que el PRO y sus socios se ilusionaban, por ahora no se produjo. Hubo y hay fuertes corrientes favorables a la propuesta de cambio, como se demostró en las elecciones provinciales ya dirimidas. Pero el escenario nacional permanece indefinido.
Cómo enfrentar este nuevo desafío fue el tema de discusión más intenso y secreto del comando macrista. Así alumbró una nueva línea argumental que muy pronto subirá a escena.
Los jefes macristas dicen que hasta aquí insumieron su mayor energía en confrontar con Sergio Massa, para provocar la polarización con Scioli. Y sostienen que logrado ese objetivo, lo que viene es un endurecimiento en el discurso de Macri. Anuncian definiciones más fuertes. Y no todas de confrontación absoluta con el kirchnerismo. Habrá compromisos claros de mantener el sistema de subsidios y ayudas sociales, empezando por la Asignación Universal por Hijo. O se prometerá la continuidad de Aerolíneas Argentinas en manos del Estado, aunque buscando hacerla más eficiente y menos costosa.
En paralelo, el PRO va a incrementar el masivo contacto con los votantes a través de redes sociales. Tienen para esa tarea el equipo más entrenado y sofisticado, con capacidad para llegar a 5 ó 6 millones de personas a través de Facebook o de correos electrónicos, identificando y atendiendo a públicos segmentados según sus intereses y preferencias.
¿Alcanzará para pelearle mano a mano a Scioli? Es la gran pregunta. Y aunque están en ese camino, no tienen todavía una respuesta certera.
Por cierto, Macri y Scioli coinciden en muchas más cosas de las que se conocen en la superficie, pensando en el país que viene. Y también coinciden en la proyección de la disputa electoral que los enfrenta cara a cara. Los dos creen que el que gane ganará por muy poco.
A Scioli las cosas parecen irle mejor de lo que le van. Es mérito suyo en particular y del kirchnerismo en general. Macri lucha contra la idea de que Scioli ya ganó. Es una corriente de temor, infundada si se miran las encuestas, que atraviesa a muchos de quienes van a votarlo, y también a los que financian su campaña. Doble riesgo, y no se sabe cuál es el mayor a esta altura.
¿Qué está consiguiendo Scioli? Una paulatina mutación cultural del kirchnerismo duro, que antes lo aborrecía, después pasó a resistirlo, lo aceptó de mala gana cuando Cristina se los impuso como candidato para evitarse ella misma una derrota en las PASO, y ahora terminan casi alabándolo y asimilándose a los gestos que decían deplorar.
Se habla, en este caso, de los niveles dirigenciales del kirchnerismo duro. Gente que con tal de seguir prendida ahora canta con el Dúo Pimpinela y se pone hasta el calzoncillo naranja. Hay pocos tipos respetuosos de su integridad como el director de la Biblioteca Nacional y referente original de Carta Abierta, Horacio González, capaz de anunciar su paso al costado porque no encuentra modo de digerir a Scioli.
La imposición de Carlos Zannini como candidato a vice parece no haberle hecho perder ni un voto a Scioli. Pero quienes estudian la opinión pública aventuran que podría bloquearle el acceso al votante independiente que será, como siempre, el que defina la elección.
Algo parecido sucedería en la Provincia, donde Aníbal Fernández asoma como el candidato a gobernador más potente en la interna, pero a la vez el más vulnerable en la general porque podría causarle fuga de votos a Scioli. Lo dice la gente de Scioli.
La batalla campal en esa interna espanta al candidato. Aníbal y los intendentes que apoyan a Julián Domínguez se están masacrando. La Provincia es el único lugar del que Scioli podría extraer una ventaja suficiente para compensar y desequilibrar las fortalezas de Macri en otros grandes distritos del país. Por ahora Aníbal sigue adelante en las encuestas, aunque Julián viene recortando la ventaja semana a semana.
¿La división del voto oficialista en la Provincia puede dejar a la macrista María Eugenia Vidal como la candidata más votada en las PASO para gobernador?
¿Cuánto voto peronista podrá capturar la robusta boleta del Frente Renovador, con Massa como candidato a presidente, Felipe Solá a gobernador y Facundo Moyano a diputado?
Son más y más preguntas que siguen esperando respuesta.
A Macri se le desacomodaron las coordenadas de continuidad y cambio. A Scioli lo que le sobra es nada. La verdadera campaña recién está por empezar.
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