“A veces me quedo mirando a alguna chica en la calle, porque la veo parecida a mi hija Silvina. Me doy vuelta para mirarla... A veces, cuando eso pasa, le explico a la chica: ‘Es que sos parecida a mi hija’, le digo.
Sonia Torres es la presidenta de Abuelas de Plazo de Mayo en Córdoba, y casi la última que queda viva por estos lares. Busca a su nieto, y desea desesperadamente que alguno de los acusados por el secuestro, tortura y asesinato de su hija rompa el pacto de silencio y dé un dato sobre el niño o niña (hoy un joven de 36 años) y el destino final de Silvina.
“Todos saben, todos los que están acá (y señala la Sala de Audiencias donde se desarrolla el juicio) saben qué hicieron con mi hija y con mi nieto. Las monjas del Buen Pastor también saben de mi nieto, si ellas lo entregaron. Hay mucha gente que sabe”, afirma, voz cansada pero segura, ojos gastados, figura frágil e increíblemente jovial en sus 83 años.
Querellante y futura testigo de la causa, Sonia se guarda la estrategia que, como madre y como dirigente de derechos humanos, piensa desplegar en su momento para intentar alcanzar la verdad. Por eso no dice qué hará cuando tenga frente a frente a quienes le arrebataron a la hija, a su nieto, y a un pedazo de ella misma.
“El otro día alguien me dijo que nunca me había visto reír. Yo le respondí que hace 36 años que no me río”, comenta, y vuelve a ingresar a la sala de audiencias, donde hoy su hija, lo sabe, está más viva que nunca.
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