El tigrense asume en Economía en medio de una tormenta: sus conversaciones diarias con la vice y el acercamiento con el presidente. La operación para que Manzur siga en el gabinete y los aprendizajes: sus errores pasados, la convivencia con Alberto y el riesgo del pulgar abajo de Cristina.
Por Pablo Ibáñez
Sergio Massa se vio, o habló por teléfono, cada día de los últimos 25 días con Cristina Kirchner. Reinventó, en simultáneo, su nuevo viejo vínculo con Alberto Fernández. Logró, en ese doble trámite, una magia pagana: seducir a dos figuras que a pesar de un sinnúmero de diferencias, coincidían en recelar, por varias razones y no exactamente las mismas, su desembarco como superministro.
En esa paritaria doble, Massa demostró su primer superpoder: convencer a los Fernández, Alberto y Cristina, que era una solución, quizá la única ante el abismo, eso que un peronista entrenado en bonanzas y sinsabores describió como la última bala sin dimensionar el carácter fatal de la metáfora. Con esa voluntad, para algunos irracional de entrar al gobierno, Massa hizo dos trucos enlazados: bloqueó el ingreso de Jorge Capitanich, el plan “C” –por “Coqui”– que empujó la vice, y allanó la continuidad de Juan Manzur como jefe de Gabinete.
En estas 48 horas, resolverá su equipo. En las 48 restantes pasará los últimos filtros de las medidas que prevé anunciar el miércoles. Se mueve, a priori, con un margen de tiempo: plantea que demandará cien días que su plan de emergencia comience a dar resultados sólidos, no solo en lo referido a robustecer las reservas con dólares -que deberían llegar del agro- sino con fijar, Martín Guzmán dixit, un sendero de estabilización y baja de la inflación, el factor que será determinante para revertir el mal clima social y la incertidumbre, repite.
Día D
Si el jueves fue el día D del desembarco, el miércoles fue la mesa de arena que eligió las playas de Normandía. Ese día, ocurrió casi todo. Capitanich montó un CFI con gobernadores para sumar voces provinciales a las de Cristina para forzar su ingreso pero, secretamente, Manzur armó un almuerzo con Fernández que tenía el objetivo inverso: pedir a Massa en Economía y ratificarse en su cargo de jefe de gabinete.
Capitanich olfateó tarde la maniobra. Se fue molesto del CFI a ver a la vice y al rato salió del Senado casi sin resto para pulsear. Tuvo una última charla, a solas, con Fernández luego del brunch con gobernadores en el Salón Eva Perón donde le contó su plan anticrisis. Pura gestualidad, el Presidente lo atendió 40 minutos en el despacho presidencial, pero a esa hora todo estaba resuelto.
Al rato, Manzur celebró –casi como si lo hubiese filtrado él– un último momento de Clarín que anunciaba que Massa iría a Economía pero, en un título con dos sujetos, avisaba que el jefe de Gabinete seguiría como jefe de Gabinete. Win-win para el ensamble Massa-Manzur, el pacto MM que puede ser determinante en la gestión diario pero, además, resultar clave en una hipotética, hoy algo fantasiosa, construcción para el 2023.
El ex gobernador de Tucumán, quizá futuro vicegobernador de Tucumán, que expresa a un colectivo de gobernadores, aceita la relación de Massa con actores con los que tuvo ruido en el pasado cercano y no tan cercano. La convocatoria de Massa para que Jorge Neme, número dos de Manzur, se integre al staff de secretarios de su superministerio debe leerse como la coronación pública de ese pacto secreto.
Moderaciones
“El ingreso de Sergio refleja una debilidad estructural del frente, refleja el fracaso de Alberto y de Cristina”, apunta un dirigente del conurbano, con poder territorial, y terminales en la superestructura del FdT. Se puede traducir así: Massa llega para ser lo que Alberto no pudo ser: un peronista no K que contenga a los K. Al mismo tiempo, Massa logra lo que Cristina no pudo lograr: que Alberto le delegue parte del poder.
Todo, claro, en potencial. Ocurrió lo formal, el anuncio y el protocolo, pero Massa deberá demostrar en funciones su verdadero superpoder: convivir con Fernández, algo así como un primer ministro, y lograr que Cristina valide, al menos con su silencio, sus designaciones y sus medidas.
Según una mirada histórica, la llegada de Massa supone el triunfo de la moderación. Algo de eso repiten en Casa Rosada a la vez que le otorgan a Fernández un rol: que dejó jirones de su imagen para preservar la unidad y articuló, ahora, para que el ingreso de Massa se traduzca como la refundación del FdT. Detalle semántico: el espíritu refundacional lo agitó, antes, el massismo.
Además del perfil económico, el tigrense representa, conceptualmente, lo que significaba Alberto en el 2019: una alternativa porque la propia no alcanza o no sirve o no es la indicada para el tiempo histórico. Como cuando Cristina decidió ir de dos y dejarle el centro a Fernández, ahora se puede interpretar que la vice asume que su modelo, que pudo encarnar Capitanich, no es oportuno.
Turnos
La vice, muy al tanto de todo lo que hace Massa, se repliega. ¿Por qué no sabe domar la crisis, por qué cree que la opción Massa es mejor, por qué admite que la salida es antipática y prefiere que la encarne otro actor? Massa operó, a diario, en el mano a mano con Cristina para convencerla de que era su turno, de la necesidad de un superministro de Economía, de concentrar las decisiones y, se sobreentiende, acordó con ella todos y cada uno de sus movimientos.
Lo confirman en los tres islotes de ese archipiélago político que es el Frente de Todos. “Cristina está al tanto de todo”, dicen en el cristinismo y cuentan las reuniones y/o charlas diarias del último mes. “Está todo conversado”, dicen dos entornistas de Massa. “Está todo acordado con Cristina. Ella no se puede hacer la desentendida”, apuntan en el ecosistema Alberto.
Massa llega con un triple aprendizaje. El primero, de sus propios errores, producto de fracasos anteriores y volantazos que lo dejaron casi afuera de toda competencia electoral para el futuro por un nivel de desconfianza dura: tiene niveles de rechazo similares a Cristina y a Alberto.
El segundo, la experiencia Manzur -y, en menor medida, Daniel Scioli- sobre la difícil convivencia con Fernández. Eso que el periodista Iván Schargrodsky llama el “rayo neutralizador” de Alberto, una destreza consciente o inconsciente del presidente para paralizar a los que ingresan a su gabinete con ímpetu. Massa, que lo sabe, digitó su ingreso con un manejo monumental del gobierno, todos los engranajes -salvo turismo- que tienen que ver con el ingreso y salida de dólares, el gran talón de Aquiles de la administración económica criolla. Falta, y es un tema por explorar, si finalmente avanzará sobre Miguel Pesce en el BCRA. El viernes, en Casa Rosada, decían que esa discusión está, por ahora, saldada: que Pesce sigue. Es el último peón que le queda a Fernández en el staff económico. “Si se alinea con lo que pide Sergio, todo bien; si no lo hace, Sergio lo ejecuta”, manda mensaje un massista.
El tercer aprendizaje refiere a Cristina, que más que un rayo neutralizador, tiene el superpoder de pulverizar con una carta o un tuit la burbuja que protege, por ahora, a Massa. Fernández es, en este caso, el espejo en el que se mira el tigrense, en el primer Alberto del 80% de imagen, que abrió un diálogo que Cristina no podía sostener. ¿Acepta la vice que la salida de la crisis la encarne un otro, sobre todo si ese otro es Massa, con terminales tan distintas a las suyas, alguien que -aunque todo eso entró en el Jubileo frentodista del 2019- le mordió la mano?
Energéticos
Massa ya tiene casi definido el staff que lo acompañará, como segunda línea en Economía. Tuvo reuniones el sábado y fijó citas para el domingo para llegar al lunes con el anuncio de su equipo. El regreso de Raúl Rigo, un experto que estuvo en todos los últimos gobiernos -se fue cuando llegó Silvina Batakis-, el rol de Ignacio De Mendiguren y, más adelante, de Marco Lavagna, algunas confirmaciones pendientes y un gran interrogante: Energía.
Fernández le recomendó que reemplace a todo el staff del área, de Darío Martínez hacia abajo. Massa y Cristina parecen coincidir en que el neuquino no siga pero forma parte de la letra chica de esa bilateral como se ordenará el resto del dispositivo: ¿un massista, vinculado al mercado energético donde tiene muchas relaciones, al frente del área escoltado por cristinistas? “Alberto no le hizo demasiados planteos solo le pidió que saque a todos de Energía”, cuentan cerca de Massa y repiten un argumento que atribuyen al entorno de Fernández: que el faltante de gasoil, por caso, fue un error de estimación a partir de la proyección de que el acuerdo con el FMI iba a ser recesivo y por eso habría menos consumo energético.
De visita diaria a Olivos, Massa ejercita otras tareas, la de influir sobre la dinámica integral del gobierno. Deja, en ese trámite, algunas pistas: le planteó a Fernández que deje de hablar contra el campo, de tratar de especuladores a los productores, que eso no conviene ni sirve, repite. “Cuando haya que hacer algo se hace y listo”, dice Massa a quien su propio entorno le pierde el rastro: a veces está en Diputados, otras en sus oficinas de Avenida del Libertador, pero tiene otros búnkeres -propios o prestados- donde cita y recibe gente para mantener el secreto. Se toma una precaución: no quiere correr el riesgo de que se sepan que algunos economistas o dirigentes rechazan sus ofertas. No es cosa que se sepa que sus superpoderes no son infalibles.
Opera, en estas horas, dos movimientos: la fusión de Infraestructura con Transporte, donde quedará Gabriel Katopodis como ministro, y la coronación de Cecilia Moreau como su sucesora en la presidencia de Diputados, gestión que charlará con Máximo Kirchner, que el fin de semana tenía previsto regresar a Buenos Aires luego de dos semanas en el sur. La diputada, como su padre Leopoldo con Cristina, tejió un diálogo fluido y de confianza con Máximo pero puede, además, espadear con Cristian Ritondo o Mario Negri.
La fusión de ministerios, además de encajar en la tesis de centralizar la toma de decisiones, tiene otro renglón: Massa lo cuenta como un gesto de austeridad del Estado, esa reducción de ministerios y cargos a la que los Fernández se han negado porque supone validar la tesis de que la política es un gasto. Ese argumento, en 2019, impidió crear un ministerio de Economía con más cuerpo porque poner Agricultura dentro de Economía supone bajarle el rango a un sector con el que el peronismo tiene ruido.
En una charla reciente, Fernández le relató a Massa que cuando, en nombre de Néstor Kirchner, negoció con Roberto Lavagna para que continúe como ministro de Economía, éste le pidió que elimine el ministerio de la Producción no solo porque había que concentrar decisiones sino porque, según Lavagna, un buen ministro de Agricultura era el que le hacía concesiones al campo y uno bueno de Producción lo mismo con la industria. “Ellos gastan lo que el de Economía junta”, decía, torbo, Roberto Lavagna.
En Rosada, donde hubo furia explosiva por la renuncia de Gustavo Béliz, se escuchó también un reproche elíptico que, sin decirlo, pareció dirigido a Julián Domínguez, quien no fue mencionado por Fernández en sus tuis de agradecimientos. “Algunos iban como ministros del gobierno y volvían como delegados del sector”, apuntó un entornista presidencial.
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