Sucede a José Miguel Insulza. Las diferencias internas en torno a Venezuela y el regreso de Cuba, en la agenda.
Con un mate y un termo sobre la mesa de su despacho –un signo de los nuevos tiempos–, el ex canciller uruguayo Luis Almagro ya comenzó a trabajar como flamante secretario general de la Organización de los Estados Americanos. Este martes asumió el desafío de renovar una institución que pierde peso por sus conflictos internos, de reincorporar a Cuba en su seno y de lidiar con la situación en Venezuela. Ante una pregunta de Clarín, dijo que no busca condenar sino dialogar con Caracas.
En su discurso de toma de posesión en el elegante Salón de las Américas del organismo aquí en Washington, Almagro tomó el timón que dejó el chileno José Miguel Insulza tras 10 años de mandato. El ex funcionario de José Mujica, que gobernará hasta 2020 si no es reelecto, señaló que el continente está “cansado de racismo, de persecución, de prejuicios y antagonismos estériles”. En lo que se interpretó como una velada alusión a Venezuela, dijo que si bien el hemisferio está en paz, “la calidad de las democracias difiere”.
El uruguayo asume en medio de una precaria situación financiera del organismo y la proliferación de otros bloques que reclaman influencia en la región y una polarización entre los países del bloque del ALBA y el resto, que dificulta la toma de decisiones. Sin mencionar a ningún país, Almagro deslizó que “en el terreno de la gobernabilidad democrática, la OEA debe tender una mano a aquellos países que atraviesan momentos de crispación y antagonismos que a veces sobrepasan los niveles de civilidad a los que la democracia regional debe aspirar”.
Tras su discurso, en su oficina del elegante edificio de la organización, muy cerca de la Casa Blanca, Almagro recibió a un grupo de periodistas, entre ellos Clarín. Ante una pregunta de esta corresponsal, el uruguayo señaló que “nosotros no hemos puesto el caso de Venezuela por encima de ninguno”. “Creemos que la OEA tiene que generar situaciones de confianza y eso significa la necesidad de trabajar con los países, significa no condenarlos a priori sino generar condiciones de diálogo”. Estados Unidos, Canadá y Panamá exigen que el organismo sea más duro con Venezuela, lo que ha generado intensos debates y trabas en las decisiones.
Almagro, además, tiene el gran desafío de lograr la incorporación plena de Cuba a la OEA. Afirmó que el histórico acercamiento entre Washington y La Habana “abre un abanico de distensión de efecto benefactor en el continente”, pero subrayó la “necesidad de respetar tiempos y procesos” que no están bajo su control. El organismo anuló en 2009 la suspensión que le había impuesto en 1962 a Cuba, pero el gobierno de Raúl Castro hasta ahora no ha pedido su reincorporación. Ante los periodistas, señaló que “la OEA debe enterrar la Guerra Fría con el ingreso de Cuba. Requiere un esfuerzo de la OEA y también de Cuba”.
En el salón repleto de diplomáticos y funcionarios de Washington, lo escuchaba un enviado especial del presidente Nicolás Maduro, Raúl Licausi, así como también la subsecretaria del Departamento de Estado para la región, Roberta Jacobson. Almagro también fue duro contra la corrupción y dijo que creará una Escuela de Gobierno para funcionarios públicos y miembros de la sociedad civil del continente.
Para cumplir con sus objetivos, Almagro cuenta con un capital político importante ya que logró el apoyo de todo el espectro político continental, desde Caracas hasta Washington, con 33 votos a favor, sin votos en contra y con una abstención que nunca se supo de quién fue.
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