Ni Trump ni Biden: el Gobierno pone su voto por un dólar más débil tras la elección de EE.UU.

Ni Trump ni Biden: el Gobierno pone su voto por un dólar más débil tras la elección de EE.UU.

Hay cierto consenso diplomático sobre que el cambio en la relación con Argentina sería marginal. En cambio, sí hay diferencias por la influencia económica

Había una época en la que las cosas estaban bastante claras para un argentino que observara la política de Estados Unidos: los que estaban más alineados a la derecha preferían que ganaran los republicanos y los que apuntaban a la izquierda veían con más simpatía a los demócratas.

Para los argentinos de tendencia más liberal en la economía, era fácil identificarse con un partido que históricamente mantuvo en alto las banderas del libre comercio, los impuestos bajos, el gasto público controlado y la prioridad a la iniciativa privada. Mientras que, en la vereda opuesta, los progresistas, además de sentirse atraídos por un discurso más simpático hacia América latina, se veían reflejados en cierta tendencia de los demócratas a la redistribución de la riqueza.

Pero estos son tiempos raros, de manera que Donald Trump pasó a significar no solamente una versión estadounidense del proteccionismo sino también del populismo, no exento incluso de rasgos autoritarios.

Tal vez no haya prueba más contundente al respecto que los elogios públicos que le dedicó Cristina Kirchner el año pasado, en plena campaña electoral. Cuando presentó su libro "Sinceramente", hizo una muestra de su picardía política para apuntar contra la política exterior de Mauricio Macri, supuestamente uno de los puntos fuertes de la gestión anterior. Hacía poco que se había producido una crisis política en Venezuela y el kirchnerismo recibía críticas por su alineamiento con el régimen de Nicolás Maduro. Pero Cristina, en vez de condenar a Estados Unidos puso a Trump como modelo que Argentina debería imitar.

Destacó que bajo su presidencia Estados Unidos Había logrado el desempleo más bajo de los últimos 50 años, en el marco de "una economía que vuela", que lo había logrado fomentando el consumo interno y que se había enfrentado a la Reserva Federal cuando la entidad monetaria insinuó que quería subir las tasas de interés.

Y dio a entender que si el kirchnerismo volviera al poder aplicaría similares a las de Trump, en el sentido de mantener un proteccionismo comercial, fomentar la industria nacional, bajar las tasas de interés y poner al consumo y al mercado interno como pilares del crecimiento.

En aquel momento, apelando a su ironía característica, le recomendó a Macri hacer lo que Trump hace y no lo que dice: "Algunos se dieron cuenta que tenían que volver a generar trabajo industrial adentro del país para volver a generar riqueza. Sería bueno que aquellos que viajan tanto para allá y escuchan tanto lo que les dicen allá, imiten lo que hacen allá".

Pero Cristina Kirchner demostró no tener prejuicios a la hora de mirar a Estados Unidos. Antes, había llenado de elogios a Barack Obama. Y, antes de las peleas por los fondos buitres y el incidente del avión estadounidense en Ezeiza, había llegado a comparar los discursos del presidente Obama con los del mismísimo Juan Perón.

Lo cierto es que Cristina Kirchner siempre dejó entrever un dejo de admiración por Estados Unidos, al punto que en uno de sus discursos donde despuntó su gusto por el revisionismo histórico, dijo: "Nosotros perdimos en Caseros y ellos ganaron en la Guerra de Secesión, por eso fueron la potencia industrial más fuerte del mundo". La alusión de Cristina era que en Estados Unidos se había impuesto el norte industrial por sobre el sur agrícola, mientras que en la Argentina los patricios estancieros se impusieron al "proyecto nacional" de Juan Manuel de Rosas.

La líder del kirchnerismo planteaba que en el nuevo escenario mundial Argentina no debía resignarse a jugar un rol de "productor de commodities mientras se trasladas las grandes fábricas allí donde hay millones de personas dispuestas a trabajar por mucho menos salario del que se paga aquí en la región". Y su receta era que había que seguir lo que la primera potencia hacía.

Hasta en su momento Axel Kicillof justificó la emisión monetaria con el argumento de que en Estados Unidos se había cuadruplicado la base monetaria luego de la crisis de 2008 sin que ello hubiese producido inflación.

Cristina Kirchner y Barack Obama, una relación tensa pese a la admiración por la retórica del demócrataGastar, emitir y subir impuestos, la fórmula de Biden con guiño K

 

Y ahora, cuando las encuestas parecen indicar que los demócratas con Joe Biden tienen chances ciertas de volver al poder, es probable que una vez más el peronismo encuentre en Estados Unidos un modelo que le ayude a justificar políticas.

Después de todo, uno de los temas centrales de la campaña electoral de Biden fue la presión impositiva y la necesidad de establecer una reforma "progresiva" en la que aporten más los sectores de mayores ingresos. Una iniciativa que llevó a Trump a calificar a su rival como "un socialista", palabra que en Estados Unidos equivale a un insulto.

Lo cierto es que si bien los sectores más extremistas del Partido Demócrata, como el que lidera Alexandria Ocasio-Cortés, propusieron tasas confiscatorias de más de 70% sobre ingresos superiores a los u$s10 millones, Biden en comparación apareció mucho más moderado.

Su propuesta implica un castigo que afectará al 1,5% más rico de los individuos, mientras que los impuestos corporativos subirían desde el actual nivel de 21% hasta un 28% para grandes empresas –que antes habían sido beneficiadas por un recorte impositivo de Trump-. En definitiva, una propuesta de campaña que el diputado Carlos Heller podría aprobar con satisfacción.

Por otra parte, se da por descontado que vendrá una fuerte expansión del gasto público para ayudar a recuperar la economía luego del trauma de la pandemia. Y de hecho, los economistas más notorios del ala heterodoxa lo alientan a ello.

"Por qué Biden tiene que gastar a lo grande" es el expresivo título de una columna que escribió el premio Nobel Paul Krugman en el The New York Times. Y, tal como suelen hacer los editorialistas de los medios K, que alientan a los funcionarios de Alberto Fernández a no ser tibios a la hora de expandir el gasto público y emitir dinero en la emergencia de la pandemia, lo mismo ocurre en Estados Unidos respecto de Biden.

Krugman plantea que sólo con un gran gasto público se podrá recuperar la economía de manera sostenida y evitar una crisis social.

"Es hora de gastar mucho dinero en el futuro y no preocuparse de dónde viene el dinero. Por ahora, y por lo menos en los próximos años, el gasto deficitario a gran escala no sólo está bien, sino que es la única medida responsable que se puede implementar", afirma Krugman en un artículo que si fuera escrito referido de la Argentina causaría el repudio de los economistas y todos los foros empresariales.

Desde el punto de vista del peronismo, el hecho de que haya tal argumentación se plantee tiene dos ventajas. Una es puramente retórica y política: ayudará a Alberto Fernández a contestar a sus críticos, de la misma manera que Cristina en su momento recurrió al proteccionismo de Trump para fustigar a Macri.

Pero, en un plano más concreto, la apuesta a esta política es porque se supone que traerá como consecuencia un dólar más débil. Y eso significa un mayor precio de los commodities agrícolas. Es algo que Argentina necesita con intensidad, no solamente porque ayudaría a aliviar la castigada caja de reservas del Banco Central, sino porque además compensaría las malas perspectivas del campo.

Las previsiones de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires son de una caída de 6,1% en la producción agrícola –medido en toneladas cosechadas-, por efecto de factores climáticos más presión impositiva e incertidumbre política. Es una de las peores noticias que puede escuchar un Gobierno que, justamente, pone en el campo las esperanzas de poder recomponer las reservas y estabilizar el frente cambiario.

Y en ese contexto de malas noticias, un dólar debilitado sería el mejor regalo que Biden podría traerle a Argentina.

Realineamientos para el período post electoral

 

Así como puede parecer raro a primera vista que el kirchnerismo haya tenido esa visión de inconfesable simpatía por la política económica de Trump pero ahora haga su apuesta a la llegada de Biden, también le había pasado algo parecido al macrismo.

Lo irónico del caso es que Mauricio Macri, que en definitiva se benefició ampliamente por su amistad de décadas con Trump, durante la campaña presidencial de 2016 había expresado sin medias tintas por Hillary Clinton antes que por Trump, cuyas propuestas habían sido calificadas por Macri como "extremas".

El encuentro del G20 significó el punto más alto de la política exterior de Macri, que luego fue favorecido con el lobby de Trump ante el FMI

 

Sin rencores por esa expresión pública de favoritismo a los demócratas, Trump fue parte del G20 que puso a Macri en la primera liga de los líderes mundiales y luego, cuando las finanzas se pusieron complicadas, hizo valer todo su poder de lobby en el Fondo Monetario Internacional para que se aprobara el stand by más grande de la historia.

Fueron casi u$s60.000 millones de salvataje –de los cuales llegaron a desembolsarse u$s44.000- y que el kirchnerismo calificó como "la campaña electoral más cara que haya financiado el FMI".

Ese tono de reproche llevó a que Alberto Fernández, desde su elección hasta hoy, no haya encontrado buena sintonía con Washington. Tras la crítica por la financiación a Macri estuvo la acusación de que Estados Unidos había vuelto a impulsar golpes de Estado, tras la crisis política que llevó a la salida de Evo Morales de la presidencia de Bolivia.

Y luego vino el largo tironeo por la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, donde Alberto quería impulsar la candidatura de Gustavo Béliz y no logró el acompañamiento del resto de la región, que por primera vez aceptó un titular del BID de origen estadounidense.

Lo que se plantea en los ámbitos diplomáticos es que la llegada de Mauricio Claver Carone no implicará necesariamente una visión más severa hacia las políticas económicas de la región sino que más bien está impulsada por el deseo de atenuar la presencia china. En otras palabras, que el BID hasta podría ser más generoso que antes a la hora de ayudar a mejorar la infraestructura.

En lo que respecta a la consecuencia política del resultado electoral, todos los analistas consultados desde Estados Unidos han dicho que el hecho de que gane Trump o Biden no cambiará más que marginalmente el tono de las relaciones entre Estados Unidos y Argentina, que en el actual contexto global está muy lejos de las prioridades diplomáticas de la potencia del norte.

Ni siquiera se espera que haya un cambio importante respecto de la actitud del FMI hacia la Argentina. Lo que está en juego allí es el desembolso de una nueva asistencia para ayudar al país, y es posible que no sea Estados Unidos sino los delegados europeos los más duros de convencer al respecto.

Donde sí estará el cambio que pueda marcar la diferencia para Argentina será en la política económica que implemente Estados Unidos luego de la elección. Su influencia global determinará la velocidad de la recuperación de toda la región latinoamericana, Argentina incluida, más allá de simpatías y alineamientos retóricos.

 

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