En Bruselas quedó claro que la tercera ronda de negociaciones entre la Unión Europea y el Reino Unido avanzó tanto como la primera y la segunda, es decir, nada, y, de paso, aumentó la hostilidad personal de las delegaciones.
Por Marcelo Justo
Desde Londres
La negociación por el Brexit se parece a una bomba de tiempo que nadie atina a desactivar. En Bruselas quedó claro ayer que la tercera ronda de negociaciones entre la Unión Europea y el Reino Unido avanzó tanto como la primera y la segunda, es decir, nada, y, de paso, aumentó la hostilidad personal de las delegaciones y sus respectivos jefes de negociación. Mientras tanto, la primer ministro Theresa May, en Tokio para promover un acuerdo de libre comercio post-Brexit, se vio obligada a reiterar que ella no era un “quitter”, es decir, que no pensaba renunciar a su cargo.
Los japoneses, que acaban de finalizar un acuerdo de libre comercio con la UE, dejaron en claro que no van a negociar nada hasta que el Reino Unido concluya su Brexit. Las noticias que llegaban de Londres seguramente alimentaron la reticencia nipona porque mientras May se presentaba en Tokio como la mensajera del nuevo Reino Unido post-Brexit, una ex ministra de educación conservadora, Nicky Morgan, el ex ministro de finanzas de David Cameron, George Osborne, y un mármol de la historia partidaria como es Michael Heseltine, pronosticaban en Londres que la primer ministro “era un cadáver viviente” (Osborne), “alguien que no liderará a los conservadores en las próximas elecciones” (Morgan) y “sin futuro a largo plazo” (Heseltine)
Las tres opiniones pertenecen al ala de pro-europeos conservadores, pero mirado desde el punto de vista nipón era la respuesta que daban a una noticia tampoco tranquilizadora que había circulado profusamente el miércoles. Según esta aparente filtración del gobierno a los medios británicos, Theresa May había señalado a un influyente grupo partidario que no cumpliría sus cinco años de mandato: renunciaría en agosto de 2019. En otras palabras, unos meses después de terminar la negociación del Brexit (fin de marzo de ese año) y unos dos años y medio antes de las próximas elecciones (2022).
La filtración procuraba aquietar las muy revueltas aguas del Partido Conservador que no le perdonan a May la pírrica victoria electoral de junio, donde después de convocar a elecciones anticipadas, perdió la mayoría parlamentaria. El compromiso de la primer ministro a cambio de tiempo y paz interna es absorber el impacto político y económico de la negociación del Brexit y, con la promesa de una renuncia, darle tiempo al partido para elegir un nuevo líder y primer ministro de cara a las elecciones de 2022
La realidad es que hoy a la mayoría de los conservadores no los “une el amor sino el espanto” de que las divisiones internas terminen en una nueva elección que consagre al líder laborista Jeremy Corbyn como primer ministro. Mucho dependerá de las negociaciones con la UE y de los 20 días clave que comienzan a partir del mes próximo. El primero de octubre se inicia el congreso anual conservador que puede desatar esa guerra civil larvada entre pro y anti Brexit (como para garantizar un espectáculo bélico un grupo pro-europeo británico planea una manifestación afuera del Centro de Manchester en el que toma lugar el Congreso). El nueve es la última ronda de conversaciones con la Unión Europea: el 19 el Consejo Europeo se reúne en Bruselas y decide si ha habido suficientes progresos en las negociaciones para empezar a discutir un nuevo tratado post-Brexit.
Las diferencias entre ambas partes son, por el momento, abismales. En julio, con la resaca de la “victoria electoral”, el gobierno británico acordó con la UE que debía solucionar los tres grandes temas del “divorcio” - la deuda británica post-Brexit, la frontera irlandesa y los derechos de los ciudadanos de ambas partes - antes de empezar a negociar un nuevo acuerdo con la UE post-Brexit. Según dijo ayer el jefe del equipo negociador europeo, Michel Barnier, en la tensa conferencia de prensa que mantuvo junto a su contraparte británica David Davis, no ha habido ningún progreso hasta el momento.
“¿Cómo podemos discutir un acuerdo entre ambos si no llegamos a un consenso sobre estos temas? Hay que ser serios. Los británicos quieren recuperar su autonomía y adoptar sus propias regulaciones, pero al mismo tiempo quiere que la Unión Europea les reconozca automáticamente estas regulaciones. Es imposible. No se pude estar fuera del mercado unificado europeo y al mismo tiempo, determinar su sistema legal”, dijo Barnier.
Davis procuró ser más conciliador, pero dejó en claro sus diferencias. “Creo que hemos avanzado en generar un entendimiento mutuo, pero quedan muchas diferencias muy importantes que solucionar”, dijo Davis.
En toda negociación hay algo de mesa de póker, de cartas guardadas muy cerca del pecho, de amagues y fintas, pero tarde o temprano hay que apostar. En julio los británicos dieron marcha atrás con su intransigencia previa y aceptaron discutir primero el “divorcio” y luego la “separación”. En las semanas que vienen, se decidirá si tienen margen político para ceder o si han llegado al punto de choque frontal con la UE.
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