Con la economía en rojo se juega sus últimas fichas. Secretos de su semana al borde del abismo. Diálogo con Cristina Kirchner y el plan para ser el candidato peronista.
JUAN LUIS GONZÁLEZ
Martes 25 de abril, 12 horas.
Economía es un hervidero. Los cuatro televisores que tiene Sergio Tomás Massa frente a su escritorio muestran en vivo los números que marcan el pulso del país. Son todos verdadermente preocupantes, pero el que sigue ahora con más atención es el del precio del dólar blue. $495 dice la pantalla, y marca el récord nominal histórico. En cuestión de minutos puede trepar a 500, un peldaño que causa temor de sólo imaginarlo y que significaría que la divisa aumentó $100 en tan sólo 12 días. Desde el quinto piso del ministerio se ve, bien claro, el abismo.
El tigrense activa otra pantalla. Se comunica con Alberto Fernández. Aunque se conocen desde hace décadas y en un momento tuvieron un gran ida y vuelta, la relación ahora está muy cortante. Hablan todos los días, pero ninguno se engaña: lo hacen porque las circustancias no permiten el mínimo margen de error aunque, piensa el ministro pero no lo dice, el Presidente viene cometiendo varios pifies que impactan para mal en la realidad.
Sobre el filo del peligro, el mandatario le da el visto bueno a Massa con algo que venía reclamando casi desde que llegó a la cartera.
Es una decisión táctica pero también es mucho más. Fernández acepta que el tigrense ponga a uno de sus hombres de mayor confianza, Lisandro Cleri, a controlar la mesa de dinero del Banco Central. El puesto podrá no sonar a mucho, pero es clave: desde ahí esa institución puede intervenir en el mercado de dólares, puede operar para bajar el precio. Era algo que Massa venía reclamando con dureza ante el titular del Banco, Miguel Pesce, sin éxito. Si la relación del ministro con el Presidente está fría, con el amigo radical de Alberto el caso es bien distinto: hierve de bronca. “Es buen tipo, pero es muy cagón”, dice Massa en la intimidad, y le achaca que por no haberse animado a jugar fuerte en las semanas previas la situación está como está.
La luz verde del mandatario a Massa y Cleri es, entonces, algo mucho más profundo que una medida para contener el blue. Luego de la forzada renuncia a su candidatura, Fernández está entregando su último bastión de gobernabilidad, el único funcionario de peso que responde a sus órdenes en todo el organigrama económico. Es la capitulación final. Y es, también, el control total de Massa sobre esta área del Gobierno.
Luego corta la comunicación. Ganó una batalla. Pero queda la guerra. Por eso busca, minutos después de hablar con Fernández, a los que tienen la decisión final. Es el FMI, que en el acuerdo que cerró con Martín Guzmán, su predecesor, dejó estipulado que el Central no tenía permitido vender dólares para estabilizar el tipo de cambio. Cómo convenció sobre la marcha el ministro al incomovible Fondo de cambiar su política es un misterio. Los alfiles de Massa harían circular luego la idea de que no fue una negociación y que su líder simplemente los notificó, como un general que en pleno tiroteo toma una decisión drástica para salvar a la tropa. Pero desde los pasillos de Economía se escucha otra cosa: largas conversaciones de teléfono con los enviados del organismo internacional. Al FMI no le conviene que Argentina explote por los aires. Podría arrastrar a toda la región.
Massa, con el OK del Fondo y de Fernández, interviene en el mercado. Arma con su equipo de prensa un hilo de Twitter, para enviar la señal de que la situación está bajo control. El tigrense, además, es rápido, y manda a los suyos a hablar con popes de los medios para que le den una mano en instalar esa noticia. Al día siguiente, el martes 25, empieza a bajar el precio del blue, en lo que podría ser una jugada muy arriesgada. ¿Cuántos dólares hay en las reservas para vender para mantener al dólar estable?
Pero al martes de Massa todavía le queda una parada. En su celular tiene mensajes de sus soldados del Frente Renovador, que le vienen insistiendo en que tiene que formalizar su candidatura presidencial. Al menos esa idea, de que los propios le demandan encabezar una boleta, es la que hacen circular desde Economía. Los que conocen al tigrense cuentan que esta es una vieja triquiñuela, y que cuando dice “me piden” hay que leer “quiero ser”. De cualquier manera, el fundador de este espacio tiene órdenes para darles a los suyos: que se alisten para ir todos al acto de Cristina Kirchner del jueves. Hay que regar la relación entre la vicepresidenta y el ministro.
El ministro deja su celular y entra en otra reunión. Estará en el ministerio casi hasta la medianoche. Se irá así otro día en el laberinto en el que está atrapado Sergio Massa.
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