Piden que el horario se extenda dos o tres horas para evitar los calcinantes calores del mediodía de este verano.
Son Rubén Murillo, Juan Escalante, Persi Paraná y otros que no se acercaron al lugar de la nota; caminan hasta las descargas de los camiones recolectores de los residuos sólidos urbanos- vulgo “basura”- que en número de seis a ocho llegan todos los días, y tratan de rescatar plástico, cartón, diarios, metales, alguna ropa u otro elemento que sirva para usar, reciclar o vender; en invierno hasta algo para comer.
Llegan a las 6 de la mañana, algunos se retiran para almorzar y vuelven entre las 14 y las 15 tratando de hacer “la diaria” bajo un sol quemante particularmente este verano, sin contar con ninguna sombra; “basurean” hasta las 17 hora establecida por alguna autoridad y deben retirarse bajo el control de los agentes de la portería.
Están acostumbrados, a la fuerza, a vivir- si esto puede llamarse vivir, en un país que en los discursos hace gala de inclusión social-, y piden a través de sus necesidades que se extienda el horario algunas horas más para poder redondear algunas monedas más o evitar la canícula del mediodía.
En su lenguaje sencillo pero entendible manifiestan que el horario es una “orden de arriba” y precisan que esa orden extienda el horario.
Cada unio tiene especialidad en algún material y no hay conflictos entre ellos pero se quejan que tengan que amontonar lo que rescatan en bolsas que deben arrastrar hasta una especie de depósito al aire libre; “antes no daban una mano los muchachos del chinchorro, pero ahora ya no”, dicen apesadumbrados. Y hay que apurarse porque, en una medida mejoradora, las palas cargadoras tapan todo con tierra.
Y así pasan sus días, algunos esperando la llegada del acopiador que periódicamente pasa a buscar la “cosecha” y les paga 2 pesos el kilogramo de plástico o menos según calidad, 80 centavos el cartón o los diarios para lograr- en alguno de los casos que de quien se animó a confesarlo-, entre 4 y 5 mil pesos que debe servir para mantener su familia, en ese caso compuesta por esposa, dos hijos y un nieto y donde, desde hace un tiempo, uno de los hijos sale a trabajar.
Confiesan que cuesta llegar a fin de mes; alguno tiene su casita en la ex feria de Guevara “pero la comida es cara y los impuestos nos llevan mucho”,coinciden en decir.
Antes estaban agrupados en la cooperativa EcoAreco pero creen que se disolvió sin dar mayores explicaciones; hay un galpón a medio construir pero está en desuso; su finalidad era clasificar para el reciclado.
Hay una buena convivencia en una ambiente de olores por momentos nauseabundos producidos por los residuos orgánicos sobre los que pululan perros y toda clase de alimañas e insectos.
Insisten en pedir que se extienda el horario algunas horas mas para poder aumentar sus magros y sacrificados ingresos.
En un momento llegó Oscar Díaz quien vestía diferente y confesó que se dedica a acopiar lo que los demás juntan; fue el único en manifestar que no había problemas de horario y aseguró que todo estaba bien.
Aquellos parecen olvidados de la mano de Dios y son tan ciudadanos como el que más; no piden tanto y quizás sea hora de rever alguna orden de “los de arriba”.
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