Por Ernesto Tenembaum
En medio de fuertes rumores sobre la salida de Martín Guzmán, Roberto Feletti lo desautorizó y criticó en público. En un gobierno normal, habría sido echado. Pero es un hombre de la Vicepresidenta. No se toca
Hace poco más de seis meses, Roberto Feletti reemplazó a Paula Español, en la Secretaría de Comercio Interior. Feletti fue impuesto por el Instituto Patria como uno de los cambios necesarios después de la fuerte derrota electoral que había recibido el Gobierno en las primarias. En aquellos turbulentos días, el nuevo funcionario advirtió que intentaría controlar los abusos de los monopolios de alimentos. Para ello, estableció a los apurones una lista de 1.200 productos cuyo precio pretendía congelar durante 90 días. Cualquier persona adulta sabe que la lucha contra la inflación no depende de la voluntad de un funcionario. De lo contrario, sería fácil derrotarla: solo habría que hacer listas. El intento de Feletti y los suyos incorporó la necesaria épica militante. El domingo siguiente al lanzamiento de la lista de precios congelados, brigadas de La Cámpora se apersonaron en algunos supermercados para vigilar que se cumpliera el congelamiento. El entusiasmo luego menguó porque los militantes nunca volvieron. Eso impidió saber cuál hubiera sido el resultado de ese método, si se hubiera aplicado con más rigor, trabajo y dedicación.
Seis meses después de su abrupto aterrizaje es difícil evaluar el efecto Feletti en la evolución de los precios. Pero, si hay algo que se puede decir, es que la inflación no bajó sino todo lo contrario, con lo cual la expectativa desatada en aquellos días no parece haber sido satisfecha. En los hechos, Feletti no hace algo muy diferente a Español. Cada tanto, difunde una lista nueva de precios cuidados que se va actualizando al ritmo de la inflación general. En esas listas hay, efectivamente, algunos artículos en oferta y otros más caros que su competencia, otros que tienen un poquito de trampa. Feletti, finalmente, hace lo que puede en un contexto difícil. No es un héroe. No es un demonio. Es una persona que, como él mismo dijo, no puede hacer milagros.
Todo sería comprensible si no fuera acompañado por declaraciones públicas en las que Feletti parece mucho más valiente, transformador y revolucionario. Cuando da un reportaje, Feletti dice que se siente orgulloso de que no lo quieran las grandes empresas, de que siempre se plantó en el mismo lugar. Saca pecho. Esta semana le agregó un detalle notable: desautorizó en público al ministro de Economía, Martín Guzmán. Lo acusó de no tener “un plan antiinflacionario consistente”.
El secretario de Comercio, Roberto Feletti
Esa distancia entre lo que un funcionario vale y lo que cree que vale no es exclusiva de Feletti. Pero se trata de un caso llamativo. Argentina tiene muchos problemas en estos momentos. Según quien describa el panorama, enumerará en distinto grado de importancia los siguientes: el déficit fiscal, el déficit comercial, la consecuente restricción externa, la pérdida de la soberanía energética, la inercia inflacionaria. Todos estos problemas surgieron, o reaparecieron, en la Argentina entre 2007 y 2011, durante el primer mandato de Cristina Kirchner. ¿Quién era por entonces el secretario de Planeamiento del Ministerio de Economía? ¿Quién debía presentar un plan congruente para evitar que se instale la inflación de nuevo? ¿Quién no pudo evitarlo?
Como el lector ya lo debe haber deducido, efectivamente, era Feletti quien debía hacer esas cosas junto a su superior, Amado Boudou, otro revolucionario.
Pero esta nota que, al parecer, trata sobre Feletti, en realidad, intenta indagar sobre otro asunto más trascendente: los límites que acepta el presidente Alberto Fernández para el ejercicio de su autoridad. Esta semana, en medio de rumores muy potentes sobre la salida de Martín Guzmán del Gobierno, Feletti le dio un empujoncito más hacia el precipicio. En un Gobierno normal, Feletti habría sido puesto al minuto de patitas en la calle. Esmerilar a un ministro que enfrenta una situación delicada no es, digamos, la conducta de una persona con códigos respetables. En este Gobierno, sin embargo, Feletti no fue despedido.
¿Por qué sobrevive? La respuesta puede buscarse en la imagen de la cuenta de wasap de Feletti. Es una fotografía de Feletti con Cristina Kirchner. Feletti es de Cristina. Y si es de Cristina, el Presidente no puede desplazarlo, así humille públicamente al ministro. Y nadie puede responderle.
Es de Cristina.
No se toca.
Feletti ya había explorado los límites de la paciencia presidencial. En aquellos días posteriores a su asunción, cuando las brigadas camporistas iban a los supermercados para hacer de cuenta que la Patria es el Otro, Feletti se sacó una foto abrazado con Fernanda Vallejos, la diputada que horas antes había calificado al Presidente como “mequetrefe”, “okupa”, “atornillado” y “ciego, sordo y mudo”. Pese a semejante gesto, Felleti también sobrevivió.
Porque es de Cristina.
Y si es de Cristina, ya se sabe lo que pasa.
Ricardo Feletti y Fernanda Vallejos
Esa anécdota es muy reveladora de los problemas -a estas alturas bastante obvios- que tiene el Gobierno. Alberto Fernández y Cristina Kirchner protagonizan un conflicto desgastante que ha debilitado al extremo a un Gobierno que podría haberse desempeñado mucho mejor sin esa tara de origen. Ese conflicto, donde ambos se hacen daño, tal vez alcance para desarmar la versión simplista que lo definía a Fernández como un títere. Pero no para guiar el destino de un Gobierno en el que el Presidente, haga lo que haga, es desautorizado, una y otra vez, por personajes muy menores.
Las consecuencias de ese tironeo son infinitas. Desde la demora exasperante en la construcción de un gasoducto que permitiría reducir drásticamente las importaciones de energía, hasta la implementación de un aumento de tarifas recontra anunciado; desde la demora en la reapertura de las escuelas hasta la extraña visita a Vladimir Putin en los días previos a la guerra; desde las trabas para adquirir una vacuna ideológicamente cuestionada hasta la permanencia en el Gobierno de funcionarios que se vacunaron por izquierda. No es necesario abundar sobre cómo esas cosas complican la vida de los habitantes de un país.
En esa dinámica, en las últimas semanas, empezó a circular la versión de que Alberto Fernandez no terminaría su mandato. Esa versión se difundió primero desde el cristinismo. Uno de sus periodistas preferidos sostuvo que en el entorno de la Vicepresidente hay gente que cree que “todo esto vuela por el aire en un mes”. CFK contó que le regaló a Fernández un libro que trata sobre un gobierno que se debe ir antes de tiempo luego de arreglar con el FMI. En una de sus arengas, su hijo defendió a quienes habían tomado la principal avenida del país durante dos días. Luego, esa versión, rebotó en medios y periodistas que, al parecer, pertenecen al lado contrario de la grieta pero tratan a Alberto Fernández igual que los camporistas: como en otros tiempo otros periodistas trataron a Arturo Illia.
No hay razones objetivas para que ocurra semejante cosa.
La invasión rusa a Ucrania le dio una vuelta de rosca más a la inflación. Como siempre que aumentan los precios, eso genera una situación de incertidumbre e inestabilidad. Pero junto con eso, la cotización de los dólares libres empezó a bajar, luego de una estabilidad que lleva 18 meses. El desempeño de la economía real refleja un crecimiento entre moderado y fuerte –depende del sector- que a su vez ha tenido un impacto sensible en la caída de la cantidad de desocupados. Los números del sector industrial se ubican en los mejores desde el 2015. Y hace solo tres semanas, la clase política construyó un consenso casi unánime para evitar que el país cayera en el default. No hay, además, ningún indicio de que en algún lugar se hayan producido amenazas de saqueos, ni tampoco fuga de depósitos.
En ese contexto, la política podría calmarse y tratar de encontrar soluciones a los problemas que existen sin arruinar lo que está funcionando. Pero es difícil que un gobierno controle a sus fantasmas cuando una guerra interna lo debilita durante tanto tiempo. El Presidente, además, ha empezado a generar mucha ansiedad, por su presunta falta de reacción, incluso entre sus colaboradores más leales.
Las hostilidades son permanentes. Las sospechas recíprocas recorren todo el ámbito oficial. Un clima tóxico y paranoico se ha adueñado del poder político en las últimas semanas. Si no se procesa rápido, puede contaminar demasiado lo que ocurra de aquí al lejano 10 de diciembre del 2023.
Tal vez el miedo no esté justificado y solo se trate de hacer lo correcto.
Al fin y al cabo, los monstruos pertenecen al mundo de la fantasía: tienen la dimensión que cada uno les concede.
Comentá la nota