El sucesor de Milei ya está en carrera

El sucesor de Milei ya está en carrera

Por: Gustavo González. Los opositores que pronostican un futuro cercano más negro para la Argentina y para este gobierno se pretenden posicionar para ser ellos los elegidos en el recambio político que vendría.

 

Igual sucede con los opositores que están seguros de que el modelo libertario no funciona, pero que no creen que la actual crisis socioeconómica lleve a que ese recambio ocurra antes de tiempo.

Incluso muchos de los aliados de Javier Milei no dejan de prepararse para un eventual futuro que los considere como protagonistas, aunque ese futuro no sea cercano.

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Es lógico. Sean opositores duros, moderados u oficialistas, la naturaleza del político es liderar sus respectivos espacios y, eventualmente, posicionarse como aspirante a presidir la Nación.

Y es lógico también que supongan que son capaces de acelerar la historia y de convencer a la sociedad de actuar en consecuencia. Quizá no sepan que es al revés. Que son los sectores sociales los que los eligen para usarlos cuando sea necesario. Por eso, el sucesor de Milei ya está en carrera. Aunque todavía no sepamos quién es.

Ansiedad peronista. En las últimas semanas, la ansiedad se apoderó de los dirigentes peronistas a partir de la renovación de autoridades en el Partido Justicialista. Forman parte de los opositores más duros que toman nota de la caída de Milei en las encuestas y le dan más importancia al deterioro de los índices de consumo y a la recesión que al “veranito financiero” del dólar calmo.

Axel Kicillof es la representación bonaerense de ese pensamiento. Comanda la provincia más poderosa y se considera el candidato natural para encarnar la angustia de los sectores más dañados y convertirse en el futuro recambio presidencial.

Cristina Kirchner se autopercibe como la conductora natural de ese espacio y brega para que no se opaque el poder de la agrupación que conduce su hijo y por mantener una centralidad obligada por tantos conflictos judiciales. A los 71 años y tras haber sido dos veces presidenta y una vez vice, su objetivo final no sería el de volver algún día a la Rosada. Aunque con ella (y en especial con la historia) nunca se sabe.

En las últimas semanas, ellos, junto al resto de los referentes peronistas, se muestran urgidos por resolver pronto quién será la contracara del ajuste de Milei.

No terminan de decirlo en público, pero lo advierten en privado: piensan que el rechazo social a los vetos al incremento de jubilaciones y de los fondos universitarios es solo la punta del iceberg de un malestar generalizado que puede explotar más temprano que tarde. Si eso ocurre, señalan, quieren que haya un peronista posicionado para conducir tal malestar.

Está bien que lo piensen, pero no va a ser ninguno de ellos quien decida quién conducirá a esos sectores sociales cuando llegue el momento. Es la historia la que siempre mueve por ellos.

Tres años antes de ser presidente, Milei era un excéntrico y no tan conocido panelista televisivo, mientras que su ahora poderosa hermana era una emprendedora de tortas caseras y tiraba el tarot.

Tres años antes de convertirse en el máximo líder del país, Juan Perón era uno de los referentes secundarios del golpe militar de 1943. Tres días antes del 17 de octubre de 1945, estaba preso en Martín García y desde allí le escribía a Evita que quería abandonar el Ejército, casarse e irse “a vivir en paz a cualquier sitio”.

Tres años antes de ser presidente, Néstor Kirchner iniciaba su tercera gobernación en Santa Cruz. Era, probablemente, el menos conocido de los gobernadores. Cinco meses antes de saber siquiera que participaría de las presidenciales de 2003, el entonces jefe de Estado, Eduardo Duhalde, le propuso apoyarlo en una candidatura. Lo hizo recién después de que otros tres políticos rechazaran el ofrecimiento: Solá, Reutemann y De la Sota.

Incluso, fue el movimiento de la historia (ese resultado de pujas entre los distintos sectores sociales nacionales y la respectiva correlación de fuerzas con otros movimientos económicos internacionales) el que llevó a un presidente como Carlos Menem a aplicar políticas que jamás había pensado aplicar. Aunque él, con picardía y para no aparecer improvisado, luego diría que lo tenía todo planeado y que no lo decía “porque de lo contrario no me hubieran votado”.

Ansiedad oficialista. No solo en el peronismo abunda la ansiedad por anticiparse al futuro. Dentro mismo del oficialismo hay alguien que semana a semana da señales claras de posicionarse como alternativa de poder.

Esta vez, Victoria Villarruel hizo tres audaces demostraciones de fuerza. El lunes mantuvo una reunión de una hora con el papa Francisco, con una cordialidad que el Pontífice nunca le había dedicado a quien lo llamó “enviado del maligno en la Tierra”. Luego fue a España a darle una distinción a la expresidenta María Estela Martínez de Perón. Y el emblemático Día de la Lealtad la homenajeó en el Congreso inaugurando un busto de “Isabelita”: “Hoy se termina la proscripción impuesta por los mismos que ahora dirigen el partido que lleva su apellido (…) desoyendo las ideas que alimentaron la doctrina justicialista”. Al final, acusó a quienes “dejaron a una mujer, cuyo apellido es Perón, a merced del terrorismo al que combatió, por el gobierno de facto que la encarceló y, finalmente, por una clase política que la desterró”.

Esta nacionalista católica, aliada circunstancial de un anarcocapitalista, aparece en todas las encuestas con mejor imagen que el Presidente. Sabe que solo los unió el espanto y que los pueden separar las urgencias. Desde hace diez meses sufre desplantes y paga con la misma moneda, en una construcción explícita de un espacio propio integrado por el electorado más conservador. Por eso recorre el país y por eso volvió a enviar mensajes al votante histórico del peronismo no camporista.

Patricia Bullrich lo entendió bien: “Está intentando un camino propio separado del Gobierno”.

Ansiedad social. Puede que el futuro líder de una nueva mayoría provisoria surja de una de las figuras conocidas de la oposición o del oficialismo. O puede que, como otros antes, aparezca un actor hoy secundario para protagonizar un nuevo cambio de ciclo dentro de tres años o cuando las circunstancias lo requieran.

Pero la verdadera duda es cuál será el perfil de ese líder en ciernes. Qué tipo de liderazgo irá a buscar la nueva mayoría social para reemplazar al anterior.

La duda encierra el interrogante de qué tan bien o tan mal le irá a Milei, qué tan rápido se sabrá eso y cómo lidiará con ese proceso la ansiedad social.

Porque si “le va bien”, en el sentido de que al menos un sector relativamente importante de la población llegara a gozar de algún beneficio y él lograra sustentabilidad política, entonces el sucesor tardará en aparecer o, cuando lo haga, debería ser alguien muy parecido a este hombre. Su hermana, por ejemplo.

Y si la situación social no mejorara o fuera peor, la pregunta es si el sucesor a buscar será un outsider excéntrico como Milei, pero en sentido ideológico contrario, o si el fracaso de un líder agresivo e inestable llevará a una nueva mayoría a elegir a su espejo inverso: un moderado, antigrieta y con perfil de estadista del largo plazo.

Mientras tanto, unos y otros juegan con el tigre de la historia como si realmente fueran capaces de domarlo. Cuando, en el mejor de los casos, lo terminarán corriendo de atrás, intentado aferrarse a su cola. Como siempre.

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