Por: Roberto García. Salvo algún vecino, parientes o compañeros de fracción, no los conoce nadie.
De acuerdo a las encuestas, claro. Ni siquiera son testeados. Tampoco eran conocidos cuando fueron votados y, menos, cuando abandonan el cargo: son la representación partidaria de una élite menor, los ediles en el pasado, el descarte (o la iniciación, tal vez), para participar en un torneo vecinal, lejos de las ligas mayores. Pero finalmente no son amateurs: en su ejercicio y cuando culminan la función suelen no necesitar trabajo, menos la necesidad de buscarlo, en particular si obtuvieron una banca en la Capital Federal, en ese edificio soberbio llamado Palacio Ayerza. Justo lo que va a ocurrir el 18 de mayo próximo para la competencia de legisladores porteños, los concejales de antaño, quienes desde 1994 se acomodaban a un campeonato menor históricamente y, ahora, de repente pasó a convertirse en una porfía de orden nacional, un remedo de las suspendidas PASO, la muestra aproximada del incierto tablero político en la Argentina. Casi un banco de pruebas para el gobierno Milei. En otro momento era lo que buscaba su Triángulo de Hierro.
Como el hombre modifica las instituciones, habrá que reconocerle al nuevo Horacio Rodríguez Larreta el cambio de expectativas por el comicio. Y su calidad de participantes. Según dice, quiere empezar desde abajo, desde las bases, asimilando una devaluación personal de quien se creía con derechos presidenciales desde sus cinco años, al anunciar su candidatura a una concejalía en lugar de promoverse como aspirante a diputado o senador. Lo menos. Pero se tiró a una hoguera para caminar sobre las brasas y, de paso, obligar a la quema de otros postulantes que estaban vestidos para una oportunidad jerárquica diferente. Su lanzamiento vino a caballo también de la separación de los comicios capitalinos, anticipando la muestra municipal de la nacional, en apariencia una hábil destreza de los primos Macri para fortalecer su feudo político, el PRO familiar. El sueño de una fortaleza inatacable.
Y justo atacó uno propio, Rodríguez Larreta, con otra bandera, cierto nombre en el ejido porteño por su pasada labor como intendente (o jefe de Gobierno) anticipando de ese modo una lucha que estaba reservada para los concursos mayores de este año. Y quienes se aguardaban como partícipes de experiencias electorales con otro status, superior, caso Manuel Adorni o Silvia Lospennato, ahora deben presentarse para hablar de los baches en Villa Ortúzar o Devoto, la precariedad en la 1-11-14 o la inseguridad en las calles de cualquiera de los 48 barrios porteños en lugar de empinarse a apoyar desde la Cámara de Diputados objetando la designación de un juez de la Corte o el acuerdo con el FMI. La vida te da sorpresas. Macri supuso en una reunión de tres horas en el departamento de un productor de TV que le modificaría la opinión a Rodríguez Larreta, sea por la excelsa unidad del PRO o por la cantidad de funcionarios que en la Municipalidad aún le responden a su excolaborador. No tuvo éxito, del mismo modo que fracasó con Diego Santilli y Cristian Ritondo, que arreglaran en simultáneo ir juntos con La Libertad Avanza en Capital y Provincia: en el territorio porteño ya se evaporó esa posibilidad, no se sabe todavía en el ámbito bonaerense. Por supuesto, Rodríguez Larreta ni siquiera sospechó el alboroto nacional que provocó su aspiración municipal, basada en principio por su obcecación contra Mauricio, contra lo que él siempre imaginó un desdén discriminatorio y negador al considerarlo sin futuro en las alturas por ser “petiso, peludo y pelado”. Macri dixit.
Al margen de la expresión, el ingeniero siempre actuó en ese sentido, ignorando Larreta que esa consideración quizás era igual a todos los que rodean a Macri. Entre ellos, luego de Casa Rosada e Intendencia, aparecieron odios crecientes, marcando otra relación a la tradicional de uno y dos en el liderazgo: Macri se molestó por el cambio de prelación cuando dejó el gobierno y Rodríguez Larreta lo marginó al mundo de los comunes en los actos, como si no hubiera sido mandatario, y se asustó de acompañarlo a la primera cita judicial en La Plata que lo podía complicar con prisión. En cambio, fueron solidarios entonces Ritondo y Patricia Bullrich, quien entró en la máxima cercanía buscando la herencia. Transitoria al fin. A su vez, Horacio se ofendía por nuevas preferencias de Mauricio que le reducían sus aspiraciones. Una pugna de rencores que ahora se expresan con Macri diciendo que Larreta contribuye al gobierno Milei para quitarle votos al PRO con su deserción y generando una explosión de retazos políticos que tal vez beneficien al candidato de un peronismo sui generis encabezado por el Leandro Santoro que tocaba la guitarra con Alberto Fernández y que este jamás premió con un cargo. Casi un símil de Macri-Rodríguez Larreta. La incógnita sobre la futura elección en Capital pasa por resentimientos y, en la etapa previa, asombra por la falta de enfoque de Macri y en el crujido de la estructura porteña. En apariencia, le ha dejado la responsabilidad de la candidatura a Lospennato y a su primo Jorge, mientras confiesa sus pifias por haber acompañado a Milei protestando porque “lo ayudamos en temas troncales y no nos paga”. Arguyendo que le facilitaron la aprobación de ciertas leyes clave y que el círculo íntimo, en particular Santiago Caputo y la hermana Karina, lo bombardean para destruirlo. No son agradecidos, ni buenos socios, estima. Como si el Presidente nada tuviera que ver con ese proceso. Pero lo preserva en la ofensiva para otra oportunidad, fallida. Aunque está más enojado con Milei que Cristina, quien disfruta con esas destrucciones ajenas en un ámbito municipal en el cual ella jamás se interesaría. Ella solo está para Primera A.
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