Sobre violentos, hipócritas y oportunistas

Sobre violentos, hipócritas y oportunistas

Por: Joaquín Morales Solá. ¿Casualidad? Improbable. ¿Solo una lejana coincidencia? Inverosímil. Ninguna administración kirchnerista tuvo una dosis tan insoportable de violencia callejera en la Plaza del Congreso como la que les tocó a los dos únicos gobiernos no peronistas de los últimos 20 años: el de Mauricio Macri y el de Javier Milei.

 La inevitable inferencia lleva a la conclusión de que es el kirchnerismo quien está detrás de la barbarie (esa correcta calificación pertenece a la senadora Carolina Losada) que destruyó bienes públicos y propiedades privadas. La misma malsana intención, además, de frenar la sesión parlamentaria mientras afuera el caos se apoderaba del espacio público. Lo consiguieron con Macri, cuando Leopoldo Moreau le arrebató con violencia el micrófono al entonces presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, promoviendo un golpe de hecho en el Poder Legislativo. El miércoles, en el Senado, Eduardo “Wado” de Pedro, que antes actuaba de moderado (solo actuaba), intentó lo mismo cuando propuso un cuarto intermedio para que una comisión senatorial fuera a conversar con los dueños de la violencia. Victoria Villarruel, la indispensable vicepresidenta de Milei, cazó en el aire el ardid de De Pedro y le arruinó la treta; ese cuarto intermedio hubiera significado el fin de la sesión del Senado. No habrían vuelto nunca más y, quizás, el quorum no se hubiera repetido. Villarruel había conseguido el día anterior el quorum cuando lo convenció a Martín Lousteau de que debía permitir el debate con su presencia, aunque luego votara como quisiera. Votó en contra de la Ley Bases; fue el único radical que colocó el voto para que fracasara la principal ley enviada por Milei al Congreso no bien asumió. Fue una situación extraña porque el presidente del radicalismo, que es Lousteau, puso ese proyecto al borde de la derrota. Hubiera provocado una crisis más grande que la que él ya promovió en 2008 con la resolución 125 y la consecuente guerra con el campo. Cristina Kirchner, de quien era ministro, perdió esa batalla política, pero tenía una fuerza parlamentaria de la que carece Milei. Lousteau terminó votando contra la posición de todos los senadores de su partido (o del partido que preside, para ser precisos); contra los diputados radicales que habían ayudado a aprobar la Ley Bases, y contra los gobernadores radicales que pidieron públicamente la aprobación de la ley. ¿Qué debería hacer el presidente de un partido que quedó en semejante soledad? La elevada autoestima de Lousteau le impide hacerse esa pregunta. El radicalismo es ahora un partido sin liderazgo y sin un proyecto común. “Implosionó”, diagnosticó uno de los más conocidos dirigentes de ese partido. Sucedió, con todo, un equilibrio oportuno. Fue otro radical, el senador Maximiliano Abad, bonaerense, quien impidió la derrota del Gobierno con su voto en general a favor de la ley. El voto de Abad, que muchos consideraban dudoso hasta la mañana del miércoles, permitió el empate y el desempate por parte de Villarruel, obviamente a favor de la ley de Milei. La leal actuación de la vicepresidenta debería servirles de lección a los mileístas para que no repitan sus campañas mediáticas contra ella. Villarruel juega el papel que cree que debe jugar. Punto. Por eso, adelantó también que no hará nada para que el juez federal Ariel Lijo obtenga el acuerdo del Senado. Ella cree, con razón, que ese lugar en la Corte Suprema debe ocuparlo una mujer. En cualquier otro país, el Presidente habría llamado a su vicepresidenta y al radical Abad, para agradecerles porque lo salvaron de una extraordinaria crisis política con el empate y el desempate. Pero Milei no hace esas cosas. Cree que quienes lo ayudan cumplen con una obligación y que la solidaridad con él debe ser absoluta; los otros son enemigos, según la tortuosa lógica de la división entre nosotros y ellos.

El papel más patético lo cumplieron, como siempre, el peronismo y el kirchnerismo, que ya son lo mismo, con muy pocas excepciones. Cuesta imaginar un país gobernado por Juliana Di Tullio, que protagoniza conversaciones de vecinas en el recinto senatorial, y por el discurso poliédrico, confuso y paranoico de José Mayans, eterno presidente del bloque kirchnerista. Debe reconocerse, no obstante, que contra todo pronóstico ese bloque de 33 senadores se mantuvo unido, aun cuando muchos saben que el kirchnerismo pertenece a un ecosistema que ya no existe. Varios senadores peronistas contribuyeron a tumbar el capítulo que reponía el impuesto a las ganancias, cuya derogación se hizo en las épocas electorales del populista Sergio Massa, y permitieron no aumentar el piso para el pago de Bienes Personales. Por votar contra Milei, votaron contra sus propios gobernadores, porque Ganancias es un impuesto coparticipable, y se alejaron aún más de la clase media con Bienes Personales. La aprobación de Ganancias hubiera significado más dinero para todos los gobernadores, incluidos los peronistas. Colocaron la ideología por encima del bolsillo. Esa es la mejor prueba de que al peronismo solo le importa terminar cuanto antes con el gobierno de Milei. “Creo que podemos insistir con éxito en la Cámara de Diputados”, respondió una alta fuente oficial cuando se le preguntó por el destino de los cambios en esos dos impuestos que fueron rechazados por el Senado. La Cámara de Diputados solo puede insistir en el texto de su proyecto o aceptar las modificaciones del Senado. No puede hacerle más cambios a la redacción de la Ley Bases. Si Diputados insistiera sobre su texto con mayoría simple (es la mayoría con la que el Senado rechazó esos cambios), el trámite se terminará ahí. Los impuestos sobre ganancias y bienes personales quedarían tal como Diputados los aprobó originalmente. El Senado los rechazó por solo dos votos. Diputados podría, en efecto, insistir sobre su versión.

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Un extranjero recién aterrizado en el país, y que hubiera tenido el coraje de escuchar el debate en el Senado, habría concluido que el bloque kirchnerista es una pandilla de ángeles que acaba de llegar a una nación arruinada por otros. La crisis del país, según ellos, es culpa de Macri. Mayans lo repitió hasta el cansancio. Pero el expresidente gobernó solo cuatro años de los últimos 20. El gobierno anterior al de Milei fue el de Alberto Fernández, que estuvo cuatro años en la Casa de Gobierno oscilando entre el error y la indolencia. Fernández entregó un país con una inflación acumulada del 271 por ciento y con 12.000 millones de dólares de reservas negativas en el Banco Central. Esto es: no había reservas; usaban los dólares que los argentinos tenían en sus cajas de ahorro en los bancos. ¿Cristina Kirchner tenía un menor porcentaje de deuda con respecto al PBI, como se ufanó Oscar Parrilli? Sí, es cierto, porque nadie le prestaba dinero (solo algunos organismos multilaterales) al gobierno de la expresidenta. Ella nunca contabilizó tampoco las deudas de su gobierno por los juicios perdidos en los tribunales internacionales del Ciadi, impulsados por empresas maltratadas por la administración kirchnerista. Los otros gráficos que mostró el infaltable Parrilli corresponden al Indec, que estaba intervenido por la propia Cristina Kirchner. ¿Cómo, entonces, las estadísticas no serían amables con ella?

Un artículo de la Ley Bases que provocó un intenso debate fue el referido a facultades delegadas del Poder Legislativo al Poder Ejecutivo. Es cierto que la Constitución, en su artículo 76, autoriza esa entrega de facultades solo en situaciones de “emergencia pública”. ¿Hay una situación de “emergencia pública” en el país? La elección del propio Milei como presidente de la Nación indica que muchos argentinos consideran que el país vive una crisis excepcional y que, por lo tanto, necesita decisiones excepcionales de parte de quien lo gobierna.

De todos modos, resalta la hipocresía del kirchnerismo, que se negó a sancionar las facultades delegadas para Milei, cuando desde Menem hubo siempre facultades delegadas del Congreso al Poder Ejecutivo. Los dos presidentes Kirchner prorrogaron las facultades delegadas del Parlamento a sus gobiernos. Macri dejó caer esas facultades que son de otro poder en los últimos dos años de su gobierno, pero Alberto Fernández las recuperó no bien asumió. Algunos legisladores dijeron que no podían delegar facultades en un presidente “desquiciado”. ¿Qué decían de Cristina Kirchner sus perpetuas cadenas nacionales y sus discursos enfurecidos contra enemigos reales o imaginarios? ¿Cómo evaluar a una presidenta que revelaba en sus farragosas arengas el secreto fiscal de muchos argentinos o divulgaba informaciones reservadas de la vida de otros argentinos?

Sus opositores son hipócritas, pero Milei es deslenguado y paga siempre un precio alto por eso. La oposición repitió una y otra vez el mismo argumento: ¿cómo darle facultades delegadas a un presidente que se autodefinió como un topo que se metió en el Estado para destruirlo desde adentro? El mamotrético Estado del kirchnerismo fue una estafa política. Un país sin Estado no es un proyecto serio de gobierno; es una vana fantasía.

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