Por: Jorge Lanata. Según el INCUCAI, en la Argentina hay más de ocho mil personas que esperan un trasplante.
Fui inmortal hasta los cuarenta años. La situación cambió por una serie de detalles que ahora no vienen al caso. La cuestión es que fui joven, e inmortal, hasta los cuarenta años. Todo el mundo, en algún momento, salta esa pared en la que el almanaque gana una importancia creciente, algunos planes se descartan de lleno y la duda sobrevuela.
Una enfermedad tratable, pero nunca curable del todo, bien puede provocarlo: en mi caso fue la diabetes y, después, la necesidad de un trasplante de riñón. Convertirse en mortal significa adquirir un reloj que nunca va a dejarte en paz, podés no verlo, pero el tic tac sigue, siempre, sonando en un segundo plano. El tiempo se sentó a tu lado. El hombre está hecho de poesía y carne en iguales proporciones pero -al despertarse mortal- la carne adquiere una importancia inusitada.
Por eso es científicamente exacto el título de la ultima película de Armando Bo estrenada el jueves. La película se llama “Animal” y trata de eso: de una persona demasiado normal que necesita con urgencia un trasplante, y se aferra a la vida, a su carne, sin ninguna poesía. Según el informe 2017 del INCUCAI hay, en la Argentina, más de ocho mil personas en esa condición. En Lista de Espera. En cualquier lista de espera -hasta en la de los aviones- un pequeño y miserable ser vivo lucha contra el Destino. Yo estuve más de tres años en diálisis hasta que el Destino se hizo presente.
La película de Armando Bo protagonizada con mucho talento por Guillermo Francella muestra algunas imágenes de aquel “trámite” que te mantiene vivo: en mi caso, cuatro horas cada vez, tres veces por semana, una máquina limpiaba mi sangre. En el mundo de la diálisis siempre hay luz de tubo, un televisor chiquito amurado en la pared y sillones alineados en pabellones de diez o veinte personas. Cuatro horas, tres veces por semana en el lugar del mundo donde la diálisis te encuentre, en ese sitio donde te proponías leer, escribir o entretenerte y terminás, siempre, con la mirada fija en la lista de espera que no se ve.
A Francella –y ya dejo de espoilear- ahí, en diálisis, se le muere un amigo. Miedo animal.
Tengo una vida tan azarosa como fue mi trasplante: el 28 de marzo de 2015, en el Instituto Favaloro, fui protagonista del primer trasplante de riñón cruzado de Latinoamérica. Ese método, finalmente, se concretó el 12 de octubre de 2017 en el Boletín Oficial. Me tocó hacerlo amparado por un juez y la tutela médica de Pablo Raffaele, jefe de la Unidad Renal. El trasplante cruzado es un intercambio de órganos entre dos receptores que poseen donantes vivos relacionados pero son médicamente incompatibles: Nora me dio su riñón y Sara, mi mujer, le dio el suyo a Ignacio, el hijo de Nora.
Un sábado se abrieron a la vez cuatro quirófanos en Favaloro para que esto fuera posible. La foto que ilustra esta nota es la de mi abrazo con Nora, a la mañana siguiente de la intervención.La abracé y lloré como si nos conociéramos de toda la vida. Había amor, pero un amor que nunca había sentido: el amor de una persona humana a otra, siendo parte de la misma especie. Nunca la había visto y la quería de ese modo.
El trasplante cruzado se practica hace décadas en el mundo: desde 1990 en Corea del Sur, 1999 en Suiza, 2000 en Estados Unidos donde constituyen el 13,5% de los trasplantes totales.
A Francella, el Destino le reserva algunas trampas: su vida animal, que persiste en subsistir, se enfrentará a su familia, a la codicia, al dinero, con la presencia permanente del reloj. Me enoja y agrada que la película de Armando Bo no tenga moraleja, no hay buenos ni malos cuando llueve la desesperación. Hay sobrevivientes.Dijo Santiago Jason Garcia -mi crítico de cabecera- que “Animal”es la mejor película argentina del año. Lo es. Y si la vemos bien, lo del trasplante es una anécdota: habla sobre las personas. Si van a verla, por favor, no se olviden que se los dije: vean, apenas empezada, la increíblemente bella y sorpresiva manera en la que aparece el mar.
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