Por Jorge Sigal.La cordura ha vuelto a imperar en el país y las lentejas acompañan una apacible conversación acerca de los nuevos tiempos de la política.
"El tema ahora es conseguir financiamiento externo antes de fin de año", dice, con la seguridad propia de un cirujano experimentado, el asesor ministerial.
–¿Estamos en un momento parecido al que tenía Cavallo cuando asumió como ministro de De la Rúa? –consulta con sagacidad uno de los periodistas más informados de Argentina.
–No, no, aún no. Estamos, podría decirse, como cuando asumió Ricardo López Murphy, hay tiempo para conseguir financiamiento –respondió con envidiable calma el experto.
–Ah, bueno… pensé que estábamos peor, me asusté –ironizó otro comensal, quebrando el clima de observatorio parisino que reinaba en el salón comedor.
¿Qué pasó? ¿Qué me perdí? ¿Volví de un coma? Hay momentos en que Argentina parece desenganchada de cualquier lógica. Entonces, las palabras y los gestos no concuerdan con la realidad. Se salen de curso. Apenas unas horas antes de las elecciones, Francisco de Narváez se había convertido en un estatizador precoz, Néstor Kirchner era el abanderado de una revolución en ciernes y Daniel Scioli había devenido en aguerrido comandante de la causa progresista. Jueguitos y amagues de un entretenimiento mediático que, sin reparar en gastos ni encontrar límites éticos y estéticos, ahora suenan a historias de otro siglo.
Al día siguiente de los comicios, un país de encapuchados asomaba a la peste que nadie había querido mencionar y mucho menos anunciar a tiempo. El sistema sanitario, ausente de la campaña electoral, se volvía repentinamente título catástrofe y pasaba a engrosar la lista de deudas pendientes de El modelo. Según denuncia Jorge Yabkowski, dirigente médico y de la CTA, el Estado sólo invierte el 1,9 por ciento del PBI en salud, mientras la Organización Mundial de la Salud recomienda que sea el 5 por ciento. Alica, alicate, qué bueno hubiera sido para un debate.
Ahora entramos en los días de diálogo y concordia nacional. Como si hubiéramos despertado de una pesadilla, encontramos postales de amables dirigentes que se ofrendan presentes y se dedican arrumacos. Y uno, que viene maltratado por tantos años de trinchera, tiene que agradecer que se hayan bajado de los agravios. Siempre es mejor vivir entre gente civilizada. Sin embargo, y sin ánimo de ofender, sería interesante saber de qué hablan esos señores y señoras cuando se reúnen. La concertación no es un acto de amor sino una legítima herramienta de la democracia para instrumentar alternativas frente a las crisis. Para resultar efectiva debe someterse a rigurosas reglas de transparencia y laboriosos tramados programáticos. Todavía no se observa esa vocación.
Descifrar qué se esconde detrás de las evidencias parece un ejercicio vano. Pero, sobre todo, frustrante. Miremos si no el reciente amague de ruptura en la CGT. Días y días de discusión, de amenazas, de demostraciones de fuerza, de noticias, de operaciones políticas. Hay que ser muy imaginativo para desarrollar semejante maratón sin siquiera rozar una idea, tirar un proyecto o cambiar algún concepto más allá de la distribución de cargos. Aunque sea como coartadas. Empezó como una pugna por el queso y terminó como tal. En estos tiempos la ideología se llama caja y el poder es sólo un sistema de reparto.
Si el asesor ministerial está en lo cierto, será casi inevitable que los problemas de financiamiento que tiene el Estado confluyan, más temprano que tarde, con esta extraña aptitud de la dirigencia argentina para negar la realidad. O para disfrazarla. Es posible que en ese momento descubramos a qué se refería Antonio Gramsci cuando hablaba de los síntomas mórbidos que suelen acompañar a las crisis.
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