Tensión y especulaciones en los búnkeres. De qué hablan los candidatos y por qué los estrategas están desconcertados a dos semanas de las elecciones 2023. Las preguntas del Círculo Rojo.Sergio Massa. Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich.
Por: Santiago Fioriti.
El empresario se paseaba por La Rural entre cientos de hombres y mujeres que no lo reconocían y que preferían desviar la mirada hacia su pareja, que eludía los stands en zigzag subida a unos tacos blancos altísimos, mientras el viento le abría un tapado de piel que llegaba hasta sus tobillos. El ejecutivo, de traje negro y corbata de varios colores, apuraba el paso de la mano de la mujer, sin prestar demasiada atención a la muestra ganadera. Hasta que, de pronto, al llegar a la puerta del restorán principal del predio de Palermo se cruzó con uno de los políticos más respetados por el oficialismo y la oposición, un conocedor profundo de la provincia de Buenos Aires, que a esta altura de la campaña se divierte haciendo pronósticos sobre los resultados que podrían darse en cada pueblo. El empresario lo detuvo:
—¿Y? ¿Cómo la ves? Decime: ¿quién gana?
Es la pregunta recurrente que se hace el Círculo Rojo, la que dispara cualquier diálogo ocasional. Solo faltan dos semanas para que se abran las urnas y se cuenten los votos de las primarias. La tensión se palpa en el aire entre quienes deben tomar decisiones fuertes. A aquella pregunta siguen otras. ¿Puede Sergio Massa tener un respiro con el acuerdo con el FMI y volverse competitivo en medio de una inflación que volvería a dispararse este mes? ¿Es cierto que Patricia Bullrich le está ganando a Horacio Rodríguez Larreta o será, como afirman en el larretismo, que sus votantes inclinarán la balanza a su favor sin hacer olas? ¿Podrá Javier Milei, como pronosticó Cristina, convertirse en un actor fundamental para dividir al electorado en tres tercios?
— “¡Yo qué sé!” —le contestó el dirigente al empresario, y la charla se disolvió.
Las PASO podrían ser decisivas para las elecciones generales del 22 octubre, y -quizá, sobre todo- para la economía que amanecerá el lunes 14 de agosto. La última experiencia, la de agosto de 2019, resultó traumática. Aquel viernes previo a la elección, los mercados tenían el dato de que Alberto Fernández y Mauricio Macri estaban parejos. Que podía haber, a lo sumo, dos puntos de diferencia. Alberto arrasó y veinticuatro horas más tarde el circuito financiero y el político se pusieron patas para arriba por una corrida cambiaria.
Ese recuerdo, sumado a la apatía que viene registrando cada elección provincial, genera una especie de panic attack en el sistema de poder de la Argentina. Se impone el desconcierto. Los equipos de campaña, aun los que menos recursos tienen, contratan encuestadores, no porque crean del todo en ellos, sino, al menos, para que les den una mínima pista, una hoja de ruta. Los estrategas, la mayoría extranjeros, prefieren hacer trabajos de focus group en zonas del Conurbano para intentar descifrar qué está pasando por la cabeza de los electores adultos que no leen diarios ni miran programas políticos y entre los jóvenes que viven pegados al TikTok de sus celulares. El establishment también contrata analistas para que brinden su visión de lo que viene. Ya no solo a los tradicionales: algunos empiezan a zambullirse en el mundo de los youtubers y de los influencers. Hay millones de personas que los siguen.
Nada alcanza, sin embargo. No encuentran certezas. Ni aun desembolsando altas sumas de dinero. El equipo de uno de los presidenciables que se jacta de pagar pocas encuestas acaba de contratar un paquete de tres sondeos. Pagó 300 mil dólares por adelantado. “Quizá tiramos la plata, pero es lo que hay”, admite uno de los integrantes de la mesa chica.
La brújula tuvo un quiebre clave, por lo simbólico, el 11 de septiembre del año pasado, en Marcos Juárez, donde las encuestas anunciaban el triunfo de la peronista Verónica Crescente y la ganadora resultó Sara Majorel, del PRO, por 17 puntos. En Marcos Juárez viven 30 mil personas y podían sufragar 24.177. Lo hizo solo el 59% del padrón. No era tan difícil acertar, pero no pudo ser. El fenómeno se trasladó a la mayoría de los distritos donde se votó este año. Las encuestas quedaron en el ojo de la tormenta. El dueño de una de las consultoras más importantes ha decidido dejar de publicar. Cuando se filtran sus números y trascienden en Twitter, enloquece.
La sensación de que no hay que descartar hechos inesperados entusiasma al kirchnerismo, y a Massa en particular. La posible baja asistencia de los votantes podría beneficiar a quienes tienen mayor poder de movilización, aunque esa consigna está bajo la lupa porque, aun cuando se ponen micros a disposición, mucha gente se niega a moverse de su casa, enojada con los políticos y por sus penurias cotidianas.
Los números asoman demoledores para el relato massista. La inflación está en el doble de la que planificaba el propio ministro para marzo y acumula una suba interanual del 115,6% (contra el 53,8% del último año de Mauricio Macri); el dólar blue pasó durante su gestión de $285 a $551, las reservas tocan un piso histórico y el FMI acaba de anunciar que la economía argentina caerá 2,5% en 2023. Así todo, él cree que puede ganar. Cristina, según un interlocutor que pasó por su despacho esta semana, también.
Como casi todos sus rivales, Massa divide la competencia en dos. Hoy solo piensa en las primarias y en salir airoso. Después se verá, falta una eternidad, dicen en su campamento electoral. Salir airoso sería transformarse en el candidato más votado. Cualquier otro resultado sería fatal para sus aspiraciones, dada la diferencia de atractivos que existen entre la interna de Unión por la Patria y la de Juntos por el Cambio. El temor de Massa es que Juan Grabois, sin chances reales, le termine quitando muchos votos de militantes que no creen en su vuelta al kirchnerismo. Una cosa es que Grabois obtenga un porcentaje marginal, como se especulaba en un primer momento, y otra que acumule un número que lo envalentone para exigencias futuras. Grabois representa, para Massa, todo lo malo que tenía el kirchnerismo cuando él era opositor.
Una buena elección del dirigente social, o incluso regular, lo obligaría a acudir a sus brazos la noche del 13. No sería la mejor foto para Massa, que en su cabeza ya diseña una estrategia para seducir al electorado del centro rumbo a las generales. Por eso -aunque en privado diga lo contrario- apuesta a competir contra Patricia Bullrich.
La Cámpora, o lo que queda de ella tras el portazo de Andrés Larroque y de otros dirigentes menos conocidos, se juega por Massa, pero no se desvive por él. Peor: hay quienes dicen que algunos camporistas rebeldes alientan a Grabois por lo bajo para impedir que al otro día de la elección Massa “nos quiera reducir a la mínima expresión”. El discurso de Grabois hiere al ministro. Aunque acordaron reglas de convivencia, cada tanto lo sacude. No lo llama más vendepatria, pero casi. Antoni Gutiérrez Rubi, el asesor catalán massista, considera a Grabois un candidato testimonial y hasta plantea dudas sobre si tendrá los fiscales suficientes para que defiendan sus boletas.
En Juntos por el Cambio parecerían gozar con su propio show para que los conflictos abiertos del Gobierno queden relegados en los portales de noticias. Las fricciones son constantes. Algunas, realmente, insólitas. En Cambiemos pasaron de criticar la década K a recordar la administración de la Alianza. Sin que nadie se los pidiera. Esta semana, Bullrich y Larreta dieron un paso más y trajeron a la escena la palabra blindaje, que inequívocamente se asocia a Fernando de la Rúa y a los manotazos previos al cataclismo. Se supone que el 10 de diciembre, si les tocara, deberían gobernar unidos.
Bullrich planteó que con un blindaje del FMI podría liberarse el cepo el primer día de su eventual gobierno. Larreta la castigó. La mandó, sin nombrarla, a estudiar. “Después se hace el buenito”, dijeron cerca de Bullrich. Más allá del ataque larretista, los bullrichistas asumen que su líder se equivocó. No es la primera vez que falla cuando habla de economía. El jefe de Gobierno busca ser la contracara. En los últimos días se reforzó el operativo para que ministros de la Ciudad y dirigentes de peso vayan a explicar “casa por casa” qué haría Larreta si fuera gobierno. “Nuestro voto necesita ser explicado”, dice uno de los que salió a la calle. La mano de los asesores. El voto de Larreta es reflexivo, el de Bullrich, pasional.
La pasión también mueve a Milei. El libertario está enojado con Bullrich. La acusa de hacerle campaña sucia. Registra varios hechos pero, en especial, dos: el escrache que sufrió en Tigre con una dirigente que va en la lista de Juntos y su mal momento en el acto de la AMIA. Hasta hace dos meses ambos coqueteaban con algún tipo de acuerdo para un eventual balotaje. Hoy el diálogo está frío. Macri, desde el exterior, intentó comunicarse con Milei. Hubo tan solo mensajes. El ex Presidente le pidió que apaciguara sus críticas hacia Bullrich. Una demostración de que está jugado por la candidatura de su ex funcionaria.
Milei le contestó. “Si Patricia me pide disculpas y se hace responsable de lo que pasó…”. Macri leyó el mensaje. Y le clavó el visto.
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