Si Cristina Fernández de Kirchner imaginó que su “renunciamiento” estaría acompañado de un alineamiento de la dirigencia y un “clamor popular” hacia su candidatura, se equivocó de cabo a rabo.
La decisión de Cristina Fernández de Kirchner responde a un estricto cálculo político. Por un lado, le permite victimizarse y poner en la Justicia la responsabilidad de su autoproscripción. Por otro, le permite profundizar su rol de opositora dentro de un oficialismo que, desde el ejecutivo, nada ha hecho para respaldarla en su tormentoso frente judicial. Finalmente, Cristina no quiere ser candidata en una situación donde el 78 por ciento de los argentinos son pobres o indigentes, según qué indicadores se elijan para medir esos indicadores, y por lo que cualquier gestión está condenada al fracaso, ya que al ajuste actual habrá que agregarle los pagos a los acreedores privados e institucionales. Un contexto de esas características detonaría la imagen con la que pretende -acertada o no- quedar en la posteridad.
Así las cosas, el candidato obligado es Sergio Massa, quien ha cargado sobre sus hombros la responsabilidad de llevar a esta gestión hasta su término, una posibilidad bastante difusa antes de su asunción como superministro. Massa afirmó que no aspiraba a una candidatura presidencial pero, en caso de tener algún éxito en su desempeño económico, lo convierte en candidato obligado. Y allí surgirá el “clamor popular” y la presión de intendentes, gobernadores y agrupaciones partidarias para que revise esa negativa.
Massa es, al día de hoy, el único que garantizaría la unidad del conglomerado que compone el Frente de Todos. Los otros candidatos posibles significarían una fragmentación de la coalición, y la amenaza de que el balotaje finalmente enfrente a Juntos por el Cambio con Javier Milei.
Dentro de los postulantes para cubrir el vacío de Cristina se anotan Alberto Fernández, Daniel Scioli y el gobernador de San Juan, Sergio Uñac, y son anotados “Wado” de Pedro y Axel Kicillof. Alberto sabe que no tiene chances, pero debe insistir en anunciar su afán reelectivo para no quedar invisibilizado del todo en la escena política. Encubierta detrás de él aparece la candidatura de Daniel Scioli, quien sería el tapado para presentar a último momento como prenda de unidad. El tercer peronista es Sergio Uñac, pero sus acciones dentro de los gobernadores y a escala nacional pagan hoy mucho menos que hace tres años. Con cualquiera de estos candidatos, el peronismo estaría en condiciones de disputar, a lo sumo, un segundo puesto.
El candidato natural de Cristina es Axel, pero el gobernador bonaerense anhela reelegir y sólo presentaría su candidatura si su jefa lo ordena. Esa postulación significaría una ruptura del Frente de Todos a nivel nacional y una catástrofe electoral el año próximo.
Finalmente queda “Wado” de Pedro, a quien Máximo Kirchner presenta como el candidato presidencial de La Cámpora. Pero el ministro del Interior ha aprovechado su gestión para generar alianzas e instalar su nombre a nivel nacional más allá de la agrupación de la que surgió. Pragmático, sabe que no es su hora para la presidencia, pero sí para ocupar un segundo término en la fórmula y así instalar su nombre para 2028. Esa postulación a la vicepresidencia lo resguardaría de una eventual derrota electoral y, a cambio, no sólo lo posicionaría en un papel relevante dentro del universo del actual oficialismo, sino que le permitiría manejar el Senado en el caso de una improbable victoria.
Al día de hoy, la fórmula Massa - De Pedro es la única que le ofrece alguna expectativa al Frente de Todos.
Claro que está que esto es la Argentina y todo puede cambiar en cualquier momento. Sobre todo si el candidato obligado es el ministro de Economía en un contexto inflacionario que supera el 100 por ciento y siempre está amenazado por un eventual golpe de mercado. A su favor tiene que es el más blindado dentro del oficialismo, tanto dentro de los espacios corporativos como de la diplomacia internacional. Y eso no es poco.
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