Triunfador en las PASO y favorito para las presidenciales, Daniel Scioli además de ampliar su ventaja sobre Mauricio Macri, también deberá defenderse de la descomunal ofensiva mediática opositora al oficialismo, de una agresividad y persistencia desconocidas en la historia electoral argentina desde el regreso de la democracia.
Sin límites, sin códigos, fuera de control, la semana pasada descargó sobre el gobernador una avalancha de interpretaciones –todas negativas- sobre su breve viaje a Italia en plena inundación, y también exigió por (y con) todos los medios disponibles un acuerdo entre Macri y Sergio Massa para derrotar al candidato del Frente para la Victoria.
Mientras regresaba desde Italia, Scioli percibió la hostilidad de las coberturas enfáticas sobre su inoportuno viaje que, además, ignoraron las motivaciones médicas esgrimidas. Luego, cara a cara con los cronistas en La Plata, directamente recibió tratamiento de enemigo un incómodo lugar en el que nunca estuvo. Antes de irse, ya le habían pedido que se pronunciara sobre las denuncias contra Aníbal Fernández.
Mimado de la prensa, bien relacionado con el multimedios Clarín, aún a costa de críticas K, a sólo dos meses de los comicios donde representará los colores del oficialismo, Scioli se halla en medio de una guerra del sector concentrado de la prensa contra Cristina Kirchner, su gobierno, y obvio, contra todos sus candidatos empezando por él mismo.
La ofensiva supera ampliamente la mera preferencia electoral que todo medio tiene derecho a expresar. El operativo apunta a evitar por todos los medios el triunfo electoral del FPV, como modo seguro de cortar de cuajo su modelo económico, social y de intervención del Estado, que a todas luces detesta.
En los términos de Ignacio Ramonet en “El quinto poder” (2003), la prensa hegemónica castiga al oficialismo con la fuerza del poder real (el establishment, que Clarín integra hace cuatro décadas) e incluye a los industriales, el peso de la pauta publicitaria del lobby financiero y una Sociedad Rural más desbocada que en épocas en que combatía al ‘régimen’ del general Perón.
Aunque suman su hostilidad anti K las versiones en papel y digitales de La Nación, Perfil, Infobae y El Cronista, es Clarín quien conduce con sus incansables tanques escritos, radiales, de la TV abierta y el canal TN, en suma, su posición dominante en el mercado mediático. Otros programas de TV, semi marginales, aportan lo suyo vía conductores claramente jugados por la oposición.
En febrero, cuando el caso Nisman lo llenaba todo, Héctor Magnetto, declaró en un reportaje luego volcado en un libro, que la guerra contra el gobierno “se termina en diciembre”. Y sobre la presidenta, que “esa señora tendrá que responder”. Se suponía que se refería al caso del fiscal muerto, pero el expediente se cayó en la justicia y la ofensiva no cesó.
Clarín no solo acumula viejos rencores de la época de Néstor Kirchner (¿Estas nervioso? o el cotillón Clarín Miente), la estatización de las AFJP o la sanción de la nueva Ley de Medios. A su liderazgo absoluto resulta intolerable la agenda picante de los medios estatales, que en base a archivos inhallables le fue corriendo velos que ocultaban su verdadero rostro.
Clarín y la prensa que prefiere autoelogiarse llamándose ‘independiente’, odian especialmente al programa de la TV pública 6,7,8, de la productora PPT. El mismo Scioli fue presionado por Luis Majul en el Canal América para que diga si en una presidencia suya el citado programa seguirá en el aire.
Pero el mayor fastidio proviene de comprobar que tanto esfuerzo no se vio coronado en las PASO, donde el electorado le otorgó una victoria clara a Scioli, candidato presidencial de un gobierno en el poder desde hace 12 años. Período demasiado para el establishment, que si bien estuvo activo en la oposición nunca pudo imponer políticas propias como en períodos anteriores.
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