Santa Fe cambia de signo y Macri mira

Por: Pablo Sirvén. La lectura de las distintas elecciones provinciales que se fueron sucediendo este año daba cierta tranquilidad, al menos estadística, al gobierno nacional: con mayor o menor holgura, todos los oficialismos del interior, tuvieran el color político que tuviesen, fueron ratificados en las urnas. Eso los llenaba de entusiasmo pensando en que lo mismo sucedería automáticamente a nivel país y así Mauricio Macri lograría su reelección.

 

Pero, atención, hubo una importante excepción a esta regla que quiebra crucialmente ese paradigma: la provincia de Santa Fe, luego de tres sucesivas gobernaciones socialistas -Binner, Bonfatti y Lifschitz-, cambiará su signo político a partir del próximo 10 de diciembre, con el regreso del peronismo al poder en la figura del dirigente Omar Perotti.

Ese espejo, en el que la administración central no desea reflejarse, encendió algunas alarmas. A pesar de que el socialismo tuvo y tiene una administración austera sin denuncias por corrupción; llevó adelante mucha obra pública, aunque cerrándoles el paso tanto a Odebrecht como a Julio De Vido; transformó Rosario (donde ya gobernaba desde 1989), y avanzó ostensiblemente en la mejora de la salud pública y la convivencia democrática, la ciudadanía decidió cambiar. En 2015, el escrutinio tan peleado, con recuento de votos inclusive, sonó a seria advertencia: Lifschitz apenas pudo imponerse al cómico Miguel del Sel por 1500 votos.

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El estilo espartano de los socialistas se ubica en las antípodas del autobombo bullanguero peronista; no peleó lo suficiente y perdió la batalla de la comunicación nacional al no saber, no poder, no querer (o todo junto) neutralizar el arbitrario mote de "narcosocialismo" que les endilgó el kirchnerismo. Los santafesinos sienten bronca por tal injusto señalamiento tras la cantidad de narcos que han encarcelado y se preguntan si acaso no hay más bandas de ese tipo operando en el conurbano, donde gobiernan mayoría de intendentes peronistas, sin que caigan peces gordos.

A los socialistas también les faltó pasión para plantarse más fuerte y con mayor decisión en la vidriera nacional cuando Hermes Binner fue candidato presidencial, en 2011, y años más tarde para defender mejor la continuidad del frente UNEN, que se deshizo en cuanto Elisa Carrió cruzó de esa vereda a la de Macri.

La aburrida asepsia socialista parece ir a contramano de las mucho más atractivas estrategias electorales del siglo XXI.

La idea de creer que es suficiente estar conforme consigo mismo le valió al socialismo el paradójico récord de ser castigado por dos administraciones centrales de signos tan opuestos como las presididas primero por Cristina Kirchner y después por Mauricio Macri. Al pie del Monumento a la Bandera, la ahora multiprocesada senadora pronunció a sus acólitos su grito de guerra "vamos por todo", y si bien Macri ha atendido más, por intermedio de la ministra Patricia Bullrich, los problemas de seguridad ocasionados por el narcotráfico, mantiene una relación fría y distante con el gobernador saliente.

Como prueba de ello, otra vez figura el emblemático Monumento a la Bandera, cuya restauración interminable el gobierno nacional mantiene pendiente.

Aun siendo la viuda de Kirchner y Macri tan distintos, el último 20 de junio los rosarinos se sintieron humillados por los dos. La primera, durante la enésima presentación de su libro, cometió el doble papelón de hablar de sus alocadas fantasías sexuales con Manuel Belgrano y de hacer mojigatos planteos sobre la intimidad de María Eugenia Vidal, en tanto que el segundo, en vez de reseñar la importancia de la fecha, no tuvo mejor idea que fustigar al sindicalista Hugo Moyano ante la azorada mirada de escolares.

Otros problemas electorales con los que debió lidiar el socialismo santafesino: la tirante relación entre Lifschitz (que pretendía una reforma electoral que habilitara la reelección) y Bonfatti (su antecesor y actual presidente de la Cámara de Diputados, que aspiraba a volver al poder), y la irrupción de Cambiemos a nivel provincial, que dividió el voto opositor al peronismo. Faltó visión allí -especialmente en los radicales, aliados históricos del socialismo, pero también presentes en la alianza Cambiemos- para no generar la dispersión que terminó favoreciendo el regreso peronista, que no será apacible. Es que a Perotti, como a Alberto Fernández en el plano nacional, le llenaron la lista de legisladores con gente de La Cámpora, con los que ideológicamente no tiene afinidad.

Dos curiosidades dignas de mencionarse: la mediática Amalia Granata, que con el pañuelo celeste en alto se convirtió en la tercera fuerza provincial, con apoyo de los evangelistas, y el batacazo del periodista Marcelo Lewandowski, que dio vuelta la elección que en las PASO había ganado la intendenta rosarina, Mónica Fein, y que ahora le dará al peronismo su primer senador desde 1983.

La kilométrica transición -Perotti recién asumirá dentro de cinco meses- ya empezó a ocasionar las primeras fricciones. Lifschitz ya hizo saber que gobernará hasta el último día y luego comandará Diputados, donde el socialismo conservará su mayoría

 

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