Son las estimaciones de la Iglesia ante la histórica convocatoria. Con un público que se conmovió durante la tarde de ayer, el cura llegó a Paraná desde Rosario con un mensaje de fe y esperanza.
“Gracias a Dios, Puiggari decía que cuando yo tenga tiempo y ganas venga, entonces vine acá y eso se me dio para estar con ustedes. Pero recuerden que no es Ignacio; Ignacio está atrás de Jesús. Como dice ese pasaje hermoso del Evangelio: no hay nadie que puede dar, y es cierto, solo Jesús”, dijo el padre Ignacio a todos los fieles que llegaron desde distintos lugares de Entre Ríos y desde otras provincias vecinas.
Palabras de aliento
La misa comenzó 15 minutos antes de lo que estaba previsto y terminó a las 16.55. Dentro de la Iglesia Sagrado Corazón de Jesús la mayoría eran enfermos que llegaron con la esperanza de encontrar una sanación o una palabra de aliento: personas mayores, muchos en sillas de ruedas y niños enfermos con sus madres y sus padres.
“Con esta fe vamos a pedir: por un bebé que se está esperando, por trabajo, por viviendas y sobre todo por los enfermos, que son los amores míos. Por eso tomé el atrevimiento de venir hasta acá; por que hay muchísimos que piden”, dijo el padre Ignacio, y agregó: “Yo comparto la gracia que Dios me dio, pero pidan a Él para que nos conceda, para encontrar en la Eucaristía a Jesús que está presente en la esperanza de la vida”.
Esperanzados
Antes de comenzar la misa salió a uno de los balcones a saludar a todos los presentes. Los fieles en la plaza Sáenz Peña aplaudieron su aparición. También se llevó aplausos al comenzar la misa.
Adentro y afuera de la parroquia, abuelas y abuelos llevaban en sus manos las fotos de sus nietos u otros parientes; en la cara de la mayoría de los presentes se notaba la esperanza de tener una vida mejor.
“El que viene a mí jamás tendrá hambre”. Cuando Jesús dice “hambre”, es la necesidad de sostener y mantener lo físico, lo sentimental, lo material y espiritual. Si “el que cree en mí jamás tendrá sed”, no va a buscar nada más, para satisfacer esa sed que se tiene muchas veces”, con estas palabras el padre Ignacio comenzó la homilía en una misa particular y un hecho histórico para Paraná y Entre Ríos.
En total la misa duró 70 minutos. La mayoría de los presentes esperaron afuera de la iglesia. Sin embargo, antes de terminar Ignacio aclaró que atendería a todos. “De esta forma hoy el señor nos dice: si abrimos nuestro corazón humilde y sencillo, no importa que seamos pecadores, va a absorber nuestros pecados confiando en su misericordia”, dijo el padre Ignacio. Al momento de realizar las bendiciones comenzó con los más cercanos y a medida que pasaban iban ingresando nuevas personas a la iglesia.
“Qué es lo que necesito dice Jesús: la fe que mueve el corazón de Dios. El milagro existe no por lo que el hombre quiere hacer. Ahí despierta el milagro de dios. Esa fe a veces nos cuesta sostener”, dijo Ignacio en uno de los momentos más emotivos de la homilía y agregó: “Uno siempre desespera, siente el dolor y el sufrimiento, a veces piensa que la respuesta no llega cuando nosotros queremos. Es cierto. El tiempo de Dios no es el tiempo del hombre”. Además habló del amor que necesita Dios para llegar al corazón de cada persona.
Dentro de los dispositivos que dispusieron los organizadores, había una entrada y una puerta de salida de la iglesia. Eso permitió que nuevos fieles ingresaran a medida que se avanzaba sobre las bendiciones.
La cola de gente fue al ritmo esperado. La plaza estaba rodeaba y a su vez colmada en su interior de personas y paraguas.
En algunas casas que daban al frente a la plaza algunos vecinos abrieron las ventanas y se dispusieron televisores para que la gente pudiera ver la misa completa.
Ignacio dijo: “Dios llega de la manera en que menos nos imaginamos. Lo que necesitamos es la fe. La fe para compartir, vivir y sobrevivir en esta vida. Sin egoísmo. Dios nunca nos abandona”. Al cierre de la edición de UNO aún continuaban las bendiciones. Palabras como sencillez, humildad y amor fueron las más usadas por el cura en la homilía y logró conmover, con su dialecto particular, a todos los presentes.
Bendecir a todos
Sobre el final de la misa aclaró que iba a atender a todos los presentes.
Esto dejó más tranquilas a las personas que esperaban afuera. Al ser tantas se podría pensar que no iba a tomar esa decisión.
A su vez, pidió que se respeten las decisiones de sus colaboradores a la hora de la bendición.
Cuando terminó la misa, se dispuso un dispositivo donde los colaboradores no dejaban a la gente pasar al altar. Con respeto y amabilidad fueron ubicando a cada uno de los presentes dentro de la iglesia, de forma tal que fue posible para Ignacio comenzar las bendiciones: uno de los momentos más esperados de la tarde.
La fe movilizó a miles de personas que necesitan del padre Ignacio y de una esperanza para tener una vida mejor.
Emoción y esperanza de fieles que desafiaron la lluvia y el frío
Mucha gente esperó al padre Ignacio Peries desde el día anterior y soportó las bajas temperaturas durante la noche, a la intemperie. Entre ellos hubo niños, ancianos y personas enfermas
El lunes por la mañana llegaron las primeras personas a la parroquia Sagrado Corazón de Jesús para asegurarse un lugar en la extensa fila que se formó con el correr de la horas para presenciar la misa que brindó el padre Ignacio Peries.
Cerca de las 22 se hizo el vallado con una red color naranja y la hilera se fue acomodando para pasar la noche.
Cuando oscureció las bajas temperaturas se intensificaron, pero eso no importó a los fieles: munidos de frazadas y abrigo se mantuvieron inamovibles en su fe y en su esperanza de ingresar al templo para ser sanados por el popular sacerdote de la Cruzada del Espíritu Santo.
Algunos armaron carpas para proteger a los más pequeños de las inclemencias del clima, otros soportaron el frío con el apoyo del mate o de otras bebidas calientes, y también con la compañía de sus pares, quienes entre charla y charla vieron transcurrir las horas hasta que por fin amaneció. En este contexto, fueron pocos los que pudieron dormir en los sillones apostados sobre la acera. La sensación térmica osciló los 6º y el día asomó nublado para los feligreses de la iglesia católica, que firmes aguardaron la bendición que los acerque al milagro esperado por cada uno.
Delia fue la primera de la extensa cola. Estoicamente pasó la noche a la intemperie, dispuesta a esperar las 30 horas que transcurrieron entre su llegada y el inicio de la celebración de la eucaristía. “Pasamos mucho frío, pero sé que esta es la única forma de poder entrar a la misa”, confió a UNO. Fue a pedir por su madre, que tiene 70 años, y también por ella, sus hijos y sus sobrinos, que padecen diferentes problemas de salud.
“Trajimos frazadas, pero no alcanzó. Igual pasamos la noche tomando mate para mantener el calor”, aseguró.
Más atrás estaba Gloria, una paciente que periódicamente debe someterse a diálisis luego de un accidente laboral. Cubierta con una amplia manta de color rosado, expresó: “Sé que estar toda la noche al aire libre y con este frío me va a hacer mal, pero mis hijas me acompañan y tengo esperanzas de que ocurra un milagro”.
Es que el padre Ignacio ganó fama por poder concretarlos, y aunque quienes lo conocen aseguran que a él no le gusta que se diga que hace milagros, es lo que la gente cree y lo que los testimonios de muchos que recibieron su bendición y se sanaron de alguna enfermedad trasmiten a diario, alimentando las certidumbres de quienes precisan una respuesta que a lo mejor la Medicina no puede brindarles.
Cuestión de fe
“Yo he visto y he presenciado los milagros”, aseguró Carina, quien coordina viajes semanales a Rosario para visitar la parroquia Natividad del Señor, llevando a los creyentes para que puedan ser ayudados. En este sentido, comentó: “Los casos que más recuerdo son los de un hombre de Misiones que se recuperó de un cáncer de páncreas; el de otro chico que vino desde Chile y se curó de HIV; también me acuerdo de tres nenitos que esperaban ser trasplantados, uno de riñón, el otro de intestino y el restante del corazón, pero llegado el momento de la cirugía, a través de los exámenes prequirúrgicos, los médicos determinaron que ya no existía la enfermedad”.
Juan es otro de los esperanzados concurrentes que fue a pedir por su papá “que está muy enfermo”, según manifestó. “No fui nunca a ver al padre Ignacio, pero mis hermanas sí. Una de ellas no podía tener hijos y durante la bendición él le tocó la panza y uno de sus servidores le dijo que estaba embarazada. Se hizo los análisis y era verdad”, agregó emocionado.
Ayer, la ilusión de mucha gente se vio plasmada en lo largo y a lo ancho de la plaza. La lluvia que comenzó a caer a media mañana y en parte de la tarde no entorpecieron, sin embargo, su permanencia. La cola avanzó con lentitud, mientras los voluntarios que colaboraron con la comunidad religiosa de Paraná para que todo se desarrolle normalmente, organizaron a los de más adelante.
“Esta es una oportunidad única y por eso estoy acá. Escuché que hace milagros y creo en él”, narró María Luisa, oriunda de Córdoba, quien llegó a Paraná sola, especialmente para esta ocasión.
Por su parte, Tita, otra de las mujeres que esperaba la hora de la misa, habló del padre Ignacio y lloró de emoción: “Voy a Rosario hace más de 25 años, desde que él empezó a recorrer los hospitales en bicicleta y los lugares más humildes. Lo conocí en la iglesia San Miguel, motivada por la curiosidad y la fe. Ahora lo sigo, ya que a mi hija la operaron de aneurisma y él la sanó”.
“La fe mueve montañas”, remató Víctor, al lado de su esposa Mirta, quien perdió el habla y la movilidad hace cinco años luego de un infarto cerebral. Ellos, como todos los que esperaron con paciencia a lo largo de toda la jornada, saben de qué se trata tener fe, y se aferran a la esperanza de que el contacto que pudieron lograr ayer con el cura oriundo de Sri Lanka les posibilite revertir aquello por lo que sufren cotidianamente.
Testimonios de la gente
Norma es devota del padre Ignacio desde hace 10 años, cuando su hija Romina Allaud tuvo un accidente automovilístico que casi que casi le costó la vida. Pasó tres meses en coma y los pronósticos de los médicos no eran muy alentadores. “Creíamos que no iba a sobrevivir”, contó Norma.
Sin embargo, sus familiares escucharon hablar del cura sanador y emprendieron el viaje hacia Rosario. Le llevaron una foto de la joven y una prenda de vestir. Ellas aseguran que el sacerdote les dijo que iba a tener un paro cardíaco, pero que luego de eso se iba a recuperar. Sucedió tal cual lo predijo. Hoy Romina goza de buena salud y fue una más de las tantas personas que se acercó ayer a ver al padre Ignacio.
Sensaciones sagradas
Miles de fieles recibieron la sanación del padre Ignacio Peries, en una jornada de profunda emoción y signada por la fe.
A la salida del templo, concluida la celebración litúrgica, los primeros creyentes no ocultaron su emoción, fe y esperanza tras ser bendecidos por el Cura de los milagros.
Una señora, visiblemente emocionada, dijo a UNO: “Soy de Paraná, me fue bien, me siento muy bien. Hemos venido con mi marido”, dijo mostrando su fotografía en el Documento Nacional de Identidad.
Mientras una lluvia tímida amenazaba con empañar una jornada histórica para la ciudad, una pareja compartió su experiencia de fe y el significado de haber estado junto al cura sanador. “Fue una sensación hermosa porque nos unió las cabezas y porque pedí por mis tres hijos. Él nos hizo una señal y fue algo muy lindo”, expresó Marta.
La mujer que se encontraba acompañada por su marido manifestó: “Nos vamos muy contentos”. Por otro lado recordó: “Una vez fuimos a Rosario, hace muchos años”, al tiempo que su marido, llamado Waldo, apuntó: “Al principio la espera fue un poco larga, pero después pudimos pasar sin problemas”.
“Para mí con verlo ya está”, balbuceó una mujer en la explanada de la parroquia. “Venimos a pedir por él, por la familia, por más trabajo, por nuestras hijas. Cada vez que vengo salgo sana; es todo para mí”, recalcó acompañada de su marido que se transportaba en silla de ruedas. Sobre el tiempo que le demandó la espera acotó: “Estábamos desde las 10.30 y a partir de las 15 me puse en la cola de los discapacitados. Pero todo se hizo muy bien”.
Consultada por el momento vivido junto al sacerdote sostuvo: “Él no dice nada, solo las chicas que colaboran con él. Lo que te da siempre es el agua bendita, la oración y la bendición que recibe el enfermo”.
La búsqueda de aliento para enfrentar las adversidades
Daniel y Andrea son un matrimonio muy joven que llegó desde Urdinarrain junto a su hijita María Luján, de 6 años, que nació con una parálisis cerebral. A las 3 tomaron un colectivo de larga distancia y llegaron a las 7.30.
Por el estado de salud de la pequeña pudieron pasar a la entrada de la capilla, donde las personas con necesidades más evidentes esperaron a los servidores del padre Ignacio.
En este marco, Daniel contó a UNO: “Vamos a todos los lugares donde se transmite la palabra de Dios. Buscamos una cuota de aliento para tratar de mejorar la calidad de vida de nuestra hija. También somos devotos de Juan Pablo II”.
Asimismo, expresó: “Creemos en sus palabras y sabemos que Dios tiene servidores para mejorar cosas a través de ellos. Nosotros soñamos con que nuestra hija esté mejor y recorrimos 250 kilómetros porque tenemos fe en que el padre Ignacio nos va a ayudar”.
Por otra parte, Daniel indicó: “Es al primera vez que vamos a ver al padre y creemos que vale la pena este sacrificio”.
Al lado estaba Ramón, un hombre de unos 40 años que portaba una mochila de oxígeno por padecer una enfermedad pulmonar grave: “Me dieron tres años de vida, por eso vine”, dijo entre lágrimas.
Desde los días previos se aseguró que los enfermos tendrían prioridad para ingresar a la parroquia a presenciar la misa y recibir la bendición. Los servidores del padre Ignacio fueron los encargados de determinar esta instancia.
Sin embargo, la cantidad de personas que acreditó algún problema físico superó la capacidad del templo, y muchos debieron conformarse con escuchar desde afuera la ceremonia del cura que llegó a la Argentina en 1979 y rápidamente ganó popularidad entre la gente.
Una plaza repleta de historias
En todo acontecimiento histórico siempre una plaza tiene que tener un rol protagónico. Esta vez le tocó a la multifacética Saenz Peña que durante más de 24 horas alojó a miles de fieles que esperaron con paciencia y en silencio la bendición del padre Ignacio.
Ayer el clima adverso puso a prueba la fe de los creyentes que soportaron el día más frío del año. A las 7.30 cuando la hilera partía del atrio de la parroquia y llegaba hasta la esquina de Villaguay la sensación térmica era de 7,8º. En ese momento, en la esquina de Villaguay e Illia armaban el primer puesto de comida en donde se vendieron hamburguesas a 12 pesos y el agua caliente a 3 pesos.
Si bien el viento frío pegaba fuerte y la mañana se empecinaba en volverse gris plomo otoñal, nadie pensaba en que la lluvia también quería ser partícipe del movimiento social que cautiva hasta los más agnósticos.
A mitad de mañana se largó el primer chaparrón y desde ese momento todo empezó a ser mucho más difícil para los que, a esta altura, ya habían copado la plaza.
Entre tanto esfuerzo, a la hora del almuerzo los puestos de comidas fueron tomando preponderancia entre el público compuesto en su gran mayoría por mujeres y niños.
En la esquina de Villaguay e Irigoyen un stand ofrecía la promoción de un sándwich de pollo más una gaseosa a 20 pesos. Las que también salían eran las hamburguesas “especiales” a 15 pesos y los clásicos choripanes que cotizaban 10 pesos al paso.
Un grupo de santafesinos armó una carpa “a todo trapo” en la esquina de Yrigoyen en donde vendían arroz con pollo preparado al disco que costaba 20 pesos con bandeja, cubiertos y pan incluido.
Cuando el reloj marcó las 14.18 se largó el chaparrón más fuerte del día y en ese momento los árboles de la plaza fueron fundamentales, sobre todo para los más débiles de salud. Los que salieron temprano de sus hogares sin paraguas ni piloto tuvieron que salir comprar en la feria de ocasión. Un paraguas de buena calidad llegó a valer 50 pesos mientras que sobre calle Villaguay, uno chiquito, con pinta de aguantar pocas tormentas costaba 45 pesos.
El respiro llegó a las 14.43 cuando frenó el agua y muchos decidieron darse calor con un café que, en la rotisería de la esquina, valía 4 pesos.
Faltaban cinco minutos para las tres de la tarde y se escuchó por los precarios parlantes el rezo del rosario. A esa altura los 250 servidores, en su mayoría adolescentes y jóvenes de las escuelas y la universidad católica, comenzaban con su tarea más ardua: la de controlar a los que llegaban a último momento y querían ganar un lugar cerca del vallado principal.
La paciencia de los fieles y la tranquilidad que reinó entre las decenas de miles de creyentes ayudó a que la ceremonia se realizara con una asombrosa tranquilidad.
Quizás los más solicitados de la tarde fueron los equipos médicos que socorrieron a los descompensados, muchos ancianos, que sufrieron la dureza del clima que fue un protagonista más de la tarde.
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