La Justicia descree que el ex secretario de Kirchner haya hecho su enorme fortuna robando plata de los bolsos.
El peronismo empieza a cambiar su piel. Ha sucedido siempre, en la historia, cuando se aproxima un proceso electoral. La mutación parece ahora diferente por una cuestión crucial: no existe un liderazgo indiscutido. Cristina Fernández conserva su condición de imán. Pero las tres derrotas en 2009, 2013 y 2015 le han hecho perder intensidad.
Nunca sucedió algo semejante en el hoy principal partido de la oposición desde el regreso de la democracia. La inmensa mayoría se abroqueló detrás de Carlos Menem después que doblegó en la interna partidaria a Antonio Cafiero. Néstor Kirchner supo disipar su debilidad y desconfianza inicial con una fórmula infalible en el peronismo: combinó un poder implacable con la abultada billetera. La ex presidenta se coronó dos veces bajo tales condiciones. Pero careció de la aptitud política de sus antecesores.
La aprobación en el Senado de la ley de Presupuesto, que más allá de su contenido, el Gobierno consiguió con holgura y destreza, reveló deslizamientos progresivos en la oposición. Una especie de epidermólisis. Tanto en el kirchnerismo, como en el peronismo federal e, incluso, de aliados que se mecen, según las épocas, de un lado para el otro.
Cristina evocó en su discurso de cierre en la sesión del Presupuesto a Juan Domingo Perón. Una curiosidad en ella. Un mensaje, quizá, para los sectores disidentes del partido que la ubican con frecuencia cerca de la izquierda y los sectores más intransigentes contra Mauricio Macri. No parece constituir ese, sin embargo, el cambio más llamativo que se empieza a vislumbrar.
Sonó hace días una frase que levantó polvareda y ayudó a nublar el horizonte. Juan Grabois, el jefe de la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular) proclamó que “queremos que vuelva Cristina, pero sin los corruptos que avergonzaron el campo popular”. Le replicó con dureza, en soledad, el encarcelado Julio De Vido. El resto del mundo peronista prefirió guardar silencio. Grabois se reunió con la ex presidenta, con Alberto Fernández, mediador entre los bandos opositores, y hasta con Sergio Massa. En su agenda hubo más. Nadie puede negar el vínculo estrechísimo del dirigente social con Francisco. Tampoco su comunión sobre las formas de contener la pobreza colocando sólo al Estado como centro de gravedad. Queda para otra ocasión discernir si el Papa avala este curso de acción.
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¿En qué consistiría? En despegar progresivamente a la ex presidenta de la corrupción de la década pasada. En exhibirla como víctima. Jamás como responsable judicial ni política. Muchas manos están siendo colocadas en esa obra. Desde la política y desde el propio entramado judicial.
El peronismo tiene experiencia en las metamorfosis. Llegó a aceptar, por caso, que a Perón le impusieron como vicepresidenta a Isabel. Y que José López Rega fue producto de una infiltración propinada por sectores de extrema derecha. La sustitución de las escamas asoma más sencilla cuando en el medio aparece la corrupción. El kirchnerismo, en su origen, confrontó con Carlos Menem no por sus incontables episodios oscuros sino por su sesgo económico liberal. El dolo nunca fue una preocupación colectiva de la ahora principal oposición.
Esa maniobra siempre fue posible por la complacencia social. Un repaso rápido lo corrobora. En 1990 estalló el escándalo por la adquisición irregular de guardapolvos. En 1991 el director de la Casa de la Moneda, Armando Gostanián, quedó involucrado en la emisión de moneda con numeración duplicada y los llamados “menemtruchos”. El mismo año estalló el problema de la compra de leche en polvo en mal estado para embarazadas, menores de dos años y desnutridos. La causa prescribió en 2005. En 1990-91 se conocieron las coimas del Swiftgate, luego el Yomagate. En 1992, el diputrucho y el contrabando de armas a Croacia y Ecuador cuya condena a Menem se disipó este año por un fallo de la Cámara de Casación. En 1994 se registró el atentado en la AMIA con 85 muertos y el affaire de las coimas IBM-Banco Nación. En 1995 Menem logró la cómoda reelección con una tasa de desempleo del 12%.
Menem fue colaborador de los Kirchner en el Senado. El matrimonio siempre protegió sus fueros. Cantidad de menemistas se sumaron a la “década ganada”. El ultra K, Gabriel Mariotto, ensayó días atrás una síntesis sobre el proceso: “El peronismo ha tenido más héroes que chorros”, ilustró.
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El kirchnerismo se propone ejecutar una delicada disección de la realidad para demostrar la inocencia de Cristina. La primera amputación tiene que ver con Néstor Kirchner. Realizador de una buena gestión, dadas las circunstancias. Constructor a la vez de la matriz de corrupción que su esposa jamás intentó desarticular. La obra comenzó en Santa Cruz con Lázaro Báez, Cristóbal López, De Vido y Rudy Ulloa, entre otros. Cristina nunca se habría enterado de nada. Ni siquiera de las 21 propiedades que aún antes de ser gobernador provincial había adquirido su marido.
Otro movimiento de adecuación es perceptible en las arenas movedizas del Congreso. El bloque de Argentina Federal, que lidera Miguel Pichetto, sufrió sus primeros goteos. Habrá más. Dos senadores de Tucumán, encabezados por José Alperovich, armaron un interbloque cuya intención inocultable es la futura convergencia con el kirchnerismo. El flujo proviene de otras playas. Felipe Solá dejó el Frente Renovador y se alió a Libres del Sur y el Movimiento Evita. Sus jefes, Emilio Pérsico y Fernando Navarro, hicieron las paces con Cristina. La semana pasada se agregó Pino Solanas.
Todos los sectores pactaron además para acotar el manejo oficial en el Consejo de la Magistratura. El kirchnerismo, el massismo y el PJ dialoguista hermanados colocaron dos representantes de Diputados en el organismo. Alejaron a Cambiemos de los dos tercios necesarios para la designación y destitución de jueces. En el plano judicial los K ya desarrollan una estrategia.
Los asesores de Cristina poseen una idea conversada: no habrá objeciones en torno a los ex funcionarios que han sido condenados. Difícil hacerlo sin pagar un costo público. De Vido, Amado Boudou, Ricardo Jaime, Luis D’Elía quedarán sin ningún paraguas político. Todos cuentan con el desprecio de Cristina.
La cuestión central tiene que ver con la situación judicial de la ex presidenta. También de sus hijos Máximo (con fueros) y Florencia (en el llano). Inquietan el escándalo de los “cuadernos de las coimas” y la causa Los Sauces, elevada a juicio oral por Julián Ercolini, que involucra a toda la familia. En esos casos existe una acción de pinzas: desde las principales voces de la política K y el interior de la corporación judicial se subraya la supuesta falta de idoneidad de los jueces y la perversión persecutoria contra la ex presidenta. Habría ajuste de cuentas si la ex presidenta o algún discípulo suyo retoma el poder en 2019.
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Un abanico de aquellos conceptos se escuchó días pasados en un acto académico montado en el Aula Magna de la Facultad de Derecho. Fue promovido por Iniciativa Justicia, donde convergen Carta Abierta, Justicia Legítima y el Foro por una Nueva Constitución. Las dos primeras poseen identidad política inconfundible. La tercera también: entre sus integrantes figuran Raúl Zaffaroni, Eduardo Barcesat, Hugo Yasky y Leopoldo Moreau.
Estuvo presente Carlos Zannini, el ex candidato y hombre fuerte del cristinismo. El orador principal fue Carlos Beraldi, uno de los defensores de Cristina. Expusieron además Daniel Llermanos, defensor del clan Moyano, horrorizado por las arbitrariedades de los jueces. Maximiliano Rusconi, que tiene entre sus defendidos a De Vido, asqueado por lo que sucede en Comodoro Py. Graciela Peñafort, ex defensora de la ex presidenta, que se dedicó a hablar sobre las provocaciones presuntas de Macri. A coro pregonaron por el imperio de una justicia independiente. Como si recién salieran de un cuento de hadas.
El blanco de aquel cúmulo de maniobras políticas y judiciales apunta a invalidar y entorpecer ahora el escándalo de los “cuadernos de las coimas”. La investigación atraviesa un trance sensible. El juez Claudio Bonadio y los fiscales Carlos Stornelli y Carlos Rívolo cotejan las declaraciones de los arrepentidos con las pruebas concretas. Hay dificultades por una razón: la mayoría de los empresarios, por ejemplo, declaró el pago de coimas para las campañas electorales. Surgen indicios de que habría sobornos destinados a obtener obra pública. Esos hombres podrían ver su situación complicada.
También existe otro par de nudos en la causa. Uno refiere al financista de la familia Kirchner, Ernesto Clarens. El hombre se acogió a la figura del arrepentido pero los fiscales amontonan sospechas acerca de que continuaría ocultando secretos. De hecho, se reveló que circularon 5 mil cheques entre él y Báez.
El otro asunto apunta a Daniel Muñoz, el histórico secretario privado del ex presidente. Se le detectaron fuera del país cuentas por US$ 70 millones. Los investigadores no logran concluir que semejante capital haya sido producto del “robo hormiga” que habría hecho las innumerables veces que trasladó bolsos con dinero a los Kirchner. La ruta del circulante tiene tres marcas: las inversiones en la Capital, en Mar del Plata y Estados Unidos.
Ni Stornelli ni Rivolo presumen que ese patrimonio haya sido amasado mediante la práctica del hurto parcelado y paciente. Menos, cuando se cotejan las anotaciones del chofer Oscar Centeno. Que no parecían responder a ninguna obsesión. Sólo al cumplimiento del deber exigido por su jefe, Néstor Kirchner.
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