Por: Julio Bárbaro. El asesinato del líder sindical fue el intento de convertir al peronismo en la herencia del pensamiento guerrillero.
De nuevo un debate, importa más de lo que aparenta. Arrastramos una deformación del pasado que termina es este incomprensible presente. El asesinato de Rucci fue el intento de convertir al peronismo en la herencia del pensamiento guerrillero. Algo tan simple y tan nefasto como eso. Perón en su retorno no podía dejar de integrar a las formaciones especiales y decidió intentar convencerlas del valor de la democracia. Esta diferencia importa porque una cosa es la violencia contra la dictadura y otra, absolutamente distinta, su ejercicio en plena democracia, y mucho más aún, cuando formaban parte del gobierno. Perón les otorga las gobernaciones de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Cruz, San Luis, diputados y ministros, los unge como secretario general del Movimiento, les entrega la conducción de la juventud, y estos “imberbes” insisten con que “el poder está en la boca del fusil”. Después de la muerte de Perón, no tuvieron ningún peso en la historia, lo cual demuestra que es Perón quien los habilita y a quién le deben su poder y no su tergiversación según la cual la historia la hicieron ellos. Hubo heroísmo en enfrentar la dictadura, de muchos, una dignidad que no tiene únicos dueños, y hubo traición en asesinar en democracia. Dejar esto en claro marca la única interpretación posible de esa historia, donde un grupo de estudiantes intenta robarle el protagonismo al pueblo trabajador. Dos miradas antagónicas que no pueden ni deben confundirse. La pretensión de que la historia nace con el ingreso de la guerrilla es tan absurda como patética, y el hecho más clarificador es que muerto Perón, no lograron otra vigencia que la de aportarle una supuesta ideología a un pragmatismo que nunca se ocupó ni de los derechos humanos ni de la defensa del patrimonio nacional.
Matan a Rucci luego del triunfo electoral de Perón con el 63 por ciento, en una irracional incomprensión acerca de a quién correspondía ese poder otorgado por los votos, que inicia el triste final de su vigencia histórica. Recuerdo cuando les pregunté a los diputados si irían al velatorio, su respuesta fue que “no lo harían por razones obvias”. En su demencia, imaginaron que ese asesinato les otorgaría poder, se sentían orgullosos de su logro, y aunque parezca inverosímil, hay quienes aún lo siguen reivindicando. Perón se había cansado de explicarles que ninguna guerrilla podría derrotar a un ejército regular, pero ellos creían que el General estaba viejo, se sentían dueños del futuro.
Ese hecho marcó una fractura, el nacimiento de “la lealtad”, un importante sector que se distanció de la organización. La guerrilla no tiene representantes dignos y coherentes que reivindiquen aquella gesta. Los deudos, Madres y Abuelas no representan aquel pensamiento, y los sobrevivientes, en su gran mayoría, tampoco merecen respeto. Mientras los organismos de Derechos Humanos nieguen la responsabilidad de la guerrilla, seguirán siendo solo propiedad de una minoría y no un valor colectivo. Los dignos entregaron su vida con heroísmo, el peronismo no tiene nada que ver con aquella guerrilla y mucho menos con su oscura descendencia. Si no lo entendemos, dejaremos la historia junto a ellos, un triste final que ni Perón ni su pueblo merecen.
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