Por: Ernesto Tenembaum. El Presidente gana cuando sobreactúa el enojo con los políticos. Si sus proyectos son aprobados, bien. Si son rechazados, eso refleja el poder de los enemigos del pueblo. Pero la culpa nunca es de sus medidas o de su incapacidad de negociar sino de los intereses oscuros que le impiden gobernar bien. Gana si gana y gana si
El viernes por la noche, luego del discurso presidencial, un joven llamado Tomás Jurado, de apenas 23 años, bajó del palco que le habían asignado, se metió en el recinto y se tomó una foto. Minutos después, la subió a sus redes. “Otra vez presente en un hecho histórico”, escribió, debajo de su propio retrato. En el mundo libertario, y más allá de él, Tomás es alguien bastante conocido: integra la mesa chica del equipo de comunicación de Milei, desde que el libertario registró el impacto que tenía “El Peluca Milei”, el sitio que el joven había creado en Youtube hace algunos años.
“MILEI DIO EL DISCURSO DE SU VIDA ANTE TODA LA POLÍTICA ARGENTINA”, tituló Jurado, en mayúsculas, al subir el video de la apertura de sesiones. Parece fuerte: “El discurso de su vida”. Pero seis días antes, Jurado había titulado: “MILEI DIO EL DISCURSO DE SU VIDA EN ESTADOS UNIDOS”. Por si fuera poco, el 31 de diciembre: “MILEI PUSO LOS HUEVOS Y DIO EL DISCURSO DE SU VIDA”. Y el 10 de diciembre: “HISTORICO DISCURSO DE MILEI: DESREGULA TODA LA ECONOMÍA”. Así que, según Tomás, en apenas 82 días, el Presidente puso los huevos, dio tres discursos “de su vida” y uno histórico.
Pero, además, “estalló contra Nacho Torres”, “explotó de furia con Joni Viale”, “estalló con Luis Majul”, “explotó con Majul”, “explotó en la TV italiana”, “explotó con periodista de Estados Unidos”, “puso los huevos y volvió prendido fuego”, “explotó contra el colectivo de actrices zurdas”, “destrozó al parásito de Lali Espósito”. Y también “rompió en llanto con Mirtha Legrand”, “rompió en llanto en evento del pueblo judío”, “rompió en llanto en plena misa”. O sea, además de gobernar, según Tomás, Milei dio tres discursos de su vida, uno de ellos histórico, estalló una vez, explotó media docena de veces, destrozó a una persona, “puso los huevos” dos veces y rompió en llanto otras tres.
Es posible que se trate apenas de un estilo de comunicación: para lograr visualizaciones es necesario titular con ese énfasis, con ese dramatismo. En ese sentido, al joven comunicador nadie puede discutirle su expertise. Pero hay motivos para considerar que, además, puede estar describiendo un fenómeno real. La Argentina tiene, efectivamente, un presidente muy emocional que todo el tiempo pone huevos, explota, rompe en llanto, estalla y pronuncia discursos históricos. En las últimas cuatro semanas, sin ir más lejos, Milei se peleó violentamente con Lali Espósito, con María Becerra, con todos los diputados opositores, con Silvia Mercado, con Nacho Torres, con otros gobernadores, lloró de emoción al abrazar a Donald Trump durante un viaje relámpago a Washington, mientras dedicaba un promedio de dos horas y media diarias a las redes sociales.
Tomás Jurado
En ese periplo electrizante, Milei ha logrado un éxito rotundo: ocupa el centro del escenario, es el dueño absoluto de la agenda de discusión pública, se transformó en un líder. Una evidencia de todo eso es el rating del discurso del viernes que fue récord para cualquier cosa que no haya sido un partido definitorio de la Selección. La segunda evidencia es lo que ocurre con la opinión pública. La sociedad argentina vive días muy duros, con una inflación altísima, y recortes brutales de salarios y jubilaciones. Sin embargo, el respaldo a Milei no cede sustancialmente. La magia que lo llevó a la Casa Rosada, en fin, no se ha diluido.
En esos dos fenómenos -el rating que genera y la aprobación que reflejan las encuestas- anidan dos preguntas centrales para analizar este proceso. Una: ¿Por qué le creen? Dos: ¿Cuánto durará el influjo?
El discurso pronunciado por Milei ofrece varias claves sobre lo primero. Milei eligió un enemigo visible, al que provocó, desafió, patoteó y humilló durante una hora y diez. Ese enemigo es la clase política tradicional y sus aliados –los “empresaurios”, los sindicalistas, los periodistas ensobrados.
Hace algunos años, la politóloga María Esperanza Casullo publicó un hermoso libro llamado ¿Por qué funciona el populismo?. Allí explicó que el magnetismo populista radica en la estructura de un relato donde se presenta un líder carismático, que defiende al pueblo contra la aristocracia que lo oprime. En ese sentido, lo que ocurre con Milei parece un ejemplo puro de esos procesos, que en otras latitudes ubicaron en el lugar protagónico a personas tan disímiles como Donald Trump o Nicolás Maduro.
El viernes por la noche abundó en la idea que más le rinde. “No saben sumar”, “son ricos”, “un sistema que solo puede generar pobres y a costa de ellos produce una casta privilegiada que vive como si fueran monarcas”. Su bancada le gritaba a las demás: “La casta tiene miedo, la casta no aplaudeeee”.
La andanada funciona, obviamente, porque los políticos tradicionales han gobernado mal y, al mismo tiempo, muchos de ellos se regodearon en conductas obscenas que los demás toleraron. O sea que Milei denuncia algo que ocurrió y ocurre, y que indigna a la mayoría.
Más allá de si él es sincero en esa batalla, o si él pacta como lo hace con sectores poderosos de la casta, o si usa ese discurso para imponer un sistema más injusto aún que el actual, más allá de todos esos debates legítimos, la casta existe. ¿Cómo no se le ocurrió a alguien, antes que a él, eliminar los cargos sindicales eternos, la cantidad infinita de asesores de legisladores, los autos en el Estado, los viajes en aviones privados, entre otros beneficios absurdos?
Javier Milei (Gustavo Gavotti)
En los equipos oficiales lo tienen claro: Milei gana cuando sobreactúa el enojo con los políticos. Y esa lógica le ha permitido desplazarse sin mayores sobresaltos durante los meses de su gobierno que, según su perspectiva, serán los más difíciles. Si sus proyectos son aprobados, bien. Si no lo son, eso refleja el poder de los enemigos del pueblo y habrá más costo social. Pero la culpa no será de sus medidas, o de su incapacidad de negociar sino de los intereses oscuros que le impiden gobernar bien. Gana si gana y gana si pierde. Lo mismo con el así llamado Pacto de Mayo. Si se lo firman, bien. Y si no, pobre de ellos. Ese fue el eje de su discurso: les ofrezco que me obedezcan -les dijo- y si no lo hacen tronará el escarmiento.
¿Se saldrá con la suya finalmente? No será una tarea sencilla. El alza de precios va en camino a fagocitar la ventaja competitiva producida por la devaluación de diciembre. En ese contexto, Luis Caputo deberá decidir si atrasa el dólar -con todas las tensiones que eso genera, entre ellas la resistencia a la liquidación de divisas- o acelera el ritmo devaluatorio –con los efectos que tiene sobre la inflación. El superávit fiscal se ha logrado, además, en base a recortes difíciles de sostener en el tiempo –como, por ejemplo, la decisión de no pagar la electricidad-, y deberá convivir de ahora en más con la caída de la recaudación producto de la recesión. El aumento de reservas se explica en parte por la fuerte recesión y en parte por una postergación inédita de pagos de importaciones, a tal punto que algunos consultores empiezan a mirar con preocupación la nueva deuda que se acumula en ese campo. Para que la inflación no suba, además el Gobierno está demorando gran parte de la eliminación de subsidios en gas y electricidad. Tendrá allí otra opción de hierro en las próximas semanas: o aumenta las tarifas y con eso la inflación en marzo no será menor a la de febrero, o descuida el costado fiscal.
Todos estos dilemas, desafíos, cuellos de botellas, problemas estructurales hubieran puesto a prueba a cualquier candidato que asumiera el 10 de diciembre. Milei navega entre ellos con elegancia gracias a su relato bíblico.
Eso, además, le permite licuar todos los debates. Esta semana, por ejemplo, María Migliore –la ex encargada de urbanización de villas en CABA- explicó que el violento recorte de presupuesto para los barrios populares le deja el territorio libre a los narcos. No importa. No se escucha.
El Gobierno desfinancia a las universidades, al mantener el mismo presupuesto del año pasado, o desregula el precio de las prepagas.
No se escucha.
El Presidente valida descalificaciones a un gobernador rebelde en las que se lo compara con alguien con síndrome de down, o celebra que “se lo están cogiendo” en un canal de noticias, o lo humilla con una ilustración donde aparece en cuatro patas mientras el Presidente “lo mea”, o manipula las cifras de la pandemia o desafía a los familiares de desaparecidos en el Congreso.
No importa.
Esas cosas, hoy, no se escuchan.
¿Durará el influjo?
Lo primero que se puede decir es que viene durando mucho tiempo, desde mucho antes de la asunción. Es difícil de pensar que ese fenómeno profundo se disipe con rapidez. Lo segundo es que eso dependerá del incierto destino de un plan económico muy audaz y doloroso.
Pero para cada adversidad, Milei tiene a mano un antídoto que, por ahora, funciona a full. Está sintetizado en las cinco palabras que eligió Tomás Jurado para encabezar “El Peluca Milei”, su sitio de Youtube:
“Los políticos son unos parásitos”.
Comentá la nota