En Chile, el viernes comenzó la gira sudamericana. Desde este jueves, arranca la “Maratón The Wall” porteña. Detalles del espectáculo, cifras, el armado del escenario y la palabra de Harry Waters, músico que toca con su padre, el ex Pink Floyd.
IBelieve ( Yo creo ), imprime uno de los 36 proyectores sobre la pantalla circular. Y pienso que ahí está la clave de buena parte del éxito de lo que está pasando en el Estadio Nacional de Santiago, donde finalmente la pared, The Wall , el muro que Roger Waters comenzó a construir en los finales de los ‘70, caerá en América del Sur por primera vez. En Buenos Aires estará el 7, 9, 10, 12, 14, 15, 17, 18 y 20 de marzo, a las 21 en River Plate. Debut, además, del Roger Waters The Wall Tour 2010-2012 en un estadio abierto, con 45 mil chilenos -y algunos infiltrados- que reciben con unción ese decálogo rockero del buen rebelde envasado en uno de los shows más impactantes que haya parido el género, cuyo poder de fuego permanece intacto. Todo, bajo una estupenda luna en cuarto creciente que magnifica el muro que atraviesa el campo de juego de tribuna a tribuna. Durante los -pocos- momentos que el arsenal lumínico entra en receso, claro.
De qué otro modo, si no creyendo en eso que Waters dice y canta -de un modo impecable-, podría uno participar sin indignarse de semejante despliegue de recursos, de semejante mercado de vanidades y remeras, posters, discos, papas fritas y gaseosas, mientras el cielo es surcado por un enorme chancho cuyo lomo luce, entre otros manifiestos, la leyenda “Todo estará bien. Sigue consumiendo.” Esa es la llave. Si el acuerdo está cerrado, y creemos, la “experiencia The Wall ”, en vivo, es fantástica, de punta a punta. Desde la presentación en off del maestro de ceremonias, hasta el final, con el lento desfile de sus músicos -Dave Kilminster, Graham Broad, G.E.Smith, Harry Waters, Robbie Wykoff, Jon Joyce, Jon Carin y los tres Lennon del grupo: Kipp, Mark y Michael Lennon- en fila india, por sobre los escombros del muro, mientras tocan Outside the Wall , todo funciona a la perfección. Y la duda sobre cuán efectivo puede ser su viejo truco -tres décadas no suelen pasar en vano- de disparar a las emociones a quemarropa, en un estadio abierto, se diluyen apenas todo comienza.
“Nunca me pasó esto de mirar tantas veces hacia atrás para ver qué está pasando ahí”, me dice alguien en el intervalo. Y es apenas uno de los tantos comentarios que escucho sobre el efecto envolvente del sonido, que por momentos hace que una cuadrilla de aviones pase a tan solo unos metros de nuestras cabezas. Si creemos, claro. O que nos pone un ejército de niños cantándole a su maestro que deje a sus chicos en paz, al que se suma la mayoría de los cuarentones que sólo despegan sus ojos del escenario para ver si, de verdad, esos niños están ahí atrás. Es que creen...
Sucede, con The Wall , algo parecido a lo que sucede con el teatro. O con la ópera. Todos sabemos que Aída morirá al final de la obra de Verdi. Es inexorable. Tanto como que la pared llegue a tapar por completo el escenario, y caiga, cada vez que The Trial -impacta el manejo de las perspectivas en la animación, que acompaña al tema, que nada tiene que envidiarle a una proyección en 3D- llega a su fin. Pero si uno cree, y juega el juego, la opresión, la conmoción, el golpe directo están ahí -mucho más cerca para quienes pagan las entradas más caras: pero así es la cosa- para que uno se deje convencer. Y para hacerse dueño de la pared que más lo identifica.
La pared que es de muertos -en guerras, asesinados, víctimas del gatillo fácil, de dictaduras- en The Thin Ice . La que es de llanto. La que es de protesta en Another Brick in the Wall 3 , cuya coda acústica es uno de las pocas intervenciones que modifican el mapa musical e instrumental de la versión original. Hay para elegir. La pared es de protesta y sexo en Empty Spaces ; y de frivolidad en Young Lust . De voces, de persecusión -en Run Like Hell -, o de calma. Cada uno sabrá cuál le toca. Y de qué de lado de ella está, en el momento que atraviesa de su vida.
Sólo que, a diferencia del teatro convencional, The Wall es recital, también. Y, entonces, el cantante puede darse una licencia para compartir un par de guiños gestuales con la gente, y regalarse rato para dedicar su concierto. Hoy, en Chile, “a Víctor Jara, a los desaparecidos, a los muertos y a los torturados”. “Los recordaremos”, dice, y no puedo dejar de fantasear con la dedicatoria que tiene reservada para sus presentaciones en Buenos Aires. Y en la reacción del público, cuando pregunte -ya dentro del guión nuevamente- si debe confiar en el gobierno, mientras el muro escupe con forma de pintada: “Ni cagando.” O cuando cruces, estrellas de David -especialmente silbadas por parte del público chileno-, martillos y hoces, signos de pesos y media lunas islámicas caigan como bombas mezcladas con los escudos de la Shell o Mercedez Benz, durante el tema Goodbye Blue Sky .
Pero, como en el buen teatro, como las buenas orquestas, la banda de Waters exhibe una precisión que por momentos le disputa palmo a palmo, en ese plano, a la grabación de estudio, que aporta infinidad de sonidos, doblajes y voces imposibles de recrear en el lugar. Y, a veces, hasta le gana.
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