Las dos principales coaliciones políticas expusieron nuevos capítulos de sus disputas, algo alarmante frente al delicado cuadro económico y social. El Presidente y el kirchnerismo profundizan la pelea en el terreno económico. Y JxC, en materia de alianzas
Los dos principales espacios políticos del país exponen en estas horas sus batallas internas, frente a una crisis que sólo por momentos parece encender sus alarmas. Alberto Fernández dedica estas horas a defender a su ministro de Economía, torpedeado por el kirchnerismo. El Gobierno cree que un punto central a resolver está en la “comunicación” -por sí misma-, pero a la vez comete errores como acaba de ocurrir con el viaje presidencial a Córdoba: con un solo mensaje, desdibujó la visita a una planta automotriz y puso en el foco una nueva pelea con la gestión peronista de esa provincia. Daño autoinfligido.
Casi en paralelo, Juntos por el Cambio coronó con una paradoja su reunión nacional de esta semana: un duro capítulo de su interna que eclipsó cualquier definición política o de orden doméstico. El encuentro tenía entre sus principales objetivos aprobar reglas de juego conversadas para procesar las diferencias y evitar que lleguen al hervor de conflictos con fuerte repercusión pública. Ocurrió lo contrario, con el agravante -una “torpeza” o un “disparate”, según las voces críticas posteriores- de colocar a Javier Milei en el centro del escenario.
Existe un problema grave y para nada teórico, a veces minimizado, en el Frente de Todos y JxC. Circula un supuesto que puede resumirse de este modo: todos saben que una fractura total -y formal, con división de fuerzas- sepultaría sus chances electorales. Por conveniencia antes que por convicción eso alimentaría la unidad. Una especie de reaseguro frente al abismo. No estaría siendo considerado el juego de otros espacios políticos. Y algo más de fondo: el futuro de las coaliciones como expresión recreadora de la política ante la fragmentación de los partidos.
El cuadro es, claro, más alarmante en el caso del oficialismo porque dirime sus batallas en el terreno del poder, con consecuencias sobre la gestión -en especial, la economía- y con tensiones institucionales. El kirchnerismo dejó en claro su principal objetivo: la salida de Martín Guzmán y un giro en materia económica, con algunos títulos aunque sin precisiones. Hubo una sucesión de descargas contra el ministro, orgánicas desde La Cámpora y también desde el entorno de CFK. Para este sábado, la expectativa -con malestar a cuenta- está puesta en el acto que encabezará Máximo Kirchner, organizado por la “rama sindical” del PJ bonaerense, en vísperas del 1° de Mayo.
El sector más cercano a Olivos trata de articular una respuesta que expone un diagnóstico pobre, hacia afuera, y que demanda, hacia adentro, decisiones que por ahora no expresa el Presidente. Consideran que el problema es en buena medida fruto de las batallas domésticas porque relegan mediáticamente los resultados de gestión. Eso explicaría, en el mejor de los casos, el efecto ruidoso de esas peleas, pero no las consecuencias negativas que generan los conflictos del poder en la economía.
Alberto Fernández asume esa interpretación. Después de tres días de intensa artillería kirchnerista sobre Guzmán, lo respaldó con una defensa de resultados económicos puntuales -algunos, como el consumo, que se estarían revirtiendo con la escalada de precios-, aunque reconoció como materia pendiente las políticas para enfrentar la inflación. Esa erosión es la que terminó de gatillar las cargas de CFK, con pronóstico pesimista sobre las perspectivas para el 2023.
La respuesta del círculo de Olivos es llamativa, al menos por dos razones. La primera, una respuesta implícita a las críticas kirchnerista sobre la orientación económica. Se machaca con que son “distributivas” algunas medidas tomadas por el Gobierno, como la nueva versión de IFE o los bonos para jubilados de las escalas más bajas. Lo expusieron, por ejemplo, en un reciente acto en el GBA con asistencia de referentes de movimientos sociales, el ministro Juan Zabaleta, la diputada Victoria Tolosa Paz y Agustín Rossi, entre otros. Resultó raro -por algunas de las presencias- que se redujera a medidas de contención social el concepto de redistribución de la riqueza.
Al mismo tiempo, se insiste con que un problema de primera línea es la comunicación, es decir, la “estrategia” antes que el contenido. Y abunda la queja por el impacto en los medios de la interna, como elemento que opaca la gestión. Las propuestas de solución no son homogéneas.
Existen gestos de quienes consideran que debe haber algún punto de convivencia que evite el desgaste en continuado y, más aún, que frene ante el abismo de una fractura definitiva. Algo de eso pareció exponer la actividad que congregó en Tucumán a unos quince senadores nacionales junto a Juan Manzur. Otros reclaman al Presidente un gesto de autoridad fuerte, empezando por el rearmado del equipo de gobierno sin exponentes de La Cámpora o directamente de CFK en cargos de enorme peso político y presupuestario. Algo de eso expresan jefes sindicales, algunos referentes de organizaciones sociales y ministros “albertistas”. Por ahora, sin respuesta.
La visita presidencial de ayer a Córdoba expuso, en ese contexto, la falta de alguna línea de construcción política por afuera de los límites del oficialismo. Alberto Fernández compartió con Juan Schiaretti un acto oficial en una planta automotriz. Desde las cercanías del gobernador se encargaron de difundir que el encuentro fue formal, más bien políticamente frío. Podría haber sido una postal, al menos, de razonable convivencia, en este caso con la principal expresión del peronismo no alineado.
No lo fue, en ningún sentido, ni hacia el interior del oficialismo ni como acto público de gestión. Todo quedó teñido por una descarga de responsabilidades frente a los efectos locales de la crisis nacional. La portavoz Gabriela Cerruti apuntó sin vueltas a la gestión cordobesa por los índices de pobreza y los problemas de empleo en la provincia. El ministro de Desarrollo Social, Carlos Massei, le respondió con dureza: dijo que la funcionaria tiene “un desconocimiento supino de la realidad” cordobesa y nacional. Un costo autofabricado.
En la línea de los costos de propia factura también se anotó JxC. El rechazo a posibles alianzas con Milei generó un cuestionamiento público de Patricia Bullrich, con lectura interna variada: pareció enfocado en los críticos más visibles de esa alternativa -es decir, la UCR y la CC-, pero habría expresado especial malestar con Mauricio Macri y, más, con Horacio Rodríguez Larreta. Hubo después un cruce de versiones y chicanas por su papel en la reunión de JxC. Y nada asegura que la disputada haya sido saldada.
La decisión de JxC resultó llamativa por diversos factores. Fue ácidamente cuestionada en evaluaciones posteriores, incluso algunos asistentes al encuentro, porque puso el foco en Milei cuando podría haber sido una referencia genérica, expresión del alto grado de consenso que debería tener la política de alianzas. Resultó más difícil de entender porque una franja importante del PRO, la UCR y la CC coincidían al menos en ese punto.
Consecuencia del microclima, disputa extemporánea por el 2023 o puro cálculo menor, un mensaje con costos propios frente al agravado contexto económico y social. El espejo del oficialismo muestra en versión agrandada ese tipo de desgaste.
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