Desde la derrota electoral por apenas 3 puntos con Macri, la vida de Scioli entró en zona de turbulencia permanente. Una a una fueron cayendo sus máscaras. El obligado reconocimiento de la paternidad de su hija Lorena, en su momento, dejó en claro su escasa disposición a hacerse cargo de sus actos, incluso de aquellos que más honran al ser humano.
En 2015, con el resultado electoral a la vista, quedó en claro que la relación con Karina Rabolininunca se había recuperado de su separación inicial, un cuarto de siglo atrás, y que sólo se trataba de una puesta en escena, de un convenio comercial que le habría permitido a ella obtener importantes beneficios de las arcas del Banco Provincia, a cambio de componer una imagen hogareña y confiable para el ex motonauta. La vida afectiva y sexual de cada uno transitaba por vías separadas, a punto tal que ni siquiera consiguieron sellar con un beso la partición del gobernador bonaerense en el debate presidencial. En el caso de Scioli, esta situación resultaría aún más costosa para el erario público, ya que muchas de las supuestas amantes de Danielhabrían sido incluidas en la grilla de empleadas y contratadas de la administración provincial.
Pero su andar tambaleante no cesaría allí. La relación con la ex Bailando por un Sueño, la cordobesa Gisela Berger, terminó en un nuevo embarazo no reconocido. Mientras Scioli insistía en sus posturas en contra del aborto, la bailarina lo denunció públicamente por haberla amenazado para realizar una interrupción del embarazo. La situación tomó estado público y generó un repudio tal hacia el ex candidato presidencial, que no le quedó más remedio que volver sobre sus pasos, mostrarse emocionado por la alternativa de volver a ser padre a los sesenta años y aceptar una nueva convivencia. Sin embargo, por algo sus más íntimos lo llaman “rápido y mortal”. Adicionalmente, ni lerdo ni perezoso, Scioli habría ocupado sus ratos libres durante el affaire inicial con Berger en compartir su lujuria con la mediática Sofía Clérici. Resultado: Gisela Berger puso el grito en el cielo y denunció las presiones de Scioli, para luego aceptar sus disculpas e iniciar una vida en común. Clérici, por su parte, terminó como emprendedora de su propia línea erótica, inspirada en el látigo y el sado-masoquismo.
Si en la vida afectiva las cosas no le funcionaban muy bien, en la política tampoco le eran muy auspiciosas. El contraste con la primera etapa de María Eugenia Vidal le hizo caer en el descrédito absoluto su decepcionante tarea como gobernador. Sólo y rechazado por sus pares, para evitar eventuales juicios por su desempeño de la gestión pública consiguió que Cristina Fernández de Kirchner lo ubicara en el quinto lugar de su lista de diputados nacionales en las elecciones de 2017, un puesto en el que no atraería demasiado la atención y le daría elemental protección al ser elegido. Sin embargo, no faltaron los críticos que remarcaron el brusco declive de quien estuvo a 1,5 puntos de llegar a ser presidente, y ahora debía ser escondido de la mirada pública para no “piantar” votos. Otros, en cambio, se alegraron de que no hubiese ganado la elección presidencial, porque seguramente –afirmaban- un mono con navaja resultaría mucho más confiable.
Pero, como es sabido, en la Argentina nada es definitivo, y los descalificados de ayer son los héroes de hoy y viceversa. Si algo ha tenido el motonauta de la gran Argentina ha sido pragmatismo y en las últimas semanas le quedó claro que una porción significativa de la sociedad está enojada y arrepentida de haber votado a Mauricio Macri, otra porción similar no quiere saber nada de volver al pasado -léase CFK- y que a la gestión de Vidal comenzaban a entrarles las balas. ¿Qué mejor, entonces, que reinstalar en los medios aquel debate presidencial para tratar de consagrarse como profeta, portador de una verdad incuestionable que los argentinos no quisieron o no pudieron ver en su momento?
El reconocimiento de varios dirigentes de primera línea de La Cámpora de que no se habían esforzado por imponer su candidatura, o más bien, que habían hecho todo lo posible para torpedearla, completaron su victimización ante la sociedad. En su entorno afirman que, al comprobar que en el peronismo ningún candidato consigue despegar, consideró que había llegado el momento de recordarle a la sociedad sus llamados de atención sobre Mauricio Macri, y de explicitar públicamente que había sido castigado por eso incluso dentro del FpV. La oportunidad de su reivindicación, para Scioli, es ahora.
En estos días, el ex gobernador acaba de presentar su candidatura presidencial. Antes queCristina, antes que la mayoría. Por eso proclama a los cuatro vientos que siempre ha sido peronista, que tal condición le valió reproches, exclusiones y sanciones dentro del FpV, y que la manera de enfrentar al macrismo consiste en conformar un amplio frente de unidad donde participen todos, y que la distribución de cargos se resuelva por la distribución proporcional que posibilita el sistema D´Hont. Como siempre, no revela nada nuevo, pero él pretende que sean recibidas por la sociedad como un cambio cartesiano.
Cauto al extremo, Scioli pide tiempo de verlo actuar antes de juzgar a Bolsonaro y se proclama como creador del peronismo negociador o presentable, al recordar que la tolerancia fue siempre el sello distintivo de su política, incluso en los tiempos de aplicación de la lógica amigo - enemigo deCarl Schmidt y Ernesto Laclau por parte de oficialistas y opositores. A la vez, renueva su convicción de que sólo un cambio productivo permitirá rescatar a la Argentina y se manifiesta dispuesto a renegociar la deuda con el FMI, para incluir en los considerandos el fomento a la producción que posibilitaría la recuperación económica.
A poco de apretarlo, Scioli aceptará que el liderazgo de Cristina pertenece al pasado, tanto en sus formas autoritarias y soberbias como en sus contenidos, que considera obsoletos. Hoy el mundo y la sociedad reclaman otra cosa, afirma, y se considera a sí mismo como el intérprete más calificado al momento de interpretar los humores sociales.
Sin embargo, por más que se esfuerce aún no ha conseguido que su candidatura sea tomada en serio. Desde el peronismo federal –Alternativa Federal- sólo aceptarían su pedido de incorporación en caso de resignar sus aspiraciones presidenciales. Desde el cristinismo lo caracterizan como un personaje impresentable y degradado. El gobierno no lo ve como un rival de fuste, siquiera potencial.
Pero Daniel Scioli no se amilana. Está convencido de que, al cierre de la inscripción de listas, ningún candidato peronista habrá levantado cabeza, y que, entonces, él volverá a ser visto como el candidato que sacó el 48,5 por ciento de los votos y que no llegó a ser presidente por desidia y egoísmo de la ex mandataria y su séquito de agrupaciones militantes rentadas.
Así, con tan poquito, sigue adelante Scioli con su proyecto presidencial. Falló en su presión para interrumpir el embarazo de Gisela. Falló con su candidatura presidencial. Falló con su gestión, entre las más pobres de la historia de la provincia. Su reconocimiento público está ampliamente devaluado. Pero, sin embargo, sigue adelante. Porque es Daniel Scioli, “con fe y con esperanza” intactas.
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