Los datos demuestran que en Latinoamérica la posibilidad de reelección beneficia a quien está en el poder. Solo dos veces los presidentes regionales no fueron reelectos.
Corre enero de 2019. Nos enfrentamos cara a cara con el año electoral argentino, momento en el cual comienzan a asomar las preguntas, los primeros análisis electorales y la construcción de hipótesis que nos proyectan diferentes escenarios. Los políticos se animan a dar, con cautela, sus primeros pasos ante una sociedad que en un gran porcentaje rechaza la política tradicional (en concreto, la figura del político clásico) y van moldeando sus campañas en torno al eje acción-reacción. Los ciudadanos no pueden evitar preguntarse cuál será el futuro de la nación y quién será el capitán que finalmente navegue el barco. ¿Será Mauricio Macri reelegido en la función de presidente de la Nación?
Tiende a pensarse erróneamente que los resultados políticos son el reflejo de hechos exclusivos del país. Pero este interrogante se integra inevitablemente dentro de las observaciones de un fenómeno regional: en una amplia mayoría, los presidentes del continente americano son reelectos. ¿A qué responde esta tendencia?
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Durante la transición a la democracia de la región en la década del 80, pocos países tenían contemplada la posibilidad de reelección continua en sus cartas magnas, con excepción de Nicaragua, República Dominicana, Cuba y Paraguay. Pero, pisando los años 90 y respondiendo a una tendencia de permanencia en el poder, los presidentes que buscaron gobernar por otro mandato consecutivo lo lograron, salvo dos casos: Hipólito Mejía, de República Dominicana, quien perdió en las elecciones de 2004 tras cuatro años de gestión, y Daniel Ortega, en Nicaragua, en las elecciones de 1990 tras cinco años al mando del Ejecutivo (pero tuvo la revancha en 2006, cuando fue elegido nuevamente para el cargo, y reelecto para el próximo período). Aunque con modalidades diversas, 14 de 18 países latinoamericanos permiten la posibilidad de acceder a un segundo mandato de corrido, posibilidad acentuada por el funcionamiento del sistema electoral-partidario y las características propias de la política latinoamericana.
Cuál es el verdadero Macri
Argentina y Brasil encabezaron la lista de los países que modificaron su Constitución a favor de la reelección durante las presidencias de Carlos Saúl Menem y Fernando Henrique Cardoso. Paulatinamente, y transitando los años 2000, las reformas traspasan las barreras nacionales y van integrando nuevos actores a la lista, como Perú, Colombia, República Dominicana, Bolivia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua.
Hablando de casos concretos. En la Argentina posrreforma, los jefes de Estado que se postularon a un segundo ciclo fueron Menem y Cristina Kirchner, ambos triunfantes. En Brasil resultaron reelectos Cardoso y los líderes del PT Lula da Silva y Dilma Rousseff. Evo Morales en Bolivia obtuvo la victoria nuevamente en 2010 y por tercera vez en 2014. Alvaro Uribe, Juan Manuel Santos, Rafael Correa, Joaquín Balaguer y Alberto Fujimori son algunos de los nombres que componen el (¿predilecto, quizás?) grupo de mandatarios ostentadores del poder nacional por más de un período (y en algunos de los casos, de manera indefinida).
Hiperpresidencialismos, ventaja administrativa del oficialismo, recursos económicos y políticos bajo control, nivel de conocimiento e imagen, debilidad institucional, sistema de partidos y retoques constitucionales son los pilares que preparan el terreno hacia un continuismo seguro.
Así, la contienda electoral se despliega bajo la característica de la desigualdad competitiva, donde se suele favorecer al partido oficialista o al presidente en ejercicio del poder, quien cuenta con una ventaja desde la línea de largada. Los recursos económicos y políticos que controla quien se encuentra al mando no son inocentemente administrados. Es decir, aunque la fecha de inicio de las campañas sea, en la mayoría de los casos, oficialmente meses antes de las elecciones, el poder de turno posee en su bolsillo la propaganda y visualización política más efectiva: la gestión. Es por esto que su campaña no comienza el día que así lo dicten las leyes de cada país, sino el primer día de su mandato. Entonces, la dicotomía planteada entre políticas corto y largoplacistas se amplía, entendiendo que los presidentes “gobiernan por el voto”. En definitiva, si el objetivo es acceder al Ejecutivo nuevamente, el primer gobierno será destinado a lo inmediato, tornándose en una de las principales problemáticas que atraviesa a la región: la inexistencia de políticas duraderas con mirada al futuro, que solucionen las dificultades estructurales políticas, económicas y sociales.
Reelección sí, reelección no, un debate clásico propio de Hamilton y Jefferson donde se plantea un interrogante aplicable a los tiempos que corren: ¿El poder corrompe? Así lo creen en países como México o Paraguay, donde el presidente no puede ocupar el cargo por más de un período, aunque el tiempo de gobierno sea de seis y cinco años respectivamente. También encontramos los casos que permiten la reelección pero no de manera inmediata, como Chile, Uruguay y Perú, entre otros, bajo los principios democráticos de la alternancia, para evitar así la concentración de poder en manos de un mismo funcionario.
Votar en medio del ajuste
En palabras de los politólogos y especialistas en relaciones internacionales Mainwaring y Shugart, las restricciones en contra de la reelección se vinculan con los riesgos de acrecentamiento del poder presidencial y con sus abusos, pero debería permitirse donde existieran instituciones fuertes y confiables que logren, así, evitar la corrupción que en la mayoría de los casos coquetea con el mandatario de turno. La debilidad institucional es otro de los factores que estimula el accionar corrupto, ya que en países donde las instituciones no son fuertes o estables, la reelección inmediata sumada al hiperpresidencialismo genera una concentración inevitable en manos de una rama del Estado, lo que afecta gravemente el principio de división de poderes, pero sobre todo la independencia de los diferentes poderes públicos que terminan fallando en la función de control horizontal. Es así como se observan los casos de presidentes sumidos en la corrupción, con denuncias formales sobre la mesa, pero avalados por la actuación paupérrima de una Justicia manejada y manipulada por la denominada “mesa chica”. Tal es el caso de Cristina Fernández de Kirchner, Evo Morales o Daniel Ortega.
Un cóctel con gusto a peligro. La tendencia a la permanencia en el poder, el débil diseño institucional, la presencia de presidencialismos fuertes y el control de poderes son la crónica de una reelección (casi) asegurada.
Las encuestas de opinión pública basan sus análisis en tres columnas principales: imagen positiva, negativa y nivel de conocimiento. La imagen es moldeable y perfectible, más que nada durante época de campaña, siempre teniendo en cuenta que la imagen positiva no se traduce necesariamente en intención de voto. Un votante puede tener mala imagen de un candidato pero aun así elegirlo por considerarlo, por ejemplo, el mejor dentro de lo peor. Pero, en definitiva, nadie puede votar a quien no conoce. Y así se cristaliza la competencia desigual entre candidatos, donde el opositor jamás tendrá mayor nivel de conocimiento que el presidente en ejercicio.
Entonces, y derribando mitos, lejos de desgastar, el poder se monopoliza (por lo menos dentro de los límites constitucionales) bajo la manga del partido o líder nacional. Este ha sido el clima electoral reinante en América Latina.
Caída. En los últimos años fuimos testigos de la caída de grandes figuras políticas bajo el accionar del impeachment. Dilma Rousseff, encarando su segundo mandato, Pedro Kuczynski y Alberto Fujimori de Perú, los tres víctimas de sus propios hechos de corrupción que culminaron con el ocaso y el fin de sus gobiernos. Pareciera que, y siendo optimistas, comienza lentamente a modificarse la premisa que ubicaba a los presidentes por encima de la ley, como si fueran intocables. Un guiño positivo al control entre poderes y un posible freno a la figura del “súperpresidente”. ¿Será el inicio del cambio regional que desencadene una serie de modificaciones paulatinas con capacidad de modificar el contexto que brinda una reelección casi asegurada?
Pese a todo. Que un presidente de Latinoamérica no sea electo para un segundo mandato puede deberse a un pésimo desempeño causante de una crisis institucional, social o económica significativa, donde las circunstancias logran convencer a la población de la necesidad de un cambio en el liderazgo. Si no, como vimos a lo largo del análisis, corre con una ventaja comparativamente mayor que sus adversarios.
¿Será la situación actual de Argentina de inflación, subida de tarifas, corridas cambiarias, pobreza y desempleo suficiente como para romper el esquema predominante? ¿O se sumará el nombre Mauricio Macri a la lista de la reelección asegurada?
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