Por: Ernesto Tenembaum. Ante cualquier advertencia o crítica sobre su plan económico, Milei insulta, humilla o agrede. Es parte de su personalidad: interpreta los cuestionamientos como una ofensa, en algún lado siente que esos señalamientos ponen en duda el reconocimiento que merece como economista, algo que le sucedió muchas veces en la vida.
En el año 2004, cuando apenas había superado los 30 años de edad, Javier Milei consiguió trabajo en la consultora de empresas fundada por Miguel Angel Broda, que era la más influyente del país. Para muchos economistas, entrar en ese círculo era algo muy ambicionado, un hito en sus carreras.
La experiencia duró, apenas, cuatro meses.
Las versiones sobre lo ocurrido son bastante coincidentes. Hace algunos días, el propio Broda contó: “Era realmente brillante. Vos le dabas cinco papers para analizar, se los leía en una noche y era capaz de ver cosas que yo no había visto. Pero esa misma capacidad no la tenía para aplicarla a la realidad. Se fue porque había tenido dificultades para integrarse. No tuvo ningún problema conmigo, pero sí con gente de mi equipo”.
En su libro El Camino del Libertario, Milei sugirió que el conflicto fue con la propia hija de Broda. Dijo que a mediados del 2004, Broda le ofreció ser el economista coordinador de su estudio, “tarea compartida con su hija Andrea”. Contó el desafío que significó para él, “a pesar de que venía de publicar dos artículos muy buenos”, acostumbrarse a la tarea de escribir informes con frecuencia semanal. Milei se dedicó a estudiar en qué condiciones el gobierno de entonces, que encabezaba Néstor Kirchner, podía perseguir metas de tipo de cambio. Su contribución, evaluó el propio Milei, era “importante” pero “el doble comando en el estudio”, siempre dejaba esa idea fuera de los informes semanales.
Un día, Broda le pidió asesoramiento sobre un tema puntual. “Para que haga cosas como esta es que lo contraté”, fue su devolución. Pero Milei entendió que debía renunciar debido a “la presencia de otras personas en el lugar”. “Justo ahora que le estaba tomando la mano al trabajo”, respondió Broda. Milei le contestó: “El tango se baila de a dos y si la otra parte no quiere, bailar es imposible”.
O sea: Broda lo echó porque Milei se peleaba con otros economistas, como su hija, o Milei dio el portazo porque Broda no le daba el lugar que él creía que merecía. En cualquier caso, allí quedó un ruidito.
Miguel Ángel Broda (Martín Rosenzveig)
Ese ruidito produjo un estruendo el miércoles pasado. En un breve discurso ante la elite empresarial argentina, Milei se explayó a sus anchas. “Son chantas, hacen extrapolaciones absolutamente idiotas, son un poquito arrogantes, deshonestos intelectualmente, pifiadores seriales, son cuadrados, son fanáticos, son fanáticamente arrogantes, caraduras, liberticidas, miopes, ignorantes, se les va a tener que caer la cara de vergüenza, las ridiculeces que dicen”.
¿A quién se dirigía? Seguramente a muchos, por eso el plural. Pero, justamente, unas horas antes de esa exposición, Broda había cuestionado al Gobierno, en una entrevista con Luis Novaresio que, según distintas fuentes, Milei había mirado en directo.
Broda se atrevió a decir que no había plan de estabilización. “El Gobierno está enamorado de la tasa de inflación, pensando que tienen un plan de estabilización. La inflación está bajando, y va a seguir bajando. Pero un programa exitoso es ir a un dígito de inflación anual. Mi impresión es que se va a estabilizar en un número de 4 o 5 por mes que es altísimo”.
Luego, Broda sostuvo que el tipo de cambio está atrasado. “No deberíamos mantener el ajuste del dólar al 2 por ciento mensual. Aun con la baja de la tasa de inflación, que va a seguir en mayo y junio sobre todo si se demoran infelizmente los ajustes de las tarifas, vamos a tener en octubre el mismo tipo de cambio real que tuvimos el día 12 de diciembre que devaluamos 118 por ciento. Eso no es lo mejor para Argentina. Hay muy buenos economistas que dicen que tenemos que tener el dólar que tuvo Nestor Kirchner de 2003 al 2007. Eso es 1500 pesos”.
Antes de subir al escenario donde hablaría para los empresarios, Milei anticipó: “Hoy voy a desterrar para siempre la idea del atraso cambiario. Prepárense para ver el baile que se viene”. Un baile es algo que ocurre en un deporte de competencia cuando un equipo golea a otro. En este caso, no podría haberlo porque no había dos equipos. Milei no debatiría con nadie. Solo daría un discurso. Así cualquiera da un baile.
En cualquier caso, le contestó a Broda.
“La tasa de inflación ayer la conocimos. Fue 8,8. Pero nosotros estamos recomponiendo precios relativos. Está ocurriendo. Lo que pasa es que para lo que le pifiaron es más fácil decir que no hay plan de estabilización. Si no hay plan de estabilización, ¿qué creen? ¿Qué baja de casualidad la inflación?”, dijo, acerca de la inexistencia de un plan.
Y sobre el atraso cambiario: “Lo que están diciendo la mayoría de los economistas está mal. Para definir el atraso estoy comparando contra algo. Eso quiere decir que yo tengo que conocer el vector de precios de equilibrio en la economía. Dado que es una economía abierta, necesito conocer las preferencias de todos los agentes de la economía, sobre todo los bienes de la economía, las dotaciones y la tecnología, pero no solo para la economía argentina sino para el mundo también. El pobre Hayek en este momento se estaría retorciendo en su tumba”.
Si Milei hubiera debatido, o al menos aceptado preguntas, las objeciones hubieran sido obvias. Si nadie puede fijar el tipo de cambio, ¿por qué él sí puede hacerlo? Si fijar el tipo de cambio es una demostración de fatal arrogancia, ¿no le comprenden las generales de la ley? Si el tipo de cambio actual es el correcto, luego de una inflación cercana al cien por ciento desde la última devaluación, ¿para qué devaluó tanto en diciembre? O este tipo de cambio, o el actual, están mal.
El economista Carlos Rodríguez junto a Javier y Karina Milei
Broda le recomendó a Milei que escuche, que gobernar solo no es la mejor manera de hacerlo. Horas después, Carlos Melconian explicó que Milei no escucha ni a su propio equipo. Carlos Rodríguez, a quien Milei definió como “uno de los cinco economistas más brillantes de la historia argentina”, señaló: “Por definición, si al precio oficial del dólar, el BCRA no vende al que lo requiera, eso es evidencia suficiente para decir que ese precio está debajo del equilibrio del mercado competitivo capitalista. No le den más vueltas al tema. Quizá en una sociedad socialista, comunista o con propiedad mixta estatal/privada se pueda imaginar otra respuesta... En ese último caso habrá que olvidarse del Mercado y obedecer al que establece los valores”. Domingo Cavallo, “el mejor ministro de la historia”, según Milei, había sostenido lo mismo que Broda.
Los debates sobre la marcha del plan económico son bien conocidos. Algunos economistas han sostenido que el superávit fiscal no es sostenible, que se han sumado reservas al costo de acumular endeudamiento, que el costo social es altísimo e innecesario, que la combinación de profunda recesión y alta inflación refleja que el plan de estabilización, si existe, es malo, que el Gobierno festeja como una llegada a la meta pequeños triunfos que pueden revertirse y, sobre todo, que el atraso cambiario acumula tensiones que, como tantas otras veces, producirán un sacudón tarde o temprano.
Si Milei estuviera seguro con lo que dice, respondería tranquilo. Es un hombre inteligente. Sería suficiente con decir: “Sé que muchos dudan del plan. Estamos recién empezando. La herencia fue muy dura. Somos gente seria. Escuchamos todas las críticas. Pero créanme que por ahora vamos bien. Y si hay algo que corregir, lo vamos a corregir”.
Pero no es lo que le sale. Entonces, ante cualquier advertencia, insulta, humilla, imita, ofende, agrede. Es parte de la personalidad presidencial: interpreta cualquier crítica o advertencia como una ofensa, en algún lado siente que esos señalamientos ponen en cuestión el reconocimiento que merece como economista, algo que le sucedió muchas veces en la vida. Por ejemplo, en el estudio Broda hace veinte años.
Durante toda su vida, el Presidente intentó pertenecer a ámbitos que no le reconocían lo que él creía que valía. Fue rechazado entre los liberales, como Roberto Cachanosky o Ricardo López Murphy. Y entonces se hizo libertario y se rodeó de personajes como Agustín Laje y Nicolás Márquez. Ese giro se expresa este fin de semana en su participación como estrella en un congreso de partidos europeos que añoran la Edad Media.
Con los economistas le pasa algo similar que con los liberales. El año pasado, luego de su triunfo en las elecciones primarias, cientos de economistas advirtieron que la dolarización era un mal destino para el país. Entre los firmantes, estaba Miguel Broda, pero también Juan Llach, Pablo Gerchunoff, Fernando Navajas, José Luis Machinea, Marina Dal Poggeto, Miguel Kiguel, Javier Gonzalez Fraga.
Milei los despreció en un tuit:
“Ciento setenta economistas fracasados que han sido derrotados tanto en las aulas como en los hechos en la lucha contra la inflación vienen a condenar una solución a la estafa monetaria”.
Milei ya no habla de dolarización. ¿Entonces? ¿Quién tenía razón? ¿Él? ¿O los fracasados?
Esto no quiere decir que Milei esté errado ahora, ni lo contrario. Solo que puede equivocarse. Y mucho. Como cualquiera.
Pero es difícil que lo vea , porque lo fastidian mucho esos economistas que, en otros tiempos, como Broda, no le daban el lugar que él creía merecer. Los humilló entonces, lo volvió a hacer en la fundación Libertad, lo volvió a hacer en un reportaje con Alejandro Fantino y ahora de nuevo. En ese debate no importa tanto gobernar bien como tener razón y enrostrarlo: lo de ahora y lo de antes.
Hay un problema ahí, para quien quiera verlo: salvo que todo el mundo sea imbécil menos uno, lo que sería raro pero no imposible.
Mientras tanto el Presidente participa en España de una cumbre de partidos que tienen en común el odio a los inmigrantes. Entre esas personas, es una especie de héroe. “…Asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino…”, dice el prólogo de la constitución de 1853. ¿Qué diría Juan Bautista Alberdi al verlo rodeado de esa gente?
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