Por: Jorge Fontevecchia. Milei no es el problema, él es apenas un instrumento. Podría haber sido Miguel del Sel, el humorista candidato del PRO que casi gana la gobernación de Santa Fe en 2015, de hecho, igual que Milei, había ganado aquellas PASO con el 32,2% del total de los votos pero por entonces nuestra sociedad no había llegado al hartazgo actual.
O cualquier otro Jocker vernáculo. Ese papel en el siglo XX lo ocuparon los militares, cuyos comandantes, aquellos que no sabían que no sabían, o sea los más ignorantes y por eso terminaban gobernando, no estaban más preparados para la administración de lo público que Del Sel o Milei.
Yo los conocí, soy representante a la última generación de periodistas que llegó a dialogar con los comandantes de la última dictadura. Unos brutos, toscos, groseros, ordinarios. Su rudeza, más que a la maldad, obedece a su monumental ignorancia: el mal es peor cuando es fruto de la ignorancia. Sé que es controversial decir que antes que malos eran bestiales pero tuve la misma sensación que Hannah Arendt frente a Eichmann y su perfecta descripción sobre la banalidad del mal.
Recuerdo la cara –literalmente– de nabo de Videla junto a la simplicidad de sus argumentos, los ojos brillosos junto a la sonrisa codiciosa de Massera creyéndose un estratega, y el cinismo de Harguindeguy, equivalente en la función actual al de Patricia Bullrich en aquel gobierno. Nombres que hoy no representan nada y parecen sacados de un arcón de ultratumba pero de los que me quedan el recuerdo vívido de haberlos visto cara a cara.
Gracias a Dios son un recuerdo evanescente a punto de fenecer. Pero ellos eran solo representantes de una cadena de significantes construida por la necesidad de una parte importante de la sociedad, no tan minoritaria, de rechazo violento al peronismo, también como significante de algo mucho mayor, que lo trascendía.
Puede ser una exageración encontrar algún punto de conexión entre aquellos militares primitivos, y por eso aún más calamitosos, con la elección de Milei como presidente, pero hay una: el deseo de votar, apoyar, promover a cualquier vehículo sin importar sus características, con tal de que transporte nuestras ideas. El viejo error de “el fin justifica los medios”.
Cuando se habla de dictadura cívico-militar, duele. Mucho mejor es encapsular el mal en estos dictadores diabólicos y no verlos como mediocres instrumentos de un triste momento de nuestra sociedad. En el reportaje largo de esta edición a la exprisionera de la Escuela de Mecánica de la Armada, Silvia Labayru, se describe en detalle el delirio, no solo la maldad, de aquellos dictadores. Mientras realizaba el reportaje no podía dejar de pensar en el presente y cuánto, de otra forma, cerramos los ojos frente a las estridentes falencias de quienes nos gobiernan.
El mecanismo de defensa no es condescendencia con cada gobernante sino indulgencia con nosotros mismos. Otra vez sectores de poder, con tal de que se vayan los peronistas, kirchneristas, o como se los quiera calificar, están dispuestos a disculpar falencias graves de quien resulte el mejor vencedor de aquello que se rechaza.
Al igual que en la última dictadura, donde para combatir la violencia asesina de los movimientos guerrilleros armados se mimetizó con ellos respondiéndoles con una exorbitada forma de ley del talión sin respetar el estado de derecho, hoy, en 2024, se elige combatir al populismo de “izquierda” del kirchnerismo con populismo de derecha libertario.
Todo vale mientras sus ideas, o gran parte de ellas, coincidan con las propias. El odio es de tal magnitud que se está dispuesto a convertirse en víctimas con tal de afectar a quienes se odia.
Quién tiene la culpa de que haya surgido la última dictadura de 1976 es una pregunta tan amplia como preguntarse hoy quién tiene la “culpa” de que Milei sea presidente. Claramente el peronismo tiene parte de ella, tanto por su búsqueda de hegemonías como por su fracaso en la gestión. Pero la comparte con el antiperonismo en una forma de extremismo operacional por el cual las formas nunca son determinantes en la medida en que el fondo sea el valorado.
No habrá éxito social abdicando frente a que la forma y fondo sean regidos por la misma lógica. Los abusos lingüísticos de Milei o del kirchnerismo en su momento de mayor poder, son la versión posmoderna de los abusos de los años 70 entre militantes armados por un lado y aquellos militares por el otro.
Ahora que tanto se habla del ingreso más formal del PRO al gobierno y una alianza institucional entre La Libertad Avanza y el PRO, vale preguntarse si tienen la culpa Mauricio Macri y Patricia Bullrich, con sus propios fracasos, de que Milei sea presidente. O la emergencia del PRO en la política electoral más o menos competitiva es resultado de “culpas” que los trascienden y ellos mismos fueron tan marionetas del humor social como es hoy el propio Milei.
El antiperonismo, antikirchnerismo ahora anticasta, mutado de nombre, estuvo siempre siendo artífice de nuestra decadencia. La cantidad de calificativos que corresponden a Javier Milei, que tiene el prefijo “ex”, que significa fuera, más allá y dejar de ser, quizá resulte una señal del extravío de nosotros mismos. Excéntrico, excesivo, excepción, exótico, exotérico, extremo...
Otra vez, se prefirió al más extremo sin prestar atención a que los extremos se tocan y parecen entre sí. Quienes proponen el cambio en realidad proponen continuidad, continuo cambio es lo que venimos viviendo desde hace décadas. Romper con la continuidad es transformarnos verdaderamente, integrando las diferencias, enriqueciéndonos mutuamente, abandonando la idea simple de que el problema es solo el otro.
Que Milei sea presidente es culpa del fracaso del kirchnerismo y del PRO, del poder económico que, carente de una visión estratégica de largo plazo, contribuye a que sus activos valgan cada vez menos, de los medios de comunicación que, motorizados por el rencor de ofensas pasadas o el mero populismo de audiencia, se contentan con ganar a las cartas en el Titanic, y que Milei sea presidente es el fracaso de todos, así como de todos será la tarea de reconstrucción.
Ojalá la estética procaz, exagerada y falta de sutilezas de Milei contribuya a generar conciencia de la necesidad de recuperar la racionalidad, y que el prefijo “ex” sea mayormente desplazado por el prefijo “in” (también “en” o “im”) dentro, interior, entre. Ojalá la presidencia de Milei sea una señal tan exacerbada que impida hacernos los distraídos sobre la propia responsabilidad en la construcción de la sociedad que habitamos.
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