El ex rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento dialogó con este diario tras la adecuación de oficio dispuesta por la Afsca para el Grupo Clarín y después de un seminario sobre “Medios y democracia” a cinco años de la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Ex rector de la Universidad de General Sarmiento, con una licenciatura en Ciencia Política en Rosario y un doctorado en la Universidad de San Pablo, Eduardo Rinesi, rosarino de 50 años, es el representante del sistema universitario en el directorio de la Administración Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca). Fue uno de los organizadores del encuentro “Medios y democracia”, que montaron en la ex ESMA durante el jueves y el viernes la Afsca, el Consejo Interuniversitario Nacional y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, en este caso a través de su directora académica, Fernanda Saforcada.
Profesor universitario en materias de Teoría y de Filosofía Política y de Sociología en el Colegio Nacional de Buenos Aires, Rinesi dice estar “muy contento con la experiencia en una universidad joven como la de General Sarmiento” y se niega a hablar de sus estudiantes con la compasión de un conservador. “Es cierto que en general son los primeros estudiantes universitarios de su familia, como ocurre con otras universidades del conurbano, pero a veces el tono en que se dice eso me irrita. Es como si se negara que la enorme mayoría son estudiantes extraordinarios, unos tipos increíbles y radicalmente iguales a los de cualquier otra universidad del país.”
–¿Un ex rector tiene una misión específica cuando llega al directorio de la Afsca? ¿Algo así como un objetivo personal y otro institucional?
–Desde el punto funcional todos los directores hacemos lo mismo. Pero a mí, además, me corresponde acercar la voz de las universidades públicas, que hoy además es una voz muy activa y se asocia a una trayectoria anterior en la que las universidades tuvieron y tienen un papel decisivo.
–¿Cuál es la relación de las universidades con la comunicación?
–La primera relación y más clásica viene de que forman en sus carreras de comunicación a una parte importante de los profesionales. Es parte de la responsabilidad y del compromiso público de las universidades como garantes del derecho a la universidad, sobre todo si uno entiende ese derecho no solo como un derecho de los individuos sino, en primer lugar, como un derecho del pueblo. El pueblo tiene derecho a apropiarse de las investigaciones que hace la universidad. Que el pueblo cuente con la mejor comunicación posible significa que disponga de los debates más informados, profundos y pertinentes. En ese tipo de cruces se yuxtaponen el derecho del pueblo a la universidad con el derecho del pueblo a la comunicación. En segundo lugar hay un importante papel de las universidades, que es el de investigar el mundo de la comunicación, en el sentido más amplio posible. Y en tercer lugar la universidad debe pensar al sistema universitario y a cada una de las universidades como un actor del propio sistema de medios. Las universidades argentinas tienen desde hace muchas décadas radios de excelente calidad. La radio de la Universidad de La Plata es una de las más antiguas del mundo. Los medios universitarios también cumplen el papel de acercar el conocimiento a un público amplio y contribuyen a la tarea de articular la universidad con lo que se llama hoy el territorio. Son ámbitos importantes sobre todo para una universidad que se quiere democrática y diversa.
–Además de las radios, está fortaleciéndose la presencia televisiva de las universidades.
–Las radios están asociadas en una red. Es un buen modelo para la televisión. Unas cuantas universidades tienen canales televisivos en el aire y varias están recorriendo el camino de manera individual o en consorcios para sumar esfuerzos. En ese sentido es importante la reglamentación del artículo 93 de la LSCA, con el pasaje de la transmisión analógica a la digital, y la incorporación de señales nuevas que, en función de la disponibilidad, serán asignadas a las universidades para empezar a transmitir televisión. Esta tercera tarea de producción de contenidos se complementa con la formativa y la investigativa. Hay mucho trabajo en red y me propongo contribuir a su afirmación y a su despliegue.
–Más allá del conflicto por la adecuación del Grupo Clarín, ¿qué avances permitió la vigencia de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en cinco años de vigencia?
–Hay efectos visibles. Por un lado, como resultado práctico, concreto y efectivo, la aparición de una cantidad de nuevas voces, de voces diferentes y plurales, que se miden en cantidad de habilitaciones, de licencias... Son voces nuevas que generan nuevos públicos y nuevas formas de vincularse con las comunidades. Eso no hubiera sido posible sin la LSCA, si se mira por ejemplo el hecho de la asignación de nuevas frecuencias de radio. Es una novedad importante para partidos, provincias y municipios. Es también una forma de generar nuevos puestos de trabajo, nuevas audiencias y nuevos modos de comunicación. Se suma a la muy activa política pública de fomento de nuevas voces y de inversión de importantes cantidades de dinero para que esas voces puedan ser audibles. Damián Loreti reivindica siempre todos los costados de la libertad de expresión. Uno de ellos es que un individuo no puede ser sometido a cachiporrazos por lo que piensa. Ese es un punto de partida necesario y que siempre habrá que defender. Pero Loreti dice que a la vez es necesario que al lado nuestro no haya alguien que grite tan fuerte que haga inaudibles otras voces. Y no habrá libertad plena sin generar las condiciones y los recursos materiales para que esa voz se haga audible. Me remito a lo que conozco más: las universidades. El Estado nacional invirtió recursos en la compra de tecnologías complejas para canales, que son costosos. El Ministerio de Educación asignó presupuesto. Son inversiones significativas. Y se trata de formas de generar las condiciones materiales para garantizar la libertad de expresión. Otro resultado palpable de la LSCA, aunque sea menos material, es la conceptualización de la comunicación que propone.
–¿Cuál es?
–Como un bien público, un derecho humano universal y una responsabilidad del Estado. Eso abre ahora un horizonte de nuevos desafíos. Decir que algo es un derecho humano equivale a decirle al Estado que garantice su vigencia. Es un derecho de cumplimiento exigible. Lo comparo con el derecho a la educación. Los resultados deben ser recuperados por ese pueblo. Un espacio público con más voces y menos restricciones mejora el espacio público y es una ganancia para el pueblo entendido como sujeto colectivo.
–El tema del encuentro a cinco años de la sanción definitiva de la LSCA fue “Medios y democracia”. Funcionarios y expertos hablaron de medios y política, de política en los medios, de cuánto influyen o definen los grandes medios de comunicación...
–Son todos temas que fueron y siguen siendo objeto de mucha investigación y reflexión en el mundo universitario latinoamericano. Recuerdo mis años de trabajo con Oscar Landi. Oscar pensó estos asuntos con mucha imaginación teórica y una cabeza formada en las grandes discusiones de la filosofía y la filosofía política. Trató de pensar el lugar que iban adquiriendo los medios en la escena pública. Analizó las retóricas que aparecían. Eso no se construye según formas invariables. Van cambiando. Oscar siempre señalaba que la sociedad argentina se había vuelto mediática y televisiva durante los años de la dictadura, y sobre todo desde el 1978, por el color y por el Mundial. Pero decía que después de 1982 los argentinos empezaron a la televisión como cómplice de la versión oficial de la guerra de las Malvinas. Al final de la dictadura y en los primeros años de democracia la ciudadanía argentina miraba mucha televisión. Era una especie de altoparlante de lo que decían los políticos. Pero los políticos, sin embargo, hablaban en los lugares clásicos de la política. Uno se acuerda del primer Alfonsín en los balcones de la Casa Rosada o del Cabildo y en actos callejeros. Cuatro años después, durante el domingo de la Semana Santa de 1987, la relación entre política y televisión se invirtió. La gente le empezó a creer menos a la política en la medida en que una de las grandes expresiones de la lengua política manifiestamente juró no haber pactado con los militares levantiscos y la Ley de Obediencia Debida demostró luego que ese juramento era falso. Landi siempre recordaba que durante la campaña electoral Alfonsín había denunciado un pacto sindical-militar. No importa si exactamente ese pacto se había celebrado. Sostenía Oscar que Alfonsín resultó verosímil al enunciarlo.
–Desde ese mismo punto de vista, uno podría pensar que en Semana Santa tampoco hubo pacto, pero que la sanción y la promulgación de la Ley de Obediencia Debida hicieron inverosímil pensar que no hubiera existido un pacto con los carapintada.
–El hecho es que desde el ’87 la política deja de estar en el centro del ring y la televisión se convierte en la escena privilegiada de la escena política. Eso dura hasta terminar el ciclo menemista en el 2001. En esa etapa los políticos empezaban a hacer cola para ir a la televisión. Y actuaron en consecuencia. Hasta se acostumbraron a la retórica de frases cortas. Cada lugar tiene y pone sus reglas. Pero eso tampoco duró para siempre. En el 2003 encontró un punto de inflexión interesante. Los presidentes no fueron al programa de Tinelli y repusieron una escena casi clásica: el presidente hablando desde el escritorio, con un edecán al costado, y la televisión transmitiendo ese acto. Eso forma parte y hace sistema. Concede menos a la lógica, la estética y la retórica, y también a la ideología, que viene de los medios. En el camino, durante tantos años y con acento en la era menemista, los medios se convirtieron en actores con un poder como antes no habían tenido. Con niveles de concentración nunca antes verificados. Por ese conjunto de elementos tenemos una situación de tensión o de enfrentamiento entre lógicas. El panorama se enriquece al ver que hoy la política se hace con más cuerpos en las calles o en las canchas de fútbol, o en la vida intensa de Plaza de Mayo. No sólo la televisión construye un escenario.
–Y los grandes medios, ¿qué definen y qué no?
–Es evidente que ni siquiera unos medios muy poderosos y concentrados, con audiencias construidas y códigos estéticos de comunicación establecidos con esas audiencias, pueden manipular al punto de instalar todos los temas de la agenda, definir las respuestas y determinar las opiniones electorales. Los enormes y poderosísimos medios brasileños no impidieron que el PT ganara una elección tras otra en 2002, 2006 y 2010. El kirchnerismo pudo sobrevivir no a tres sino a cientos de tapas de Clarín. Pero eso no quiere decir que no tengan capacidades importantes. Quizás no te puedan decir qué pensar pero sí sobre qué temas hay que pensar. Estamos todos discutiendo sobre problemas cuya importante “objetiva” es decreciente.
–¿Por ejemplo?
–La cuestión de la seguridad o la inseguridad, cuando la verdad es que algunas cifras de delito bajan.
–Y la mayoría de los homicidios son cometidos no por ladrones sino por familiares o vecinos de las víctimas.
–Sí. Por eso el Estado tiene que resguardar la pluralidad de voces. Cada uno trata de incidir sobre su audiencia como cada uno de nosotros busca incidir sobre el otro al tomar un café. Lo que no puede ser es que el poder de ese grupo de ideas se vuelva omnímodo. No puede haber un poder omnímodo. Si eso ocurre, en beneficio de la democracia ese poder debe ser limitado y circunscripto. Ese es el espíritu general de la LSCA. Se aplica a todos los grupos para que no haya voces excesivamente hipertrofiadas o tan poderosas que vuelvan a otras inaudibles, o que les generen a otras una estructura de costos tal que les impida desenvolverse.
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