Por: Ernesto Tenembaum. El acto de ayer mantenía el recuerdo de tiempos felices, donde otros tenían que gobernar, y Milei se explayaba a gusto. Pero eran recuerdos. Es imposible saber cuánto queda de aquella mística o cuánto se trata de un eco. Lo que es indudable es que la situación cambió.
Hace solo tres años, Javier Milei se subió a la misma tarima que ayer, para defender su candidatura a diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires. Ese día no se sabía si lo lograría y, mucho menos, que se transformaría en Presidente y en un referente político internacional en tiempo récord. Aquel acto tenía un encanto y una mística muy particular, porque reflejaba el espíritu barrial de una campaña artesanal. Era algo que surgía desde abajo. En los videos de aquel momento se puede ver a muchos dirigentes que ya no están con Milei o que no fueron porque se empiezan a distanciar: youtubers como El Presto o Emmanuel Danann, dirigentes históricos del liberalismo como Carlos Maslatón, o incluso la actual vicepresidenta Victoria Villarruel, que ayer pegó el faltazo. En retrospectiva, la magia de ese acto consistía en que un político muy novedoso articulaba los múltiples enojos que anidaban en la sociedad argentina. Iba contra todo. Sin estructura, con poco dinero, pero con la irresistible potencia de aquello que era nuevo y distinto.
Milei volvió ayer al Parque Lezama. Era el mismo pero no era el mismo. Era el líder rebelde que se propone lo imposible, pero también un presidente que gobierna hace diez meses en medio de una realidad tumultuosa que empieza a marcarle límites muy claros. El acto de ayer reproducía el mismo clima de rock barrial de hace tres años. Muchachotes, como entonces, por todos lados. Pero muchos de ellos ya son funcionarios o pelean para serlo o entran a la Casa Rosada como si tal cosa. Forman parte de la burocracia. Milei puteó, insultó, gritó como entonces. Dijo que algunos “se metieron en el orto” alguna cosa. Se la agarró contra el periodismo, una obsesión realmente patológica. “Pedazos de soretes”, disparó contra quienes no dicen lo que él quiere que digan. Cuando los muchachotes gritaban “hijos de puta” a los periodistas, Milei arengó: “Escuchen soretes ensobrados, eso es lo que la gente piensa de ustedes”. Toda una exhibición de tolerancia, equilibrio y sensatez.
Pero, aun con esos detalles, el Presidente parecía por momentos el candidato de entonces. Enfervorizado, carismático, bravucón. Pero, ¿es el de entonces? O, ¿en qué medida es el de entonces?
En principio, es evidente que hay una transición entre el candidato y el Presidente. Milei era el que decía que se iba a cortar un brazo antes de subir impuestos. Ahora es el Presidente que subió impuestos pero explica que los bajó. Milei era el candidato que decía que existían solo dos sistemas en el mundo, la libertad o el comunismo. Cualquier sistema intermedio terminaba en el comunismo o en el chavismo, porque una regulación generaba fallas de mercado que llevaban a otra regulación y así hasta el infierno. Ahora es el Presidente que regula nada menos que el tipo de cambio. O sea que aquel candidato tal vez estaría diciendo que este Presidente nos lleva al comunismo. Pero este Presidente le explica a aquel candidato, curiosamente, que bajó la inflación “sin regular el precio del dólar”, como dijo ayer.
Javier Milei
Tal vez la principal distancia entre un Milei y el otro haya aparecido esta semana, cuando el INDEC difundió los datos de pobreza e indigencia. Aquel candidato llegó al poder gracias a un párrafo que repitió miles de veces. “Hay que hacer un ajuste. Pero esta vez va a ser distinto. Esta vez no lo va a pagar la gente: esta vez lo va a pagar la casta”. Una y otra vez, el candidato Milei decía lo mismo.
Va a ser distinto.
No lo va a pagar la gente.
Lo va a pagar la casta.
Ese recurso fue clave para su victoria. Explicar que nadie, salvo los políticos corruptos y los vagos, pagarían el costo de sus medidas correctivas.
En algún sentido, aquel candidato no mentía. El ajuste se hizo, como había prometido. Pero en otro sentido, la mentira ya es evidente. Luego del ajuste, la pobreza aumentó doce puntos y la indigencia seis. Para entender más sobre las magnitudes son útiles algunas comparaciones. En seis meses, las medidas correctivas aplicadas por Milei generaron tantos pobres como Mauricio Macri y Alberto Fernández en ocho años. La cantidad de personas que cayeron bajo el índice de pobreza en estos seis meses es el doble de las que sufrieron el mismo proceso durante el primer semestre de la pandemia, cuando la inmensa mayoría de los argentinos dejó de ir a trabajar. Es difícil encontrar en la historia un plan económico que haya generado estos efectos sociales.
Pero no es solo eso. En estos seis meses, un millón de niños y adolescentes cayeron en la indigencia. Es decir, hasta diciembre del año pasado sus familias podían alimentarlos dignamente. Ya no. Es un panorama estremecedor que, en tiempo record, profundizó una herencia que ya era dramática. La promesa no se cumplió. El ajuste se hizo y lo pagaron millones de personas humildes que no tienen nada que ver con la casta. O fue una mentira flagrante o la revelación de una incapacidad. No pudo, no quiso o no supo.
Si Milei hubiera perdido las elecciones, ayer probablemente habría estado en Parque Lezama, a los gritos pelados contra los políticos empobrecedores que nos gobiernan. Pero ya no es ese candidato, ni ese líder rebelde, o en alguna medida ya no lo es. Ahora es el Presidente que puso en marcha ese plan que generó ese dolor que había prometido evitar. Entonces, se defiende como puede, como todos los presidentes.
Ayer calificó a Luis Caputo como “el mejor ministro de la historia” y felicitó a Sandra Pettovello por haber desarticulado los comedores populares y haber atendido la cuestión social. Contra toda evidencia, dijo que la pobreza estaba cayendo y seguirá cayendo. Y luego impugnó el derecho de los kirchneristas a acusarlo por la pobreza. “¿Justo ustedes, empobrecedores seriales, que se han llenado la boca hablando de pobres para crearlos más que nadie, van a hablar de esto?”, gritó.
Javier Milei
¿Es el mejor ministro de la historia el que puso en marcha un plan económico que generó más pobres e indigentes que cualquier otro? ¿No habría que esperar para decir eso? ¿Merece felicitaciones, en este contexto, la ministra encargada de atender la situación social? ¿Registraban ellos, antes del informe del INDEC, que un millón de niños y adolescentes caían en la indigencia? Si lo hacían, ¿qué políticas específicas pusieron en marcha para evitarlo? Si no lo registraban, ¿merecían esas felicitaciones? ¿El mejor gobierno de la historia es el que generó esos efectos sociales? ¿Realmente?
En cualquier caso, los Presidentes son así. Arman actos donde se defienden como pueden mientras los seguidores más fieles aplauden enfervorizados cada inflexión de voz e insultan a supuestos enemigos. El acto de ayer mantenía el recuerdo de tiempos felices, donde otros tenían que gobernar, y Milei se explayaba a gusto. Pero eran recuerdos. Milei está en una transición veloz entre aquel candidato y este Presidente. Es imposible saber cuánto queda de aquella mística o cuánto se trata de un eco. Lo que es indudable es que la situación cambió.
Los últimos números de pobreza e indigencia pegan al gobierno, al menos, en tres bandas. La primera se relaciona con una gran mentira de campaña: esta vez el precio del ajuste lo iba a pagar la casta. No fue así. La segunda tiene que ver con la tragedia social que acentuó el Gobierno, y que muchos de sus votantes deben vivir en el día a día. Y a esos dos asuntos -la mentira y el drama social- se le suma un tercero: la ceguera.
Desde el momento en que se conocieron los datos, el Gobierno no ha dado ninguna señal de reconocer sus límites. A la misma hora que se conoció el índice, su hermana Karina subió una foto donde se divertía con la popular animadora Susana Giménez. Luego, Milei salió con ella al balcón de la Casa Rosada para saludar a los transeúntes. La tapa de los diarios del día siguiente reflejaba una composición contrastante: por un lado, el dato del mayor índice de pobreza de los últimos veinte años; por el otro un presidente feliz junto a la platinada cabellera de una de las grandes divas de la historia del espectáculo. Parecían mundos escindidos.
Mientras tanto, los habituales agitadores libertarios desplegaban en las redes un relato cuyo núcleo central era culpar al kirchnerismo, el “virus” que dejó a los argentinos caminando como zombies. Esa perspectiva fue alimentada por Mauricio Macri y María Eugenia Vidal quienes, en disonancia con casi todos los economistas que trabajaron con ellos durante décadas, también sostenían que los números eran exclusiva responsabilidad de la herencia “pòpulista”.
Javier Milei
Manuel Adorni explicó que si Milei no hubiera hecho lo que hizo, la pobreza habría trepado al 95 por ciento. Luis Caputo sostuvo en cambio que, de no haber sido por él, la pobreza habría sido del “ochenta o noventa por ciento”. ¿Ochenta? ¿Noventa? ¿Noventa y cinco? ¿Alguien hizo algún cálculo o son números que se tiran al boleo?
O sea, el Gobierno actuó de manera indiscutible. Hay que seguir por la misma senda sin dudar. Todo está como debe estar a esta altura de las circunstancias. Fin.
Desde lejos dicen que se ve más claro. El prestigioso Financial Times, tituló el viernes: “La pobreza sube al 52,9 por ciento bajo el gobierno de Milei”. La bajada remató: “Los últimos datos se atribuyen a las medidas de austeridad del gobierno mientras la popularidad del líder populista comienza a flaquear”. Y en el único párrafo que ensayó una interpretación sostuvo: “Algunos economistas sostienen que la causa de raíz de la alta inflación es la moneda impresa para financiar el gasto realizado por previos gobiernos peronistas de tendencia izquierdista. Pero la eliminación de controles de precios y la devaluación dispuesta por Milei también hizo su contribución”.
Anoche, en Parque Lezama, los seguidores de Milei gritaron, como entonces, que “la casta tiene miedo”. “Los kukas nos chupan la p…”, provocaban. “Soy el León, toda la casta es de mi apetito”, sonaba en los parlantes. Javier se abrazó con Karina como antes.
Pero no era lo mismo.
Algo -mucho- había cambiado.
Por momentos parecía un eco de aquello.
O tal vez quede mucho de aquellos fuegos.
Quién sabe.
Es aún prematuro para sacar conclusiones definitivas.
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