Cada una con su estilo, Karina Rabolini, Juliana Awada y Malena Galmarini se pusieron al hombro las campañas de sus maridos (Scioli, Macri y Massa); tienen roles definidos e influyen en algunas decisiones
Aunque cultivan perfiles diferenciados, Karina Rabolini, Juliana Awada y Malena Galmarini se vuelven cada día más visibles -y hasta determinantes- en las campañas de sus maridos, los tres candidatos con mejores chances de llegar a la Presidencia. El 10 de diciembre, una de ellas se convertiría en primera dama.
RABOLINI, UNA PERSONA CLAVE
"No te olvides de hablar con Karina", dice Daniel Scioli a LA NACION en su oficina del piso 19 del Banco Provincia. En minutos estará parado junto a la Presidenta en un acto en La Matanza, pero pese al apuro vuelve sobre sus pasos. "¡Es una persona clave de todo esto!", refuerza el gobernador bonaerense y precandidato a presidente de la Nación.
Karina es Rabolini, a la que conoció hace 28 años después de una carrera de off shore en el Delta. A las pocas semanas, ya estaban conviviendo. Salvo un interregno de algunos años en los que ella vivió en Europa, siempre estuvieron juntos. "Nadie lo conoce como ella", aseguran en el entorno de Scioli.
Su rol es independiente del de Scioli y tiene una gran gravitación en la campaña. Como ejemplo de la confianza que el gobernador deposita en ella basta mirar el recorrido que mantuvo Rabolini en el último mes. En ese plazo, visitó y mantuvo encuentros a solas con varios gobernadores, entre ellos, Juan Manuel Urtubey (Salta), Martín Buzzi (Chubut), José Alperovich (Tucumán) y Francisco Pérez (Mendoza).
"Entiendo que en esta etapa mi trabajo se vea como más político o ligado a la campaña. Pero si ayuda a Daniel a encarar el desafío más grande de su vida, me alegra", cuenta la primera dama bonaerense desde Salta, a donde viajó para apoyar a Urtubey. Pero lejos de asumir como propio el mérito, Rabolini se apoya en la figura de su pareja. "Los gobernadores me reciben porque soy la mujer de Daniel", explica.
La ex modelo y actual empresaria -es dueña de compañías ligadas a la moda, maquillaje y anteojos- está cómoda en el lugar que ocupa y no piensa en nada más allá; incluso, se ríe ante los rumores de que podría incursionar como candidata a la gobernación en algunos años.
"Estoy trabajando mucho en lo social, pero acompañándolo a Daniel; me hizo subir a una lancha y ahora me hace acompañarlo", dice Rabolini, que preside la Fundación del Banco Provincia hace poco más de siete años. Y agrega: "Disfruto de viajar por el país y vivir el país maravilloso que tenemos y que no me lo cuenten".
Pero esa alta exposición también la expuso a declaraciones que generaron incomodidades dentro del grupo de trabajo de Scioli. "Claro que le creo al Indec. Tengo entendido que la inflación se está controlando, lo mismo que pasó con el dólar. Las cosas han venido mejorando", dijo Rabolini, hace un mes, en una entrevista radial; las palabras de Rabolini, exégeta de Scioli, generaron un sinfín de críticas de la oposición.
Como si fuera candidata, Rabolini tiene una agenda de trabajo ajustadísima. Además de visitar mandatarios provinciales y candidatos a intendentes, durante estas últimas semanas aprovechó para desplegar sus dotes artísticas: bailó tango con el imitador de Scioli en el programa de Marcelo Tinelli y frente a la Casa Blanca, en Washington. Y se animó a tocar algunas notas de "La Cumparsita", en Córdoba. Siempre, donde se encuentre, su mensaje es uno: presentar a Scioli como la opción más segura para suceder a Cristina Kirchner.
Se muestra como la cara más humana del sciolismo. Tras el desembarco en la gobernación, hace casi ocho años, Scioli y Rabolini formaron un hogar en Villa La Ñata, a orillas del río Luján, donde entra y sale gente desde las siete de la mañana.
Cuentan las personas que tratan a diario con Rabolini que no fue sencilla la construcción de la casa. Es que había diferencias: Scioli quería un quincho, pero Rabolini no quería una construcción separada de la casa principal; todo debía estar integrado. El gobernador le aseguró que no iba a avanzar, pero su esposa descubrió los planos de un quincho que, además, era alpino. Demasiado para ella.
Ante las evidentes pruebas, Scioli volvió a asegurarle que no haría nada que ella no quisiera, pero en 2007 el quincho -repleto de fotografías con figuras políticas, deportivas y del espectáculo- se construyó. Como un guiño del destino, ese mismo año, más precisamente el 9 de Julio, Buenos Aires amaneció nevada. Un fenómeno que no ocurría desde hacía casi un siglo. "No se puede pelear con Daniel; él siempre gana", se resignó.
AWADA, EL REMANSO DE MACRI
"Es otra persona desde que está con ella." "Es su remanso luego de jornadas con estrés y decisiones difíciles." "Lo tranquiliza, le da paz y ganas de volver a su casa."
Las opiniones cerca de Mauricio Macri son coincidentes: Juliana Awada, su pareja desde 2009, representa un antes y un después en la vida del jefe de gobierno porteño y candidato presidencial por Pro.
Joven, bella y a menudo sonriente, Awada se mantuvo siempre lejos de los flashes y rara vez opina sobre política, aunque en los últimos días tuvo una semana de alta exposición: acompañó al candidato al programa de Tinelli, conversó con distintos medios de comunicación y hasta representó a su marido en la cena de Conciencia, el miércoles por la noche. En cada evento, mostró unlook elegante, pero sencillo, siempre en un segundo plano de "acompañamiento" a su esposo, pero sin dejar de brillar con luz propia.
Hija de Abraham Awada, exitoso empresario textil, y con cuatro hermanos, la tercera esposa de Macri (se casaron en Costa Salguero y Tandil en noviembre de 2010) tuvo un matrimonio anterior con el conde belga Bruno Barbier. Conoció a su actual marido en una cena a beneficio y la frecuentó en el gimnasio que ambos compartían en Barrio Parque.
Tres días a solas en Tandil, donde según declaró en el programa de Susana Giménez compartieron "golf, caminatas, comidas, lecturas", fueron suficientes para que Macri, según sus palabras, quedara "hechizado, como en una nube", como declaró la tarde de su casamiento en la quinta de su tío Jorge Blanco Villegas.
¿Qué rol cumple Juliana en la vida política del líder de Pro? Un alto funcionario porteño comenta sus apariciones recientes. "Hace gala de ser ella y está muy bien. No tiene por qué bajar línea política: trabaja, es educada. Lo acompaña a viajes, eventos, y donde él la necesita, ella está." El año pasado, en Israel y como pudo comprobar LA NACION, Awada declinó algunas reuniones políticas trascendentes, como el encuentro con el primer ministro Benjamin Netanyahu, pero sí compartió el viaje a la Iglesia de la Natividad, en Belén, donde moderó la impaciencia del líder de Pro ante una interminable cola de feligreses que pugnaban por entrar. En Alemania, mientras su marido conversaba con la canciller Angela Merkel, ella se iba de compras, aunque nunca elegía las firmas más caras.
El funcionario cuenta que la esposa de Macri y madre de su pequeña hija Antonia (también clave en el cambio de carácter del líder de Pro) ha comenzado a recorrer algunos sectores problemáticos de la ciudad, como la villa 31. "Se empapa de cómo se trabaja, qué es lo que se está haciendo allí para mejorar la vida de la gente", comenta el funcionario, con la mente puesta en la Casa Rosada a partir de diciembre.
"Lo acompaño desde el amor", define ella su rol en la pareja. "No me «coucheo», no me paso una hora practicando lo que voy a decir. Soy una persona sincera", dijo a LA NACION en una breve charla durante la cena en Conciencia. Se la veía sin tensiones por compartir la velada con los principales rivales de su marido: Daniel Scioli y Sergio Massa.
En el programa Los Leuco, por TN, Awada contó que su matrimonio con Macri le trajo roces con Alejandro, su hermano actor, que aplaude las políticas del kirchnerismo. Lo resolvieron, según contó, "charlan do, diciendo que nos queremos y nos respetamos", y no hablando más de política. El secuestro de su padre, en 2001, es otro hecho que lo acerca a su marido, que estuvo 14 días detenido por una banda en 1991.
Celosa de la armonía familiar, respeta los tiempos políticos de su marido, pero cuida espacios de la pareja, como la quinta que Macri tiene en José C. Paz. "Él trabaja mucho, tenemos ese lugar para estar con la familia", explica con soltura.
La oposición porteña, en la voz de Gustavo Vera, encontró una veta para criticarla por su trabajo como diseñadora en la empresa familiar, a quien relacionaron con el trabajo esclavo en 2012. Voceros de Macri negaron a LA NACION cualquier vínculo con el espinoso asunto. Y más allá de los deseos de la propia Awada, apuestan a que su personalidad le agregue un plus a Macri en las batallas finales por la Presidencia.
Con Rabolini son amigas desde hace mucho tiempo, al margen de los vaivenes en la relación entre sus maridos. "Podemos decir que son buenas amigas. Se cruzan muchas llamadas, más seguido quizá que sus maridos", cuenta un alto referente del gobierno porteño. Con Malena Galmarini, la esposa de Sergio Massa, la relación es inexistente. "Ni siquiera se conocen", agrega el funcionario porteño.
MALENA, EL SOSTÉN DE MASSA
Malena Galmarini no se iba a perder el viaje a Bariloche. Le costó levantar la pierna para ponerse los jeans. Sufrió cargando con el bolso. Lo que fuera que le estrujara el estómago podría esperar. No lo sabía, pero subió al colectivo con apendicitis. Y aguantó. A los pocos días, la bajaron del Cerro Catedral con una peritonitis. Perdió un tramo del intestino en la cirugía. Pero viajó.
La esposa de Massa se agarra la cabeza cuando recuerda a aquella adolescente de 17 años. Pero todavía puede verla cada vez que pasa frente al espejo. "No sé si es virtud o defecto, pero tengo espaldas para bancar", dice hoy la mujer del candidato presidencial del Frente Renovador. La que, según Massa, manda puertas adentro de la casa, mientras él tiene la última palabra en la política. Lo primero es cierto.
"Sé lo importante que es para los tipos que hacen política tener quien los apoye. Nunca le diría a Sergio que no haga algo que ya decidió. Uno tiene la libertad de opinar, pero esa misma libertad se termina cuando se toma la decisión", continúa Galmarini, en tren de explicar el costado político de una relación que lleva 20 años. "La política tiene en eso mucho de religiosidad: de creer, de admirar, pero también de bancar", completa.
Mamó esa filosofía en un hogar peronista y militante. "Montonero, pero de los que lo pasaron realmente mal en la dictadura", suele decir, cuando habla de sus padres, Fernando Galmarini y Marcela Durrieu, pero piensa en los Kirchner. Su padre llegó a ser secretario de Deportes del menemismo. Su madre, hoy concejal en San Isidro, fue una de las autoras de la ley de cupo femenino.
La leyenda pone a Durrieu como celestina de la pareja, obnubilada ante un Massa de 21 años, pujante en su llegada al peronismo desde la Ucedé. Y a Malena reticente, frente a un "pendejo que se llevaba todo por delante". Se casaron en 2001 y se mudaron a Tigre. Después llegaron los hijos, Milagros y Tomás.
Desde que Massa desembarcó en la intendencia de Tigre, en 2007, ella se ocupó del área social. Hoy maneja un cuarto del presupuesto del intendente Julio Zamora, desde la Secretaría de Política Sanitaria y Desarrollo Humano: una suerte de superministerio que concentra las áreas de Salud, Educación, Vivienda y Promoción Social. Son cerca de $ 600 millones al año, que termina impactando en 200.000 vecinos, la mitad de la población de Tigre.
Malena se ve lejos del perfil que suelen asumir las primeras damas. "No hago beneficencia, pero no denuesto a quien lo hace. Acepto que hay damas que asumen el rol de acompañantes, pero no creo que así se construya una sociedad más igualitaria. Yo trabajo desde el Estado para impartir diseños de políticas públicas que lleven al desarrollo de la comunidad", se define. En menos de un minuto, está hablando de los botones antipánico del sistema DAMA o los cursos sobre violencia en el noviazgo para adolescentes.
La charla con LA NACION, prevista para media hora, se estira a tres. Lo primero que hace Malena es ponerse en el rol que los asesores de campaña le piden que esquive. El de la mujer combativa que le dijo "pedazo de forro" a Scioli en 2013, en el pasillo de un canal de TV, luego de que el gobernador minimizara el robo que sufrieron los Massa, y que luego se comprobó que fue en manos de un prefecto vinculado a los servicios de inteligencia.
"No me molesta que digan que soy visceral. Es la verdad. También soy obsesiva en la gestión e hiperexigente con mi equipo de trabajo. Pero ojo: tengo el mismo equipo desde hace siete años", aclara, y enumera funcionarios que son dirigentes de partidos opositores. "No es que soy tolerante: yo acepto lo que el otro piensa. Y punto. El único límite que no pueden cruzar es meter a la gente en medio de la pelea política", cierra.
Los dictados de la campaña le imponen acompañar a Massa a eventos y entrevistas de la TV. "Es una cuestión cultural y la acepto, pero prefiero estar con mis hijos cuando termina mi trabajo", continúa. Se maquilla en el auto, usa ropa que la repite en otros eventos y, con Tinelli, terminó hablando de piojos. Sabe que se viene un tramo duro de la campaña para su marido. No parece preocupado. No es la primera vez que le toca aguantar la presión.
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