El presidente quiso demostrar que el superávit de un sólo trimestre se extenderá todo el año, lo que puede ocurrir por su obstinación en la meta. Pero de ahí a que el IPC descienda a niveles razonables y que los sueldos recuperen poder de compra hay un largo trecho, mientras la economía se hunde en la depresión y empieza a crecer la preocupación por el empleo.
Alejandro Rebossio
El mismo presidente que ve a su perro muerto, Conan, pretende que toda la sociedad, incluido los economistas ortodoxos que lo critican como Domingo Cavallo y Carlos Rodríguez, vea lo que él ve que supuestamente está sucediendo en la economía. Primero, que el equilibrio fiscal del primer trimestre es sustentable y puede mantenerse todo el año. Que no es fruto de una licuación de gastos por inflación sino de su mentada motosierra. Que está comprometido a mantener el déficit cero como “mandamiento”, como los que Yahveh entregó a Moisés, invocación no casual que pronunció la noche de la Pascua judía. Milei, el presidente que cree que el resto “no la ve”, también observa que la inflación baja, lo que sucede pero no en la medida para festejarlo, y él también tiene la videncia de que los salarios están recuperándose, una hipótesis que contrasta por ahora con la realidad.
Con una hipérbole épica y populista, Milei anunció en cadena nacional que el ajuste continuará
“Entiendo que la situación es dura, pero ya recorrimos la mitad del camino”, arrancó su discurso rodeado de quienes él considera “patriotas” por asumir sus cargos en pleno “incendio”, el ministro de Economía, Luis Caputo, el secretario de Finanzas, Pablo Quirno, el presidente del Banco Central, Santiago Bausili, y su vice, Vladimir Werning. “A mitad de camino” significa que él cree que a mitad de año comenzará el crecimiento económico, en forma de V, como él sostiene. Pero hay colegas suyos que temen una L o una curva como el logo de Nike, es decir, una depresión prolongada. “Esta vez el esfuerzo va a valer la pena”, prometió a los 46 millones de argentinos, la mayoría de los cuales lo votó y aún lo apoya.
Predijo que primero se recuperará la economía por los sectores primarios, la minería, el gas, el petróleo y el campo, y después por una recuperación salarial por la baja de inflación. Esta recuperación, según él, ya está ocurriendo. Por ahora las estadísticas no lo ratifican. Pero si realmente bajara la inflación a niveles menores al alza salarial, entonces sí habrá mayor poder de compra. Hay dudas de que ello ocurra. Puede que los argentinos ganen más dólares que antes, pero también gastan más.
Después anunció el superávit fiscal financiero (después del pago de intereses de la deuda, uno de los rubros que no se ajuste, no vaya a ser que los acreedores se quejen) del 0,2% del PBI en el primer trimestre de 2024, o sea, el primer cuarto sin rojo en 16 años. “No es más ni menos que la piedra fundamental para la prosperidad de la Argentina”, ensalzó el superávit. Anteriores gobiernos en estos 40 años de democracia muchas veces menospreciaron las cuentas ordenadas. Fue un error. Pero de ahí a considerarlas la prioridad número uno de la economía también puede llevarnos a la equivocación. Pero el presidente habla de “hazaña de proporciones históricas a nivel mundial”.
Después de describir la herencia recibida como peor que el Rodrigazo de 1975, la hiperinflación de 1989 y la crisis de 2001 -otra afirmación lejana a la realidad, pese a lo severa de la debacle dejada por el peronismo-, calificó de “milagro económico” su superávit de un solo trimestre. “Milagro económico” es como se llama al repunte de Alemania o Japón tras la Segunda Guerra Mundial, pero no tuvieron mucho de milagro y sí de esfuerzo por el desarrollo económico, condimento del que por ahora carece el plan libertario.
“Fue motosierra, no licuación”, pregonó Milei frente a críticos como Carlos Melconian que advierten que el ajuste se basa en congelar gastos mientras la inflación corre a casi el 300%. “Sólo 0,4% del PBI fue por pérdida de las jubilaciones, y fue por la nefasta fórmula de movilidad jubilatoria de Alberto Fernández”, quiso aclarar el presidente. En parte tiene razón. En parte, no, porque el ajuste a los adultos mayores, como a los asalariados, provino del salto inflacionario inicial de la gestión libertaria. Esta disparada, a su vez, se debió en parte a la herencia de precios insosteniblemente reprimidos por el anterior gobierno, pero en parte por las medidas liberalizadoras que adoptó el nuevo jefe de Estado.
“El 4,6% restante (del ajuste) se debe al recorte del gasto público que usaba la política para comprar voluntades”, sostuvo Milei. Una parte mínima puede ser cierta. La mayoría, no. “Por primera vez solo se trasladó el ajuste a los beneficiados del modelo empobrecedor del pasado”, soltó sin tener en cuenta que se han hundido la economía y los salarios, y ahora también comienza a preocupar el empleo. Puntualizó en el “recorte a las provincias” de fondos que servían “a cambio de someterse a la Nación”. En parte es cierto, pero en gran parte, no. Los recursos jibarizados incluyen el incentivo docente y el subsidio al colectivo.
Milei celebró la “reducción de la obra pública”, pero casi la eliminó. La justificó señalando que eran caldo de cultivo de un “festival de corrupción, de rutas que no conducían a ninguna partes, de obras que no se terminaban”. Es verdad que hubo corrupción, y mucha, y que se dejaron proyectos inconclusos, pero pese a las coimas y sobreprecios, que deberían erradicarse, también se concretaron autopistas, viviendas o cloacas. Pero tranquilos porque Milei reiteró que su modelo radica en que la infraestructura la haga el sector privado. Es decir, sólo se harán las obras que puedan pagar los usuarios... adinerados.
“Eliminamos 50% de los cargos políticos”, dijo con justicia. Es verdad que podó más de la mitad de los ministerios, aunque acaba de subirles el sueldo a su hermana Karina o a su vocero Manuel Adorni para que cobren como ministros. Llamó la atención cuando habló de “eliminar organismos que perseguían a los que pensaban distintos”. Así se refería al Instituto Nacional contra la Discriminación, el Racismo y la Xenofobia, que seguramente debía mejora en su funcionamiento, pero también perseguía a discriminadores, racistas y xenófobos.
Entre tanto ajuste ni mencionó a las universidades públicas, cuyos defensores marcharán este martes en un acto que puede ser tan masivos como el 8M feminista o el 24M de los derechos humanos, pero vaya a saber si cambia el humor social. Los refuerzos presupuestarios de último momento del Gobierno a las casas de altos estudios, aunque insuficientes, quizá demuestran que a los asesores de imagen del presidente, Santiago Caputo y Rodrigo Lugones, la movilización eventual de jóvenes estudiantes no les resulta inocua.
Pero Milei sostiene que el ajuste preservó a los “sectores postergados” porque duplicó la asignación universal por hijo y la Tarjeta Alimentar, cuadruplicó la ayuda escolar, entregó vouchers a estudiantes de colegios privados -claro que son sólo el 16% del total- y sextuplicó la ayuda a 70.000 embarazadas. Esto es verdad y sirvió para atenuar el ajuste y la depresión. Pero el presidente quiso ir más allá y celebró que aumentó 75% la ayuda a comedores populares, lo que contrasta con las quejas de las organizaciones sociales y hasta de la Iglesia católica por la falta de ayuda.
Milei sostuvo que le decían que “tener déficit cero en el primer año era imposible”. Pero habría que recordarle que sólo pasó un trimestre. También es cierto que está obstinado en mantenerlo y no parece que nada vaya a detenerlo, sobre todo en este primer año de gobierno en el que goza de un alto apoyo de un pueblo cansado de 40 años de fracasos en democracia.
“La inflación se está desplomando, es menor a la esperada”, se congratuló. Recordemos que la elevó del 12% en noviembre al 25% en diciembre y después la bajó al 20% en enero, al 13% en febrero y al 11% en marzo. Los datos de estos dos últimos meses fueron realmente inferiores a lo pronosticado, en parte porque se postergaron algunos aumentos de tarifas para los días venideros y en parte porque la economía se hundió más de lo previsto. Pero Cavallo, antes admirado por Milei, advierte que será difícil seguir reduciendo el índice de precios al consumidor (IPC) por debajo del 6% mensual.
Milei reivindicó un “sistema de precios libres”, aunque cuando Santiago Caputo y Rodrigo Lugones le advirtieron del malhumor de las clases altas y medias altas por las prepagas buscó el modo de regularlos en este sector. Prometió que “cada peso que sobre será devuelto a los argentinos en forma de reducción de impuestos”. Es decir, no se detendrá en su lucha por bajar el gasto. La duda es por qué la gente querría abonar tributos cuando el propio jefe de Estado alentó la semana pasada a los grandes millonarios a evadirlos. Claro, a ellos les ha preparado una rebaja del gravamen a los bienes personales, mientras subirá el monotributo a los que menos cobran y reinstaurará el equitativo impuesto a las ganancias a los empleados con mayores salarios, siempre y cuando lo apruebe el Congreso.
Llamó a reducir el gasto a un “nivel acorde con un país que necesita crecer”. Pero amputarlo del 40% del PBI al 25%, como él quiere consagrar en el Pacto de Mayo, es acotarlo a guarismos de países subdesarrollados. Casi la única excepción en ese nivel es Irlanda
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