Por: Eduardo Aliverti. El divorcio entre “la política” y los temas apremiantes de la sensibilidad popular se hace cada vez más innegable. Agota. Alcanza genéricamente a toda la dirigencia y es lamentable apuntar este drama, que continúa abonando el terreno para una creciente derechización de la sociedad.
Ahora fue el asesinato del colectivero Daniel Barrientos lo que corroboró el circuito deprimente de cómo “la política” le responde a tragedias de este tipo, y a demasiadas de las problemáticas mayoritarias.
Martín Granovsky publicó el martes pasado, en Página/12, un artículo extraordinario acerca del “más allá” de Sergio Berni. ¿De veras el conurbano bonaerense ya es la Colombia de Pablo Escobar?
Con el riesgo que significa extractar la profundidad de una nota, cabe permitirse reproducir algunos conceptos y números axiomáticos.
El primero es que la sociología del delito no es una tarea que le quepa a las víctimas. Pero sí al resto. Funcionarios. Dirigentes políticos. Y periodistas.
“El homicidio es uno de los dos hechos que producen una estadística nítida. El otro es el robo de autos. No hay homicidio que no se registre, ni robo de auto que no se denuncie. En cambio, salvo que las empresas de telefonía lo tengan tipificado, es imposible hacer una estadística del robo más común de esta época: el de celulares. La enorme mayoría no denuncia el delito. Y, de paso, es casi el único objeto posible de robo en una zona como Virrey del Pino. No hay joyas en danza, ni relojes caros, ni dinero en el bolsillo”.
“Si se pregunta a cualquier persona, sobre todo en el Conurbano, si los homicidios aumentaron o bajaron en los últimos diez años de su vida, seguramente contestará que aumentaron. (…) Esa respuesta suele estar influida por el bombardeo de los grandes medios (un hecho delictivo repetido hasta el cansancio durante el día entero) y por la realidad angustiante del robo de celulares camino al trabajo o al regresar, sobre todo en los barrios más postergados. Y si se consulta sobre el móvil del asesinato, la respuesta será, sin duda, el robo”.
Pero por aquí, para los simplificadores desenfrenados, llega analizar el mapa de los homicidios dolosos. Es decir: de los cometidos con intención de matar.
Uno de esos mapas lo elabora el Ministerio Público bonaerense. Como recuerda Granovsky, ese organismo no está en manos de Raúl Zaffaroni. Lo dirige un hombre del PRO: el procurador Julio Conte Grand.
Al tope de los homicidios dolosos están los “Conflictos interpersonales”. Después, los de “Contexto de robo”. Siguen “Violencia en el ámbito familiar”; “Femicidio”; “Cometidos por fuerzas de seguridad”; “Ajuste de cuentas”; “Comercio de estupefacientes””; “Legítima defensa” y “Motivación indeterminada”.
Los “interpersonales” abarcan desde muertes por peleas entre vecinos hasta las disputas por territorio. Y el aglutinado de violencia en el ámbito intrafamiliar, más femicidios, duplica largamente a los asesinatos en ocasión de robo. Eso se ratifica en el departamento judicial de La Matanza.
“En todo el mundo, el coeficiente para medir los homicidios dolosos es determinar cuántos se comenten en proporción a 100 mil habitantes”. Pues bien: el estudio “Delitos y violencias en la Provincia de Buenos Aires”, elaborado por el Observatorio de Políticas de Seguridad de la Universidad Nacional de La Plata, estipula que, en el lapso comprendido entre 2009 y 2021, esa tasa bajó de 8,5 a 4,5 homicidios dolosos cada 100 mil habitantes.
Como reforzó Ernesto Tiffenberg el sábado, en otro artículo notable, esa cifra de homicidios cada 100 mil habitantes, que es la única confiable para medir “inseguridades”, palidece frente a los 22 cada cien mil de Brasil; los 24 de Colombia; los 28 de México y… los 7 de Estados Unidos.
Pero entonces sigue el problema de que las estadísticas semejan no importar, por considerárselas inventadas u objeto de manipulación (lo cual, tanto como las encuestas, es o puede ser cierto en muchos casos que de ningún modo son todos).
Y esencialmente, esto se acentúa cuando la respuesta política, en cabeza de las autoridades, es una sucesión de disparates gestuales y comunicacionales que “la gente”, de manera quizá no justificable pero sí comprensible, toma como una provocación. O como una ruptura con la realidad, que acaba siendo lo mismo.
Así, Figureti Berni se especializa en llegar después y nunca antes; aunque, también es cierto, las veces en que pueda haber llegado antes jamás son noticia.
Preso de su permanente teatralización de macho que se la banca, cayó en el piso de lo que alguna hipótesis facilonga traza como una emboscada. Y arriba al techo de que esa agresión salvaje pudo redundar en su muerte de un piedrazo o de una trompada, sin que tampoco pudiera conmover gravemente a “nadie”; o, peor, con la anuencia social de habérselo entendido, y hasta merecido, por hacerse el compadrito al pepe.
Así, se sobreactuó el procedimiento surrealista, articulado entre la policía de la Ciudad y La Bonaerense, en la detención de uno de los agresores (ya que estamos: ¿quién le proporcionó la filmación a los medios, como si el objetivo fuera prender más fuego todavía?).
Así, largaron alegremente que “capaz que nos tiraron un muerto” y que la Comandante Pato podría estar detrás de la conspiración.
Vamos por partes diferentes y concurrentes.
Que hay una derecha bestializada, dispuesta a especular con cualquier elemento concreto o ficticio, debiera quedar fuera de incertidumbres.
A Kicillof están esperándolo con cuchillo y tenedor porque es la única opción, siquiera distrital, de esperanza ganadora del oficialismo. No pueden engancharlo, ni a él ni a su gobernación, en alguna sospecha de corruptela. En consecuencia, es dable aguardar que intentarán acribillarlo desde el más mínimo resquicio que ofrezca o que ingenien. De hecho, en simultáneo con la andanada por el homicidio de Barrientos, le desparraman ser el culpable del fallo de un tribunal extranjero, a favor de los fondos buitre, por la estatización de YPF.
Justamente por eso, es una locura que el oficialismo caiga en la trampa ostentosa de adjudicar este asesinato a la eventualidad de una maniobra política. El oficialismo que fuere, porque a esta altura ya es complicado establecer la distancia con el opo-oficialismo.
Una cosa así no se larga a la bartola y menos que menos en un momento de altísima irritación social, que le da carne a las fieras para agitar la semblanza de un gobierno decidido a refugiarse en la excusa que viniere.
En lugar de demostrar empatía, se las gastaron con una compadreada. Una imputación sin solidez probatoria, como si se tratara de opinar en un foro. Un arrebato cinematográfico, cual si fuera cuestión de arrestar a un capo narco. Un pedido de disculpas de Figureti, por si alguien se sintió ofendido. Y hasta Cristina debiendo preguntar, en público y casi literalmente, si acaso están del tomate.
Festejan Milei, Bullrich, los mastines mediáticos y toda la Compañía.
Les sale gratis, encima, porque están exentos de rendir cuentas según la percepción de tiempos electorales, en los que sus rémoras son reemplazadas por la constante oficial de dispararse a los pies.
En circunstancias de la economía que muestran al Gobierno asiéndose como puede para evitar una devaluación brusca y terminal; con el proceso inflacionario sin perspectivas de detenerse; con el frenesí permanente del país del AMBA (que no es todo el país, pero sí el país que fija el humor general y electoral), debería suceder que lo que quede del Frente de Todos se preste a una práctica básica de unidad en la adversidad.
No parece.
Un sector insiste con que Cristina revea su decisión de no postularse a nada de nada, contra todas las evidencias. Otro y otros juegan a la especulación del chiquitaje anti-cristinista.
En medio y en función de eso, la interna deriva en el derrotismo. Que es un primer requisito para asegurarse la derrota, mientras mucha de “la gente” que podrá ser minoritaria, pero que aún podría ser voluminosa, espera el gesto para evitarla o amortiguarla.
Sin candidaturas potables, realistas, y con lo que reste de militancia, simpatizantes y espantados por el retorno de la derecha explícita, quienes ya no saben a qué atenerse, ¿está definitivamente excluida la posibilidad de que Cristina, Alberto y Massa se sienten a recomponer, visto que lo demostrado es su capacidad a fines de destruirse u obstaculizarse, pero no para construir una última chance de sobrevivir electoral y programáticamente?
Se asume la cuota de ingenuidad que pueda tener esa pregunta.
Pero, ¿hay alguna idea de emergencia mejor?
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