Luego de obtener importantes resultados electorales, los movimientos que surgieron en la Europa de la crisis ahora sufren los mismos escándalos e internas que las fuerzas políticas más tradicionales.
Pablo Iglesias, el joven volcánico que fundó Podemos , confesó el peor de sus miedos después de las últimas elecciones en España, en las que quedó tercero: "Vamos a pasar de ser partisanos a ejército regular y eso nos puede salir muy caro". Fue premonitorio. Tres meses más tarde, el partido de los indignados se revuelve en una división interna feroz que se dirime en público y siembra dudas sobre su futuro.
El drama que avizoró Iglesias traspasa fronteras. En Italia, el Movimiento 5 Estrellas (M5E) lo sufre a poco de haber conquistado la alcaldía de Roma. Y en Gran Bretaña los aislacionistas xenófobos de UKIP se desangran desde el día mismo en que consiguieron empujar al reino fuera de la Unión Europea (UE).
Nacidos de la protesta, capaces de poner patas arriba la política europea, los partidos antiestablishment atraviesan la experiencia traumática de jugar en el sistema. El resultado es una crisis de final abierto que se traduce en fracturas, purgas, cambios de líderes y expectativas insatisfechas de los votantes.
Es un fenómeno que acompaña al éxito y no repara en ideologías. Syriza, la izquierda radical griega, vive en tensión desde hace un año, cuando su líder y primer ministro, Alexis Tsipras, abjuró de sus promesas revolucionarias para evitar la quiebra del país. El partido se rompió en tres. En el otro extremo, los ultraderechistas alemanes del AfD, en forma paralela a su alarmante ascenso electoral, libran batallas inclementes para definir qué rumbo tomar.
"Los populistas por definición nacen en la oposición y en la protesta. Cuando llegan al poder o tienen una cuota de él, enfrentan el drama de tomar decisiones, que pone en cuestión su coherencia. Las tensiones resultan inevitables", explica el profesor de Ciencias Políticas Ignacio Molina, investigador principal del Real Instituto Elcano. En el origen mismo de estos partidos está la semilla del descontento: "En general nacen ligados a un líder carismático que cuando es cuestionado tiembla toda la estructura", agrega.
La crisis de Podemos encaja en esa lógica. Empezó como una discusión de cargos. Pero esta semana derivó en una pelea ideológica a cara descubierta entre Iglesias y su número dos, Íñigo Errejón. Discuten por qué se desinflaron entre las elecciones de diciembre y las de junio. Iglesias promueve acentuar las tesis radicales. "El día que dejemos de dar miedo seremos uno más y no tendremos ningún sentido como fuerza política", dijo anteayer en un acto de campaña. Errejón, abanderado de la moderación, lo cruzó por Twitter: "A los poderosos ya les damos miedo, ése no es el reto. Lo es seducir a la parte de nuestro pueblo que sufre, pero aún no confía en nosotros".
La respuesta del jefe no tardó en llegar: "Sí, compañero, pero en junio dejamos de seducir a un millón de personas. Hablando claro y siendo diferentes seducimos más".
La consultora política Belén Barreiro cree que la tensión se origina en una caída en picada de la valoración pública de Iglesias: "Podemos tiene un registro que suena bien en campaña, pero supo adaptar su estilo a la política de todos los días".
Es lo que Víctor Lapuente, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford, llama la retórica del chamán: "Se basa en la indignación, en soñar con lo imposible, en poner la realidad frente a la utopía". Eso genera unas expectativas tan grandes que terminan por aplastar a quien la expresa.
Pocos casos más simbólicos que el de UKIP. Su líder, Nigel Farage, se convirtió en el promotor más visceral del Brexit. Cuando el referéndum de junio dejó a Gran Bretaña en la puerta de salida de la UE tuvo su hora de gloria. Y sin embargo dos días después renunció al cargo.
Afloró entonces una brutal lucha de poder que sólo la euforia electoral había mantenido oculta. Al principal rival de Farage y favorito a sucederlo, Steve Woolfe, lo eliminaron de la interna por presentar 17 minutos tarde los papeles de la candidatura. Douglas Carswell, el único diputado de UKIP, se hartó y se excluyó de las elecciones. "Esto parece Siria -dijo-. Es una guerra con mil facciones, todos contra todos."
El viernes pasado UKIP eligió a una nueva líder, la ex empresaria Diane James. Farage le levantó el brazo, pero anunció que seguirá en el Europarlamento, como una suerte de "embajador del Brexit". Abrió ya la próxima disputa por el protagonismo en un partido que lucha para no caer en la irrelevancia, cumplida ya su misión fundacional.
Otro éxito amargo es del M5E. Cuando en junio Virginia Raggi ganó la alcaldía de Roma, el movimiento del cómico Beppe Grillo se colocaba como una amenaza seria para el primer ministro Matteo Renzi .
En Europa se encendieron alarmas de cara al referéndum constitucional en el que Renzi se juega en octubre buena parte de su destino. El M5E se opone a esos cambios. Y promueve una consulta para sacar a Italia del euro. Pero Raggi se hunde. A principios de mes perdió en un solo día a cinco miembros clave de su gobierno por distintos escándalos, entre la corrupción y la mala praxis. El partido expuso todas sus divisiones y Grillo debió intervenir para frenar un desastre.
"Quedó en evidencia la falta de experiencia sumada a una frustración respecto de los principios que defendían desde la oposición", opina el politólogo Gianfranco Pasquino, de la Universidad de Bolonia.
Molina sostiene que el personalismo extremo de estos partidos los hace potencialmente efímeros. Aunque no tiene por qué ser así: "El Frente Nacional en Francia lleva 40 años y está consolidado". También tuvo su guerra por el liderazgo, cuando Marine Le Pen desbancó nada menos que a su padre, Jean-Marie.
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