Pablo Iglesias se mostró exultante y planteó un programa de gobierno
MADRID (De nuestro corresponsal).- Pablo Iglesias sonríe. Saca pecho, se para delante de una multitud de periodistas de medio mundo y recita un programa de gobierno. "Es la hora de los estadistas. Tenemos que asumir que la sociedad ha empujado a España a una nueva transición y que se requieren reformas profundas."
Se lo nota cómodo al líder de Podemos, el profesor universitario de 37 años y discurso volcánico que quedó tercero en las elecciones de anteayer. Quizá sea el único que se siente ganador en la geografía caótica, plagada de perdedores, que dejaron las urnas.
Pide "calma" a sus rivales y a la gente. Es evidente que si algo no tiene son prisas, contra lo que podría pensarse en función del ascenso fulminante de este movimiento de origen radical concebido hace menos de dos años. No lo asusta en absoluto el escenario sin precedente de una repetición de elecciones al que podría verse arrastrado el país si ningún partido puede formar gobierno. "No es lo que esperamos, pero si el inmovilismo de los que no quieren cambiar España nos lleva a esa hipótesis, la asumiremos encantados", responde.
Cree que sólo le espera crecer. Podemos sumó el 20,7% de los votos (69 diputados). Quedó a poco más de un punto del PSOE, la presa que persigue desde que nació en su afán por dominar la izquierda española. Sabe que no gobernará ahora. Su estrategia es a mediano plazo.
El programa que planteó Iglesias el día posterior a las elecciones parece un escudo para evitar que los socialistas intenten seducirlos con un pacto para formar una administración progresista, posible desde la aritmética. Presentó como "líneas rojas", de las que no se moverá, una lista de reformas profundas encabezadas por la convocatoria urgente de un referéndum para que los catalanes decidan si quieren independizarse: "Nosotros queremos que sigan en España, pero creemos que la única forma de garantizar la unidad del país es permitir que los ciudadanos voten. El que no lo entienda es que no percibe la realidad plurinacional en la que vivimos".
Ese discurso le pagó bien en tierras catalanas, donde obtuvo un histórico primer lugar, con casi un millón de votos. Allí lo impulsó su aliada Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, ferviente defensora del "derecho a decidir". Iglesias insiste en que hay que cambiar la Constitución y promete iniciar una ronda de consultas con los candidatos a la presidencia que compitieron contra él. Habla como si fuera el rey.
En inglés le piden un mensaje para Europa. Responde en el mismo idioma: "Soberanía es la palabra clave. Nunca más seremos la periferia de Alemania ni nos gobernará la señora Merkel".
Ratifica "por activa y por pasiva" que no apoyará un gobierno de Rajoy ni del PP. Votará por no a cualquier candidato en la sesión de investidura. Del hipotético gobierno de izquierda con el PSOE elude hablar. Vuelve a su programa.
Dice que hay que cambiar el "injusto" sistema electoral que beneficia a los partidos tradicionales, propone institucionalizar el plebiscito revocatorio del presidente (herencia de sus épocas ahora olvidadas en el chavismo), blindar constitucionalmente los derechos sociales a la vivienda y al trabajo digno, despolitizar la justicia y prohibir que los ministros sean contratados como directivos de empresas privadas al dejar el cargo.
"Los cambios son evidentes. Los impuso la gente. Lo que estamos haciendo es tender la mano a nuestros adversarios para negociar -advierte-. Si no lo entienden, esto seguirá creciendo."
Insiste en que el rompecabezas político no lo asusta. Es más, lo motiva. "A nosotros nos toca asumir la responsabilidad del Estado. Para eso nos metimos en el lío."
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