Como su antecesor conservador, el ultra se desentiende de los efectos de sus políticas. La encerrona de gobernadores que se atan a la motosierra que padecen. El balcón de Susana y la resistencia universitaria a un topo que ama destruir el Estado desde adentro.
Por: Sebastián Lacunza.
Aunque las diferencias son relevantes, la aventura de los hermanos Milei encuentra en el macrismo señas de identidad indelebles.
Una de las similitudes es la autopercepción como expresiones contrarias a la política clásica. Se trata de actores que se asumen nuevos, dicen aburrirse con la rosca y refundan, a la vez que borronean, su pasado ligado al mundo de los negocios. No por nada, Mauricio Macri y Javier Milei coinciden en hablar con ajenidad de “los políticos”, porque ellos, se entiende, son otra cosa.
Los pilares, interpretaciones históricas y valores que Milei recita encuentran un eco en Macri, si bien el primero altera la vida democrática con mucha mayor profundidad, a partir de una violencia retórica cotidiana y un desmantelamiento de funciones estatales construidas por generaciones. A la luz de los primeros diez meses del ultra en Casa Rosada, surge con nitidez que el exmandatario conservador no quiso, no supo o no pudo atacar al Estado y desbaratar normas de convivencia en una magnitud similar.
No hace falta elaborar demasiado sobre los vasos comunicantes entre macrismo y mileísmo. Habla por sí sola la repetición de nombres como Luis Caputo, Federico Sturzenegger y Patricia Bullrich en sillas tan relevantes, pero más revelador resulta que las bancadas legislativas del PRO actúan como oficialistas con más consistencia que los papeloneros de La Libertad Avanza.
Al final, no era tan cierto eso de halcones y palomas del macrismo, liberales republicanos y conservadores a la antigua, derecha y centro. A la hora de la verdad, el PRO y su extensión culpógena en la Unión Cívica Radical se sienten a gusto dándole las herramientas a una de las versiones más extremas de la alt right global. Cantaban loas a Angela Merkel y Barack Obama, y terminaron abrazados a un aprendiz a la vez que inspirador de Donald Trump, Vox y la Afd de Alemania.
En septiembre de 2016, el Gobierno de Cambiemos informaba el primer índice de pobreza de su gestión: 32,2%. Macri se autoamnistió en el acto
En septiembre de 2016, el Gobierno de Macri informaba el primer índice de pobreza de su gestión: 32,2%. El aumento de unos cuatro puntos porcentuales en un semestre, sin una estampida hiperinflacionaria, ni un sismo económico global, ni un sismo geológico, ni uno político, marcaba un inicio problemático para un proyecto que había llegado con la promesa —recordarlo hoy suena surrealista— de “pobreza cero”.
Con la ayuda del voluminoso sistema de medios que lo amparaba, Macri se autoamnistió en el acto. “Hoy sabemos cuál es la realidad. Este punto de partida es sobre el cual acepto ser evaluado como Presidente”.
El mandatario conservador encontró un atajo de oro para diluir la carga del salto en la cantidad de pobres. Como la gestión de Cristina Fernández de Kirchner había falsificado la estadística de inflación y pobreza —Aníbal Fernández arriesgó que Argentina tenía menos pobres que Alemania—, la reconstrucción realizada por Macri habilitó una creativa variedad de cálculos.
Relato repetido
El macrismo ensayó una narrativa que hoy resuena. La devaluación, conjugada con una baja de retenciones y del impuesto a la riqueza (Bienes Personales), no había sido más que un “sinceramiento” de la economía y una liberación de las restricciones que “asfixiaban” a los argentinos. El puente entre relatos es cristalino.
Al final, no era tan cierto eso de halcones y palomas del macrismo, liberales progresistas y conservadores a la antigua, derecha y centro. A la hora de la verdad, el PRO se siente a gusto dándole las herramientas a un extremista como Milei
Horas antes de la difusión del índice de pobreza de 52,9% del primer semestre de 2024, 11,2 puntos porcentuales sobre el semestre anterior, Manuel Adorni abrió el paraguas. Explicó que la estampida de pobres, con pocos antecedentes en el mundo en un período tan breve y en contexto de ausencia de catástrofe, fue responsabilidad exclusiva del Gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
Vocero de un Ejecutivo que hace de la hipérbole y los datos falsos un culto, Adorni razonó que, si no hubiera sido por la actuación del segundo líder más importante del planeta, la pobreza habría llegado a 95%.
Macri transitó los dos primeros años de su gestión (2016-2017) con la bandera del “sacrificio” que valdría la pena para dejar atrás las distorsiones del kirchnerismo. Durante la segunda mitad del mandato (2018-2019), el piloto de tormentas maniobró hasta la extenuación para mitigar la amenaza del retorno del kirchnerismo.
Mauricio Macri y Susana Giménez, dos amigos
Con una inventiva extraordinaria, el macrismo también se desligó del penoso final del Primer Tiempo. Otro avance de la pobreza hasta 35,5%, dilapidación del préstamo de US$ 45.000 millones para que gran parte de los bonistas llegados entre 2016 y 2017 pudieran volver a sus hogares, la evaporación de las reservas líquidas hasta dejarlas en US$ 12.000 millones, con vencimientos públicos y privados a pagar en 2020 por más del doble de ese monto y otro tanto en 2021, la reinstauración del cepo en US$ 200 por cabeza y el salto devaluatorio hasta $60 por dólar, desde $17 un año y medio antes, fueron —según el macrismo— obra de la desconfianza que inspiraba el populismo de Cristina.
Así, en un abrir y un cerrar de ojos, el Gobierno de Macri empezó más tarde, por la pesada herencia, y terminó antes, por la amenaza futura. ¿Cuánto dirá Milei que duró su mandato? ¿Un día? ¿Un millón de días? ¿Habrá sido eterno?
Macri y Milei llegaron al tramo final del respectivo primer año de sus mandatos con una aprobación ciudadana positiva, pero no exuberante. Imagen positiva en torno a 45%, mayoría legislativa sostenida en alianzas con pragmáticos y tránsfugas, desconcierto opositor y un sabor amargo transversal por la malaria cotidiana. Ocurrió que la promesa “no vas a perder nada de lo que ya tenés” había sido una mera frase de campaña, tanto como “el ajuste lo va a pagar la casta”.
Así, en un abrir y un cerrar de ojos, el Gobierno de Macri empezó más tarde, por la pesada herencia, y terminó antes, por la amenaza futura
Parecido y diferente
Las diferencias entre el proceso de ocho años atrás y la actualidad son sustanciales. No es lo mismo gobernar un país con una pobreza en torno a 30% que uno con veinte puntos más, o uno con sueldos erosionados, pero todavía altos en contexto latinoamericano, que la Argentina de hoy, con ingresos de los trabajadores en niveles de Centroamérica.
Macri tuvo canilla abierta de dólares prestados durante sus primeros dos años en la Casa Rosada. En lo que evidencia otra de sus mentiras de campaña, Milei rema en el dulce de leche para conseguir un cobre, porque el endeudador Luis Caputo 2016 se excedió tanto, que dejó sin crédito al pedigüeño Luis Caputo 2024.
El expresidente conservador —incluso por las malas razones— tenía espacio para sacar la soga del cuello de la economía en su segundo año de mandato; el ajuste del ultra, en cambio, parece no tener fin, y en más de un renglón se profundizará en 2025. El programa de Milei — advierten economistas de su palo— es “recesión-dependiente”, porque si la economía levanta, harán falta dólares para aumentar las alicaídas importaciones, y con las arcas vacías del Banco Central, la presión devaluatoria se incrementará.
El andar liviano le permitió al oficialismo, además de atribuir el aumento de la pobreza “al kirchnersimo”, sostener que todo lo hecho por Milei desde diciembre fue inexorable. En ese determinismo entra la temeraria devaluación de 54,3% de diciembre, la absurda baja de Bienes Personales, la pérdida interanual de un tercio del poder adquisitivo de las jubilaciones, la billetera generosa ante los reclamos de las empresas concesionadas, otra ola de carry trade para inversores financieros, el bombardeo a los sistemas científico, nuclear y universitario, y la compra de aviones vetustos F16 a Dinamarca. Un combo que Macri le anticipó a Mario Vargas Llosa y Milei ejecuta a la perfección: lo mismo, pero mucho más rápido.
Política líquida
La probable retirada de la gigante malaya Petronas del gran proyecto de exportación de gas natural licuado dominó los comentarios off the record en el Energy Day organizado el martes por la American Chamber of Commerce (Amcham) en el hotel Alvear Icon, de Puerto Madero.
En ese tipo de ámbitos, los elogios a Milei brotan con frenesí sobre el escenario, pero la cruda realidad es que resultó insuficiente que estudios jurídicos corporativos redactaran el régimen de incentivo para las grandes inversiones (RIGI), que el Presidente maniobrara contra el “expropiador serial” y “comunista” Axel Kicillof para empujar la planta a Río Negro, que La Nación + y Radio Mitre hicieran propaganda y que el Gordo Dan vomitara en Twitter. Terminado el show, Petronas, que venía negociando su participación hacía años en la asociación con YPF para exportar gas, dejó saber que abandonaría el proyecto.
Un gobernador explicaba en la antesala del encuentro que los ingresos de su provincia alternan mes a mes caídas de uno o dos dígitos interanuales, producto de la recesión y el corte de transferencias desde el Ejecutivo. El diálogo con los funcionarios nacionales existe, pero la Casa Rosada no suelta ni una obra de infraestructura. “Y el tipo (Milei) no baja de 46-47 puntos de imagen positiva”, describió.
A la provincia en cuestión no le sobra nada y tiene deuda externa; el rojo se asoma. El gobernador apoyó a Sergio Massa en la segunda vuelta de 2023, pero en los últimos meses forma parte del pelotón que brega por “darle las herramientas al Presidente”. Es uno de los mandatarios que auspició el panquequeo de la Cámara de Diputados para negarles el aumento de 8% de los jubilados, con un único objetivo que explicita: “¿La verdad? Para darle una señal al Gobierno”.
El razonamiento sintoniza con la respuesta dada a Kicillof por otro gobernador que esbozó resistencia ante los agravios de Milei en el primer trimestre, pero pronto se cuadró y se sometió a piropear al ultra en redes sociales. “Cuando me peleé con Milei, la aprobación me bajó diez puntos”, explicó el mandatario. “Si no te oponés ahora, cuando todo esto caiga, va a ser tarde y habrás perdido todos los puntos”, respondió el bonaerense.
La encerrona de los gobernadores
Una pregunta que subyace al sistema político es cuánto del hipotético respaldo a Milei, si es que atraviesa el próximo año y llega a las elecciones de medio término, se traducirá en apoyo a gobernadores, diputados y senadores que bajan la cabeza. Hay provincias, como Tucumán, Córdoba y Corrientes, en las que la oferta oficialista y paraoficialista es sobreabundante. Entre liderazgos locales, la UCR, el macrismo, vendidos del PJ y el mileísmo ortodoxo van a tener que repartirse el pastel.
Lo que le suma al Milei de la motosierra, le resta al gobernador que la padece, pero éste no se anima a contrariar el humor social que favorece al ultra
No es menor que los hermanos Milei filtren que irán con listas “puras” de La Libertad Avanza en algunos distritos, ni que el Presidente alterne piropos de “héroes” y agravios de “ratas” a las mismas personas, según cómo voten en el Congreso. Una versión suspicaz es que la “pureza” será una herramienta de negociación para seguir cosechando apoyos en las cámaras.
Allí donde el gobernador siga siendo gauchito, LLA irá con lista propia, sin mezclarse con la UCR o el PRO. En provincias con mandatario peronista o provincial (Salta, Río Negro, Neuquén, Misiones, Catamarca, Tucumán, Santa Cruz, etc.), la movida servirá para dividir a la oposición y beneficiar al oficialismo local. Donde gobierne el PRO o la UCR (Corrientes, Mendoza, Chaco, Jujuy, Entre Ríos, Chubut), el entendimiento con listas comunes tiene más chances, con el mismo objetivo de premiar al gobernador acuerdista. Esbozos de un armado electoral del que todo está por verse.
El gobernador bonaerense, Axel Kicillof, en el IV Congreso Metalúrgico X: @Kicillofok
El cuadro supone una encerrona para líderes provinciales que caminan con encuestas en la mano. La muy cuestionable hipótesis de que la motosierra sea popular se basa sobre recortes draconianos en las transferencias a las provincias, las obras públicas y los programas sociales. Para los gobernadores, implica un mandato de administración de la malaria. El fenómeno de la era es el Presidente despeinado que grita en la tele y se saca fotos con Elon Musk, no el mandatario que lidia con dramas sociales, no tiene fondos para apagar incendios y ve un resquebrajamiento de la sociedad en la que vive.
Lo que le suma al Milei de la motosierra, le resta al gobernador que la padece, pero éste no se anima a contrariar el humor social que favorece al ultra.
El balcón de Susana
Los artilugios para eludir responsabilidades por el 52,9% de pobreza parecen haber caído en saco roto, al menos en parte. Fue un aumento atroz, que encontró a la indigencia duplicándose en el período. Las ediciones impresas de Clarín y La Nación, esta vez, coincidieron en no utilizar la tapa para tapar la realidad. En cambio, las risotadas con Susana Giménez en Casa Rosada, en simultáneo con la difusión del índice, actuaron como síntomas de una elite ensimismada que observa la Argentina desde el paraíso fiscal de Punta del Este. Es el caso de Giménez, no debería serlo el de los hermanos Milei.
Milei viene de tocar la cuerda equivocada en el veto a una módica reparación a la pérdida de los jubilados. Patricia Bullrich, con un expertise consolidado, hizo su aporte al proveer imágenes imborrables de brutalidad policial contra jubilados y una niña de 10 años. Días después, la inefable “cúpula política” ideó un asado en Olivos para celebrar el hachazo a los ingresos de los mayores, en otra imagen de crueldad no menos imborrable.
El miércoles, la comunidad universitaria saldrá a la calle para reclamar una pérdida de los salarios docentes de cincuenta puntos porcentuales. Los sueldos de los profesores subieron 80% desde que asumió Milei hasta agosto, contra más de 130% de inflación, dato que cohesiona al bloque de rectores y decanos de las 60 universidades públicas, que incluye a radicales, peronistas, progresistas, independientes y conservadores.
Las obras en marcha y los planes para construir aulas y laboratorios quedaron atrás. Hoy, los rectores y decanos de universidades del conurbano y de algunas provincias cuentan penurias para que no se les escapen alumnos que no pueden pagar el transporte o deben trabajar más. A docentes de grado JTP, a cargo de comisiones, un ingreso de unos $550.000 por 20 horas cátedra por semana les alcanza para poco más que los gastos de viaje y comida si deben trasladarse a universidades lejos de su domicilio.
La del 23 de abril pasado fue probablemente la mayor marcha educativa de la historia y una de las más concurridas de la vida política argentina. La movilización le marcó un límite al Gobierno y sirvió para forzarlo a garantizar los fondos básicos de funcionamiento de los edificios. En el camino, los ultras gastaron los argumentos del adoctrinamiento, el peso presupuestario de los estudiantes extranjeros y la necesidad de cobrar aranceles. Un par de tuiteros libertarios quedaron tildados de la caricaturización de la tesis sobre el ano de Batman, pero ya nadie les presta demasiada atención.
El recorte de principios de cuatrimestre había llegado al punto de que se paralizaron los ascensores de los edificios universitarios y las clases se desarrollaban en penumbras;.verdadera distopía para un sistema universitario que, aun con sus problemas a cuestas, representa acaso el mayor orgullo del país.
Un grado de perversión como si hubiera un topo que se dedica a destruir al Estado desde adentro.
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