Ni siquiera el Covid logró echar el freno a la internacionalización del sector agroalimentario, una actividad estratégica y esencial que vuelve a encontrarse con otro entorno convulso
La industria de alimentación y bebidas es un sector estratégico para España, desde un punto de vista económico, social y medioambiental, tanto que es la primera actividad industrial del país. Una condición estratégica y esencial que volvió a ratificar durante la pandemia, al garantizar con solvencia el abastecimiento de alimentos a la población. En la nueva normalidad, el sector tomó la bandera de la recuperación, pulverizando año tras año nuevos récords exportadores. Sin embargo, este estandarte económico no es inmune a un nuevo entorno convulso: sequía, inflación, carestía de materias primas, crisis energética... una tormenta perfecta coronada por la invasión de Ucrania.
Son momentos de incertidumbre pero, como confirman todas las cifras, el sector afronta los nuevos retos desde una posición de fortaleza.
«El tejido productivo de la industria de alimentación y bebidas está formado por 30.000 empresas y cerca de medio millón de trabajadores, que operan a lo largo y ancho de todo el país. Su producción supera los 129.000 millones y un Valor Añadido Bruto de más de 24.500 euros», resalta Mauricio García de Quevedo, director general de FIAB.
España es además una potencia exportadora en este sector, con ventas al exterior de 34.000 millones, más de 61.000 si tiene en cuenta todo el sector primario y pesquero, «lo cual evidencia que los alimentos y bebidas españoles son reclamo en muchos mercados extranjeros, por su oferta rica, variada y de gran calidad». La calidad es de hecho la tarjeta de presentación y un valor irrenunciable de la oferta española. «Tenemos la suerte como país de ser productores de una gran variedad de productos que adoptan la riqueza del territorio donde se elaboran. De hecho, junto a la seguridad alimentaria, la calidad es uno de los reclamos en los mercados extranjeros que nos hacen ser competitivos», añade el responsable.
En términos internacionales, España es la octava potencia mundial agroalimentaria, ocupando el cuarto puesto en valor de cifra de negocios en la Unión Europea, solo por detrás de Francia, Alemania e Italia. «De hecho, el 20% del total de las exportaciones españolas se corresponde con productos del sector», apunta Pedro Olivares, presidente de la Comisión Agroalimentaria de la Cámara de Comercio de España.
«La industria alimentaria es una locomotora de exportación, acumulando 25 años con superávit exportador», resalta María Naranjo, directora de Industria Alimentaria de ICEX. La industria alimentaria supone más del 20% de las exportaciones totales de la balanza de Pagos. «Y, lo que es más importante, las empresas de alimentos y bebidas tienen un ADN netamente exportador: más del 60% lo hacen de manera regular, mientras que en el conjunto de la industria apenas llegan al 20%».
Pero De Quevedo subraya también que detrás de la industria alimentaria hay mucho más que datos económicos. «No debe olvidarse su protagonismo como nexo de unión entre el sector primario y resto de la actividad industrial y de servicios, contribuyendo a la formación de un entramado económico y social dinámico y estable. Además, en la actividad agroalimentaria también hay territorio, cultura, tradición, modernidad y valores que muy pocos sectores pueden congeniar».
Fiable ancla
Es un sector muy dinámico y estable. Con una demanda continua y acíclica de sus productos, «la industria alimentaria es capaz de mantener un desarrollo económico y social muy sólido. Después de la crisis, el sector ha sido de los pocos que ha mantenido sus índices de empleo (medio millón de personas) e incluso se ha convertido en un sector refugio de otros sectores», señala el director general de FIAB. Según el reciente Informe de Empleo de esta federación, el sector ha ganado peso dentro del empleo industrial, absorbiendo ya el 21% del total de la industria manufacturera. En FIAB resaltan el hecho de ser un sector ancla para el empleo rural ya que de los más de 2 millones de empleos directos e indirectos que genera el sector a nivel nacional, el 15% se localiza en la España Vaciada. «Además, la industria es la rama en la que menos se acusa la brecha de género respecto al conjunto nacional. El empleo femenino representa el 31%», resalta García de Quevedo.
Desde FIAB señalan también que el sector ha hecho un gran esfuerzo para posicionarse donde está en estos momentos, pero debe afrontar todavía unos retos para evolucionar al mismo ritmo que las demandas socioeconómicas y medioambientales. Uno de ellos pasa por «crecer con mayor valor para ser más competitivos, alcanzar más mercados, y fortalecer nuestra presencia en aquellos países a los que ya llegamos». El sector está formado esencialmente por pymes, en un 96%, por lo que «la dinamización de la industria y conseguir mayor tamaño es imprescindible para mejorar nuestra capacidad para generar riqueza y ser más fuertes en cualquier mercado», señala García de Quevedo.
En la Cámara de Comercio de España, por su parte, recuerdan que es fundamental que el sector agroalimentario busque alternativas para no tener tanta dependencia de materias primas procedentes de otros países. Asimismo, es importante impulsar el aumento en la dimensión de las empresas del sector, «como requisito para competir en los mercados y afrontar las inversiones y desafíos planteados en el escenario nacional, comunitario e internacional. En este sentido, sobresalen la transformación digital y la transición ecológica», subraya Pedro Olivares.
Los distintos eslabones de la cadena alimentaria cuentan con una composición muy heterogénea. «En general, el sector productor se caracteriza por una elevada presencia de explotaciones familiares, en la industria agroalimentaria conviven en su mayor parte pequeñas y medianas empresas con un número reducido de grandes grupos industriales españoles e internacionales, y el sector de la distribución cuenta con dos tipos de canales, el de venta mayorista, con alto nivel de concentración de la oferta, y el comercio especializado más disperso», explica Olivares.
En lo que respecta a la industria alimentaria española, se caracteriza por una marcada atomización. De acuerdo con los últimos datos del Directorio Central de Empresas del INE (DIRCE), de las 30.260 empresas de la industria de alimentación y bebidas, el 96,1% tienen menos de 50 empleados (29.389) y el 80% cuentan con menos de 10 empleados (24.160). «Esta falta de dimensionamiento le resta competitividad en el mercado internacional y, por lo tanto, aumentar el tamaño empresarial e impulsar la productividad de las empresas de mayor tamaño, a través de la inversión en I+D y la adopción de las nuevas tecnologías, ayudaría a incrementar la competitividad de un sector clave para la economía y el conjunto de la sociedad», añade.
Si algo ha demostrado la pandemia es la necesidad de la digitalización, las empresas más digitalizadas fueron las que pudieron hacer frente con mayor robustez, agilidad y eficacia a los cambios y a las necesidades de los consumidores. La digitalización siempre ha sido un reto para ser más eficientes y competitivos y llegar a nuevos canales de venta. Durante la pandemia, esta necesidad se hizo más evidente y «muchas empresas ahondaron en sus estrategias digitales», indica García de Quevedo. Procesos digitalizados que te permiten detectar cualquier incidencia en la cadena de producción, mejorar el producto, ‘packaging’ inteligente, incorporar más información en una etiqueta o alcanzar nuevas plataformas de venta y, por extensión, un mayor número de consumidores en el mundo.
«Tecnologías como el ‘blockchain’ son referencia. Su potencialidad es muy elevada como seguro de una trazabilidad alimentaria en toda la cadena de valor de los productos, permitiendo garantizar su origen, evitando posibles fraudes y evidenciando todas las transformaciones sufridas por un producto o lote de productos determinado», puntualiza. También es de aplicación para aspectos como trazar huellas de carbono o hídricas de productos, garantizar aspectos de calidad y seguridad alimentaria o servir de intercambio de datos entre proveedores y clientes, reforzando la actividad y confianza.
Y es que el sector agroalimentario también ha de dar respuesta a los cambios en el comportamiento de los consumidores con una creciente preocupación por el clima y el medio ambiente y una mayor exigencia en relación a aspectos como la salud, la seguridad alimentaria, la calidad de los productos, el control alimentario, la información sobre los alimentos, la sostenibilidad y el bienestar animal. «En este sentido la I+D+i en el sector es de suma importancia para hacer frente a los retos que el sector tiene por delante y lograr que la industria agroalimentaria española sea sostenible, competitiva y rentable, que continúe produciendo alimentos sanos y de calidad y contribuya a la vertebración del medio rural donde este sector se asienta», reflexiona Olivares.
Motor en dudas
El imparable motor exportador tampoco es ajeno a importantes turbulencias. Desde el ICEX son conscientes de que el 2022 va a ser un año complicado para todos los sectores, dentro y fuera de España. «La incertidumbre sobre la evolución de materias primas y la crisis del transporte tendrán, sin duda alguna, un impacto negativo en las exportaciones. Por otra parte, la recuperación del canal Horeca será un motor de la recuperación para productos como el vino, el aceite de oliva y los productos gourmet», indica Naranjo. No obstante, hay países como EE.UU, que se están viendo menos afectados por la crisis de las materias primas y la energía y donde además se produjo la congelación de los aranceles sancionadores en 2021. Mercados que «han generado enormes oportunidades para nuestra industria alimentaria y auguran muy buenas perspectivas», añade.
A los problemas de los precios de las materias primas y del combustible se suma el de la huelga del transporte que está provocando desabastecimientos no sólo en el mercado interno sino también en la capacidad exportadora de nuestras empresas. «Esta huelga sí que es 100% española y puede dañar nuestra posición internacional por la falta de capacidad de responder a los pedidos internacionales», recuerda María Naranjo.
Diferenciación
Los productos que van a estar más expuestos en esta crisis son aquellos que compiten exclusiva de precios. «Los productos más ‘premium’ que compiten en calidad tienen una demanda más rígida. Sus consumidores están dispuestos a pagar más por productos excelentes. Por este motivo, la apuesta por la diferenciación de los productos y por la construcción de una marca sólida es muy rentable, especialmente en una coyuntura como la actual», matiza.
La invasión de Ucrania ha exacerbado problemas que ya eran visibles, y que han impactado a todas las economías europeas. «La industria alimentaria española siempre se ha caracterizado por ser especialmente competitiva en precios y también en calidad. La robustez de nuestra cadena alimentaria y el compromiso de nuestras empresas por la internacionalización las convierte en especialmente resilientes ante impactos como los que se están produciendo», recuerda Naranjo. Considera que es un buen momento para seguir apostando por la innovación y la estrategia de diferenciación en productos ‘premium’ que blinde todavía más nuestra posición en mercados internacionales.
En cuanto a la variedad de productos que exportamos, la pandemia ha reforzado nuevos patrones de consumo que apuestan por la sostenibilidad y la alimentación saludable. «La despensa española está íntimamente ligada con la dieta mediterránea y por lo tanto su potencial de crecimiento es muy grande», afirma la directora de Industria Alimentaria de ICEX. La recuperación del canal horeca abre oportunidades para productos que han sufrido con especial intensidad la pandemia como son las bebidas alcohólicas, los jamones y embutidos, los mariscos y pescados. En general, los productos ‘gourmet’ pueden crecer con fuerza en 2022. Además del jamón y la carne, hay otros como los de panadería, los frutos secos o el agua mineral que «han registrado crecidas espectaculares, demostrando la capacidad de conquistar mercados de las empresas españolas».
Impulso europeo
En este contexto, el pasado 8 de febrero el Gobierno aprobó el Perte para impulsar la competitividad, la sostenibilidad y la trazabilidad del sector agroalimentario. Contará con una inversión pública de unos 1.000 millones hasta 2023, y el Gobierno prevé que genere un impacto de partida en la economía de unos 3.000 millones de euros y 16.000 empleos.
«Este sector está expuesto a los constantes cambios en los hábitos y preferencias del consumidor y a importantes disrupciones tecnológicas, enormes retos medioambientales y climáticos, significativas tensiones en costes y suministro, y crecientes presiones regulatorias que obligan a los agentes de todos los eslabones de la cadena de valor a invertir para transformar procesos, incrementar la eficiencia y garantizar la sostenibilidad económica y medioambiental del sector», señala Enrique Porta, socio responsable de Consumo y Retail de KPMG en España.
El Perte está alineado con algunas de estas necesidades de transformación críticas y «puede facilitar inversiones que en cualquier caso los actores del sector deben acometer necesariamente, por lo que su impacto puede ser positivo», añade. Recuerda que en los últimos años se ha producido un despliegue y avance masivo de tecnologías disruptivas y se ha democratizado su acceso, siendo cada vez más accesibles para las pymes, que tienen especial representatividad en el sector.
«Si, además, existen incentivos económicos para incorporar estas tecnologías a través del Perte Agroalimentario u otras actuaciones de los fondos europeos, es un momento excelente para acelerar la transformación digital del sector. Para ello será necesario acompasar este proceso de transformación con un cambio cultural en las organizaciones y sus equipos en base a su madurez digital», añade Porta.
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