Por: Jorge Fontevecchia. Estoy en San Pablo cubriendo las elecciones en Brasil y transmitiendo en vivo para Radio Perfil y NET TV todas las mañanas desde el miércoles pasado y hasta el martes próximo inclusive.
Entrevisté el jueves a uno de los coautores del milagro económico brasileño de los años 70 y 80, Affonso Celso Pastore, cuyo reportaje se publica hoy en PERFIL y entrevistaré mañana a Pérsio Arida, padre del Plan Real, que acabó con la inflación, y posible ministro de Economía de Lula. El domingo pasado PERFIL publicó la entrevista al otro gran economista brasileño, Henrique Meirelles, presidente del Banco Central de Lula y artífice de la estabilidad macroeconómica de su gobierno.
Como Brasil compartió con Argentina, además de la misma zona geopolítica, los problemas de la inflación, la falta de crecimiento y la pobreza, las experiencias exitosas de Celso Pastore, Pérsio Arida y Henrique Meirelles pueden ser fundamento de un plan de estabilización macroeconómica que resuelva el problema de la inflación encarado por Sergio Massa o, si finalmente Massa no pudiese, supiese o quisiese, por el ministro de Economía del próximo gobierno.
Más tarde o más temprano Argentina tendrá un plan antiinflacionario pero la inflación es solo el síntoma del gran problema del país, que es la pobreza. La paradoja es que la pobreza genera déficit fiscal porque los pobres requieren de asistencia del Estado con subsidios (después de la crisis de 2002, donde los pobres llegaron a sobrepasar el 50% del gasto público –simplificadamente–, pasó de 25 a 45 por ciento del Producto Bruto) y el déficit fiscal es la causa de la inflación. Le pasó a Macri y le pasará a ¿Rodríguez Larreta?; cada presidente que quiera bajar la inflación tendrá un ministro de Economía que le dirá que hay que bajar el gasto público para reducir o eliminar el déficit fiscal. Y al reducir los subsidios aumentará la pobreza. Cada aumento de la inflación aumenta la pobreza, como sucede actualmente, y el dilema es que para bajar la inflación también se aumenta la pobreza al reducir los subsidios para reducir el gasto público, y así reducir el déficit fiscal.
De tanto hablar con economistas aquí en Brasil, más me convencía de que “el plan para salvar a la Argentina” no será la obra de Carlos Melconian, de Hernán Lacunza o de Luciano Laspina, o antes de las elecciones, si estuviera inspirado, de Gabriel Rubinstein. El autor del “plan para salvar a la Argentina” tiene que venir de alguien como Facundo Manes, y no necesariamente como presidente, con Marina Dal Poggetto como su ministra de Economía. Todos economistas excelentes pero el problema estructural de la economía, así como sucede con la guerra, que no puede ser resulta solo por militares, no lo pueden resolver solo los economistas. Los economistas pueden ayudar, potenciar los aciertos, atemperar los daños de los errores, pero no crean la riqueza, el único elemento que combate en serio la pobreza. Y la riqueza no la crean solo los empresarios con sus inversiones, ni tampoco solo los recursos naturales, como nuestro prolífico campo, ahora están los minerales, con el litio y la fortuna que nos premió con Vaca Muerta, más todos los otros recursos energéticos. La riqueza la construye la capacidad de los habitantes para producir, los recursos humanos, la biopolítica bien entendida.
El “plan para salvar a la Argentina” requiere un Sarmiento del siglo XXI capaz de transformar los 17,3 millones de pobres (36,5% de la población, según la reciente encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Censos –Indec–) en 17,3 millones de oportunidades. Sarmiento es Sarmiento no por haber sido presidente, casi nadie recuerda los nombres de la mayoría de los presidentes de hace más de setenta años. Sarmiento es Sarmiento por haber promovido la educación al punto de luego terminar siendo director de Escuelas y porque quien lo sucedió en la presidencia fue su ministro de Instrucción Pública, Nicolás Avellaneda, quien luego de ser presidente seis años asumió como rector de la Universidad de Buenos Aires diciendo que era el cargo más importante de su carrera pública.
Para quien tiene vocación de servicio público, más importante que ser el próximo presidente sería ser el ministro que acumule las áreas de Educación, Salud, lo social con el nombre que fuere y Ciencia. Y que ese verdadero superministerio fuera resultado de un pacto entre oficialismo y oposición. El verdadero Pacto de la Moncloa que Argentina precisa es el “Pacto del desarrollo humano”, dándole a una persona, que las dos coaliciones respeten, autonomía operativa, política y presupuestaria. Así como se quería crear por ley el Consejo Económico Nacional, habría que hacer algo aun mucho mayor con el desarrollo humano, que finalmente será el motor de la economía.
Si el PRO está tan preocupado con la educación como declama, debería reconocer que el radicalismo tiene quien puede ocupar una función más importante aún que la del propio presidente; lo mismo el radicalismo, que además tiene una tradición en la materia ya que el mismo perfil sarmientino tenía Rodolfo Terragno en los años de Alfonsín; y lo mismo el Frente de Todos, sin especulación electoralista, sabiendo que tienen estima por Facundo Manes, acordar antes de las elecciones un primer y verdadero pacto antigrieta, el que precisa el país: el pacto del desarrollo humano.
Se podría imitar la Ley de Subvenciones, que en 1871 asignó las herencias sin sucesión directa y un octavo de las ventas de tierras públicas a la educación pública adaptándola a la época con un porcentaje de algún recurso público relevante: en Chile Pinochet había dispuesto un portaje de las exportaciones de cobre, el principal y más competitivo producto trasandino, para las Fuerzas Armadas; en Argentina, mucho más noblemente, podría ser Vaca Muerta para la educación (Lula quiso hacerlo con el petróleo del presal en Brasil). Gracias a la Ley de Subvenciones durante la presidencia de Sarmiento, la cantidad de escuelas aumentó el 50% y la cantidad de alumnos se multiplicó por tres.
Conversando por Radio Perfil con Agustín Salvia, investigador jefe y coordinador del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, sobre el 36,5% del último índice de pobreza del Indec, él me decía que una inversión contundente en educación tardaría algunos años en producir efecto en la disminución de la pobreza mientras que los subsidios alimentarios, por ejemplo, combaten las consecuencias de la pobreza inmediatamente. Es cierto, pero atacar solo las consecuencias nunca resuelve el problema de las causas: la causa de la pobreza es la falta de desarrollo humano de parte de la población. Si en cinco años se pudieran incorporar al mercado del trabajo productivo 8 millones de los 17,3 millones de personas que están en condición de pobreza, el salto de crecimiento económico que se produciría sería superior al de Vaca Muerta, más el litio y otros minerales. Esas personas aumentarían la recaudación por sus aportes previsionales y bajaría el gasto público porque ya no precisarían subsidios, creando un doble círculo de superávit fiscal.
El hecho de que una gran parte del 36,5% se concentre en el conurbano bonaerense es visto como un gran escollo para el desarrollo del país y, tanto desde la izquierda (Grabois) como desde la derecha (Pichetto), propusieron despoblar el Conurbando creando condiciones para que quienes inmigraron desde el interior pudieran volver nuevamente a sus provincias.
Pero también en la concentración el problema actual podría convertirse en una gran oportunidad futura. Uno de los mejores libros del Premio Nobel de Economía Paul Krugman, Geography and Trade, explica que el desarrollo se produce en mayor escala en los lugares del planeta donde hay concentración: por ejemplo en el noreste de America del Norte o alrededor de la cuenca del río Amarillo en China, porque la concentración genera beneficios de escala por reducción de costos de fletes en las industrias integradas, menor necesidad de logística en depósitos y esperas (just in time) y especialización, que vuelve a aumentar la productividad por no tener que producir todo cada fábrica sino tener otras fábricas cercanas e integradas en una cadena de producción que, a su vez, se especializa en otros componentes. La división y especialización del trabajo con la mudanza del campo a las ciudades en la Edad Media fue el mayor salto de productividad en la historia de la humanidad. China creció los últimos cincuenta años absorbiendo en las ciudades la mano de obra que dejaba sin uso la ruralidad.
A veces tomar distancia del propio país, compararlo con el vecino y hablar con economistas extranjeros contribuye a poder comunicar mejor otra perspectiva estratégica.
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