Con guerrillas de baja intensidad, las tribus amarillas buscan expandir su base electoral. Unidad e interna, dos patas del acuerdo tácito diseñado por Larreta.
Una vez más, los principales dirigentes de Juntos avanzan a caballo de un acuerdo tácito para intentar volver al poder en 2023 que tiene como principal protagonista a Horacio Rodríguez Larreta. El jefe de Gobierno de la Ciudad sueña con llegar a la Casa Rosada y con tenderle a Diego Santilli un puente directo a la gobernación bonaerense. A simple vista, la multiplicidad de frentes y los nuevos escenarios surgidos en las últimas semanas en Buenos Aires pueden sugerir un camino lleno de piedras para el PRO, pero, observando desde otra perspectiva, puede verse el otro plan, uno que está escondido detrás del show de lucha libre que protagonizan las diversas tribus, que tiene al alcalde como indiscutido y contempla dirimir con encuestas e internas las candidaturas para competir por el mando del territorio del 40 por ciento del padrón electoral del país. En esa lógica, se promueven los combates previos que, por el momento, no tienen otro objetivo que expandir la fuerza amarilla para hacer crecer su base electoral.
El acuerdo incluye garantizar la permanencia en el tiempo de dos necesidades básicas hasta ahora satisfechas: la competencia interna en primarias -estrategia que le dio volumen político y territorial en las elecciones de 2021- y la unidad, dos aspectos clave para soñar con la vuelta al poder el año próximo. La incorporación de la estrella radical Facundo Manes y el ingreso de la volátil progresista Margarita Stolbizer a un frente liberal son una muestra ampliada de eso. Todo lo demás, con más o menos tensiones, se discute: a veces, de manera implícita con fotografías como las que se tomaron Néstor Grindetti y Julio Garro hace unos días en Lanús para marcar que están dispuestos a dar pelea a toda estrategia electoral que no contemple a los intendentes, es decir, a ellos mismos; y otras, explícitas, que surgen en las mesas de conducción cada vez que la verticalidad orgánica de los partidos atenta contra la estabilidad del frente.
De hecho, a la mesa de conducción provincial del PRO se le agregarán en los próximos días dos sillas extra. Una la ocupará un representante de Patricia Bullrich, que podría debatirse entre su mano derecha y principal operador Gerardo Milman y el emergente del ala dura bonaerense Juan Pablo Allan. La otra butaca será para un integrante de la agrupación La Territorial. Podría ser Lucas Delfino o Alex Campbell; aunque con menos chances, también se mete en la conversación Martiniano Molina.
Una lógica similar se extiende en otros ámbitos. Este jueves se oficializó la flamante mesa ejecutiva opositora en la Cámara de Diputados: seis lugares repartidos entre seis sectores distintos, que intentarán coordinar una agenda legislativa ante un peronismo que pese a la derrota sigue detentando la primera minoría. A la cabeza de ese espacio está Maximiliano Abad, el presidente de bloque y jefe de la Unión Cívica Radical (UCR); le siguen Adrián Urreli, la espada legislativa de los intendentes amarillos; Maricel Etchecoin Moro, dirigente que habla en nombre de Elisa Carrió y la Coalición Cívica; Sergio Siciliano, uno de los incondicionales que todavía le quedan a María Eugenia Vidal; y Fabián Perechodnik, quizá el único diputado que equilibra su cercanía entre la exgobernadora y los intendentes, sobre todo el de La Plata, con quien tiene línea directa y quien lo encumbró como cabeza de lista de la sección capital en 2021.
Punto aparte, unos y otros dirigentes del PRO tributan a las aspiraciones nacionales de Larreta. Lo dijo tanto Grindetti, que selló un acuerdo con Garro para ponerle un freno a la avanzada de Santilli, como Diego Valenzuela, que trabaja para que el exvicejefe de Gobierno porteño llegue sin sobresaltos a la Gobernación. Incluso hay quienes ven al intendente de Tres de Febrero trabajando para integrar un eventual gabinete bonaerense.
De seguir así la cosa, ya se podría hablar de la extinción prematura, pero no sorpresiva, del Grupo Dorrego, un espacio que fundaron los tres alcaldes junto a Jorge Macri para frenar la hegemonía porteña del partido, y que, si bien finalmente no logró el objetivo original por el que se había fundado, sí resistió lo suficiente como para poder poblar las listas con hombres y mujeres que respondan a la territorialidad bonaerense.
El camino que tomó Macri merece un párrafo aparte. Flamante aliado de Rodríguez Larreta y entusiasta ministro porteño que pareció devolverle la soltura y comodidad de sus mejores años en Vicente López, selló casi por añadidura una relación política con Santilli que armoniza el partido, les permite a ambos dejar atrás las peleas suscitadas durante el cierre de listas y abre un camino de beneficios mutuos a mediano plazo. En principio se da en el marco de un pacto de no agresión, pero también más allá: cada lugar a visitar por uno u otro es contrastado con una agenda cruzada, para evitar pisarse en algunas localidades. La última vez que el intendente en uso de licencia visitó Mar del Plata, su subsecretario de Gobierno y armador político, César Torres, se encargó de avisar a los locales de su presencia, tanto a Guillermo Montenegro como a Abad, además de a Santilli.
Quien hasta ahora no respetaron esa lógica son Vidal y su postulante a la gobernación, Cristian Ritondo. Al menos eso es de lo que se quejan tanto Macri como Santilli en las reuniones privadas que tienen con su equipo. Recuerdan que el exministro lo hizo cuando visitó Villa Gesell a principios de mes y la exgobernadora, en Luján; es una práctica que -afirman- tiene historia, como cuando Campbell organizó varias reuniones por videoconferencias durante el inicio de la pandemia en la Tercera sección electoral sin avisar al líder principal de esa región, el intendente de Lanús.
Las diferencias internas no son menores y les valen numerosos dolores de cabeza. La votación por la modificación de la ley que limita las reelecciones es el ejemplo más reciente, pero ninguna de aquellas parece hacer tambalear los dos puntos centrales del acuerdo tácito: unidad e internas para volver en 2023. Es más, el contrato macro de llevar al alcalde porteño al sillón de Rivadavia casi que se traslada con la misma lógica para llevar a Santilli al sillón Dardo Rocha. Es que, si bien unos y otros manifiestan sus intenciones de disputar la sucesión de Axel Kicillof, no son pocos los que especulan con que las presiones políticas internas de las últimas semanas son, en realidad, una estrategia para cerrar el mejor acuerdo posible antes que -Rodríguez Larreta mediante- el Colorado estampe su nombre y apellido en la próxima boleta ejecutiva. Los próximos movimientos, adhesiones y encuestas terminarán de definirlo.
Comentá la nota