A 30 años de su estreno volvió a la cartelera porteña Salsa criolla, pieza indispensable en la carrera de este artista que describe con su verborragia y su humor gran parte de la historia argentina. "Nunca me creí un filósofo pero algo de lo que hice le llega a la gente", afirma.
Hubo un momento en que Enrique Pinti pensó que era el bufón del rey. Fue en los años siguientes al estreno de su espectáculo Salsa Criolla, en 1985. El actor empezó a desconfiar: no podía entender las razones de su éxito, cómo podía ser que tanta gente agotara las funciones y no dejara que la obra se despida. Y se preguntó: "¿No serán verdades de Perogrullo que le van bien a cualquiera? ¿No estaré diciendo lo que todos quieren escuchar?" Y hasta llegó a decir: "Si le gusta a tantos es porque es malo."
Sus inseguridades no lo boicotearon: Salsa Criolla –el espectáculo que Pinti escribió y protagonizó y que recorre la historia argentina desde el descubrimiento europeo de América hasta la actualidad–se estrenó en 1985 y estuvo nueve años en cartel. Se hicieron tres mil funciones y la vieron más de dos millones de espectadores. Treinta años después, el actor decidió volver a presentar la obra que lo llevó a la popularidad. El fenómeno sigue intacto.
–¿Salsa Criolla te cambió la vida?
–Totalmente. El éxito, en números, te aplasta. Yo ya venía con muchos éxitos, pero en este caso el teatro se llenaba siempre. Cuando llenás todos los días el teatro, con ocho funciones semanales, y no un par de semanas, sino dos, tres, cuatro años... eso te tiene que cambiar la vida, si no sos un pelotudo. Pero no por la guita, sino porque me dije: "La puta, acerté en el pulso de la gente. Acerté en el mensaje y en lo que la gente quiere escuchar". Eso te cambia la vida para bien y también me hizo dudar. Me preocupó que el consenso fuera algo negativo.
–¿Y a qué conclusión llegaste?
–Tres años después me di cuenta que no, porque leía las cartas que me mandaba la gente y me di cuenta que yo apuntaba a un lugar que no tenía que ver con la realidad política, sino que estaba yendo al hueso de la sensibilidad. Al final, estaba hablando de la crueldad del hombre sobre el hombre. Nunca me creí un filósofo, pero algo de lo que hice le llegaba a la gente y tenía que respetarlo.
–¿Alguien no lo respetó?
–Siempre hay alguna intelectual seca de vientre que publica algún artículo diciendo "oportunismo histórico", pero son problemas de sequedad de vientre. Hay que purgarse, porque la mierda se va a la cabeza. El excesivo intelectualismo dijo que si yo esto lo estreno diez años después no lo ve nadie. Aquí estamos, 30 años después. Los intelectuales desconfían del éxito. Los fenómenos populares no son nocivos ni perversos en sí. En el cine pasa lo mismo, Juan José Campanella está visto con recelo por los intelectuales, pero el tipo sabe filmar y sabe contarte una historia para que la entiendas y hace un tipo de cine que es de género. Damián Szifron era un genio hasta que hizo Relatos Salvajes, y con esta dicen: "Ehhh… no me gustó tanto". No hay poronga…
–¿Te afectaron las críticas?
–Sí, siempre he sido muy inseguro. Creo que el inseguro siempre es un omnipotente. Sos inseguro porque sos tan orgulloso que tenés miedo de haberte equivocado. Pensás que alguien te va clavar una puñalada porque seguro que hay algo que estás haciendo mal. Entonces, llega un punto que cualquier crítica que no diga: "Usted es un genio", nos parece destructiva. Es esa cosa infantil que tenemos los actores: somos inseguros pero para estar ahí arriba tiene que haber seguridad. Alfredo Alcón decía una cosa maravillosa: "Tengo miedo que un día me descubran. Que se den cuenta que no sirvo". Nos hacía reír. Pero yo realmente creo que hay quienes piensan que soy mal actor.
–¿Por qué? ¿No será que te asocian al género del humor y nada más?
–Quiero pensar que es eso. Me conviene pensar así. Prefiero alejar ese pensamiento de mi cabeza. Pero sé que se ha filtrado por ahí que soy un actor limitado, con pocas condiciones, que todo lo hago igual porque son cosas parecidas. Una vez me lo dijo el director de cine Adolfo Aristarain en la cara, en un almuerzo de Mirtha Legrand. Mirtha me decía: "¿Por qué no te llaman para tal cosa?" Y Aristarain me dijo en la jeta "yo no te llamaría", el tipo venía con el Cóndor de Plata por su película Un lugar en el mundo y yo me tuve que quedar callado frente a ese comentario. Entonces, creo que es algo que piensan los directores de cine en general. En Polka, por ejemplo, me llamaron una vez para hacer de Dios y para un capítulo de Mujeres Asesinas, y me llamaron porque yo sé que Patricio Contreras estaba enfermo y Norman Briski no podía y como el director, Alberto Lecchi, es hincha mío propuso que me llamen. Nunca más se volvió a repetir. Igual cacareo pero ahora con Salsa Criolla, no podría hacer nada. Espero mantener la salud para seguir con mis obras y mis viajes.
–Siempre hablás de tus viajes por Europa y Estados Unidos ¿cómo te influyeron?
–Las primeras veces que fui veía todo con ojos de turistas. Con el paso de los años, empecé a ver a la gente. Antes que los museos prefiero los cafés, me gusta escuchar a la gente, ver lo que les pasa. Me doy cuenta lo distintos y lo iguales que somos. Yo pertenezco a una generación que creyó que vivía en el mejor país del mundo. Cuando yo tenía diez años este era el mejor país del mundo, donde mejor se comía, donde mejor se vivía, donde no había persecuciones raciales, donde todas las inmigraciones habían llegado y amalgamado en un crisol de razas, habíamos servido de refugio a la gente que huía de la guerra y eso generó un ADN argentino de soberbia. Tuvimos la peor imagen en América Latina porque los mirábamos por arriba, les decíamos negros, retrasados mentales y que nosotros no teníamos la miseria de ellos. Mirábamos a los demás como bárbaros y nosotros como una maravillosa mezcla de Europa, Norteamérica y la esencia patriótica. Eso tiene como consecuencia no el patriotismo, si no el patrioterismo. Mucha soberbia más que orgullo.
–¿Y ahora qué somos?
–Ahora es todo al revés. "¿Y qué querés? Estamos en Argentina", dicen los quejosos. Tenemos la autoestima por el piso. Ahora, después de 30 años de democracia, yo ya no digo eso, me hace ruido. Entiendo que se refieren a males endémicos como la corrupción, aunque cada país tiene su propio sistema de corrupción. El femicidio, la violencia del género humano anidan en el ser humano. Pero la gente cree que vivimos en el infierno permanente y que esas cosas pasan solo aquí.
Enrique Pinti mira todos los días los noticieros del mundo. Puede enumerar con una memoria fuera de lo común lo que se dijo cada día en la BBC, CNN, la Televisión Española o la RAI. Y, desde hace tiempo, llega a una misma conclusión: que las personas tenemos los mismos dilemas.
–¿Cuáles son los dilemas?
–El mundo occidental parte y va con la misma oscilación desde populismos (tome todo, agarre todo, que da lugar a una corrupción enorme y quiebra las reservas) y viene la otra ola de ultra neo liberalismo que es ajustar, ajustar, ajustar. No creo en el camino de la violencia. Siempre creí más en Gandhi que en el Che. Él logró, con su vía pacífica y de resistencia, al menos cambiar algo. Creo que algunas cosas han cambiado, pero muy lentamente para mí, que ya tengo 75 años y me pregunto cuándo voy a ver un cambio racional, algo que no sea disparatado.
"San Martín diría: la están pasando bien"
Salsa Criolla se estrenó en democracia y volvió 30 años después, con el mismo espíritu pero con contenido actualizado. "No es lo mismo lo que uno dice en el '83 desesperado por tener libertad, que en el 2015", dice Pinti y agrega: "Que digan que Salsa Criolla está vivo me alienta a nivel personal, como artista es una cosa muy agradable. Si eso no ocurriera, yo no la hubiera puesto. Me interesa desmitificar el asunto de la grieta, porque siempre existió. Yo escuchaba la otra vez que decían 'si viviera San Martín ¿qué diría?' Y diría que la están pasando bastante bien, en comparación a lo que vivió él. ¡No se acuerdan ni de la historia de mierda que nos enseñaron en el colegio! El fusilamiento de Dorrego, el asesinato de Lavalle, la muerte de Camila O’Gorman con un bebé adentro. Hablan como si el gen argentino hubiese sido de unos códigos geniales. ¿Qué códigos? Código sangre. Tenemos la historia de la violencia, como la conquista del desierto, que fue una operación inmobiliaria de un montón de señores que se querían quedar con la tierra. Hablan como si esto hubiese sido Disneylandia. ¡Nunca lo fue! Yo creo que San Martín diría: "¡qué puterío, cuántas minas en bolas, lástima que en mi época no existía!", dice Pinti en un solo respiro, y se enorgullece de la vigencia de su espectáculo.
De teatro en teatro, sin prejuicios
Enrique Pinti es teatrero por definición: comercial, independiente, oficial, siempre que puede consume teatro. "Hace poco fui a ver Ay Carmela, un trabajo excepcional de Elena Roger y también fui a ver Casa Fantasmas porque me quería cagar de la risa. Me encantan Lizy Tagliani y Freddy Villareal. Y Emilio Disi fue compañero mío de toda la vida, egresado del Conservatorio Nacional. No se me cae ningún anillo y no tengo prejuicios. Al contrario, siempre que pueda iré en contra de los preconceptos. Miro todo lo que puedo porque sé que eso me hace mejor y puedo aprender de lo que está bien y hay que emular. Tengo límites, a mí no me gusta la Fura del Baus, por ejemplo, que me tiren agua, me empujen, me tiren pedos, no me interesa. Son artistas de la puta madre, pero ese género me asusta, que me prendan fuego alrededor, me muero, me voy corriendo", asegura.
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