Por Pablo Sirvén
A veces hablan más las maneras desproporcionadas de defenderse que los documentos concretos.
Algo así le sucede al periodista Horacio Verbitsky a propósito de la inminente llegada a las librerías del contundente Doble agente. La biografía inesperada de Horacio Verbitsky, el libro de Gabriel Levinas, que publica Editorial Sudamericana.
Primero Ediciones B sacó hace unos meses El Perro, de Hernán López Echagüe, una corta biografía que no tuvo gran repercusión. Sobrevolaba ciertos aspectos polémicos pero era un relato casi amable de la vida del presidente del CELS, que daba preponderancia a su voz y a la de sus amigos. Pero en cuanto quedó claro que Levinas avanzaba con una versión donde, por medio de documentación, se lo involucraba con la Fuerza Aérea en tiempos del régimen militar, Verbitsky -que, tal vez mediante poderes telepáticos, parecía conocer al dedillo el libro- ideó un escudo mediático preventivo. Lejos de neutralizar los efectos de la publicación que tanto lo preocupa, viene funcionando como su más eficaz campaña publicitaria.
Así como la vida de Verbitsky está llena de enigmas insondables -el principal: cómo pudo sobrevivir en la Argentina en los años de plomo habiendo sido conspicuo integrante de Montoneros mientras muchos marchaban al exilio por razones menos importantes y desaparecían los que se quedaban-, resulta inexplicable su estrategia que incluye kilométricas notas y hasta el inesperado testimonio de un ex comandante... ¡de la Aeronáutica!
Todo fue diseñado con casual style: al Buenos Aires Herald, que mantiene su cáscara de sobriedad, pero que desde que la Presidenta lo ponderó (aunque no habla inglés) y lo compró Cristóbal López está presto para hacer no tan sutiles gauchadas, se le ocurrió un día llamar por teléfono a la casa del brigadier Omar Graffigna, donde cumple prisión domiciliaria por haber sido parte de una de las juntas militares del Proceso.
Nunca el periodismo oficialista le dio tanto crédito a lo que dice un ex represor: en este caso, la de Graffigna se convirtió en palabra santa porque desmintió cualquier vínculo con Verbitsky, al que Levinas apunta como ghostwriter de algún discurso de aquél cuando estaba en la cima totalitaria.
Hay una guerra de calígrafos que intenta desentrañar si el borrador de un manuscrito pertenece o no al autor de Robo para la corona. Graffigna se muestra extremadamente solícito ante el repentino requerimiento periodístico. "Esto se lo hicieron para perjudicarlo a él", dijo. ¿Acaso temerá perder el beneficio de purgar su pena en su casa?
Graffigna ahora es el principal escudo defensivo de Verbitsky, algo extremadamente paradójico ya que el autor de El vuelo intenta desacreditar la versión que lo sindica como un protegido de los aviadores de uniforme.
Lo cierto es que sobre esa base, Página 12 dedicó seis (¡6!) páginas (incluida la tapa) de su edición dominical del 16 de agosto último a denostar el libro de Levinas. Como la caridad bien entendida empieza por casa, cada uno de los ocho textos que conforman esa producción están firmados por el mismísimo Verbitsky. ¿No será mucho? No tanto si se lo compara con los 19 minutos dedicados al tema en Visión 7, el noticiero central de la TV Pública, con testimonios grabados, y la presencia del periodista en el estudio. Y falta algo más: la miniserie homenaje, Cuidado con el perro, que comenzará a emitir Encuentro.
Nunca como en estos días el parco columnista que prefiere trabajar en la soledad de su oficina de la calle Lavalle que en una bulliciosa redacción ha estado tan locuaz, también en Radio Nacional y en otros medios amigos. Otra paradoja: Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, puso su críptica vehemencia de baja tensión para ensalzar a Verbitsky en una contratapa de Página 12. Deberían haberle advertido que en los depósitos del organismo que preside hay un ejemplar de las memorias 1976-80 del Instituto Jorge Newbery, en el que se da cuenta de la contratación de Verbitsky.
Cuando un libro en Uruguay dio a conocer hace unos años la relación de Víctor Hugo Morales con la dictadura militar de ese país hubo una reacción similar y el kirchnerismo se abroqueló para protegerlo, pero el mayor esfuerzo partió del mismo interesado.
El columnista estrella de Página 12 no ha llegado todavía a cometer el error fatal del personaje de El corazón delator, el magistral cuento de Edgar Allan Poe, pero podría sucederle algo parecido si continúa tan empecinado en una escalada sobreactuada y contraproducente de autodefensa.
En aquel relato, el sirviente asesinaba a su amo y escondía el cadáver bajo el piso de la habitación. Había hecho tan bien su trabajo que cuando llegaron los policías a la casa, alertados porque un vecino había escuchado un alarido en el silencio de la noche, en vez de despacharlos pronto los invitó a que revisaran bien y hasta los invitó a sentarse a charlar. Fue entonces cuando dentro de la cabeza del asesino empezó a volverse insoportable un zumbido extraño, tal vez la culpa por tanta simulación. El infiel mayordomo al fin soltó:
-¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí...donde está latiendo su horrible corazón!
Es que hay cosas que se vuelven difíciles de ocultar.
psirven@lanacion.com.ar
Twitter: @psirven
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