Lleva el nombre de un médico del siglo XIX, pero siglos antes ya era un agua muy valorada.
Entre Nimes y Montpellier, lo que aún se conoce como la Roma francesa, junto al pueblo de Vergèze, está el manantial de Bouillenes.
En él, agua de lluvia que se mineraliza levemente a medida que se filtra por las diferentes capas de tierra y piedra se une con gases de origen volcánico, llevando a la superficie un agua gasificada naturalmente, que desde 1903 se distribuye en la inconfundible botella verde de Perrier que, además, ha sido objeto de diseño y arte a lo largo de los años.
Julio César y sus soldados descubrieron este manantial tan especial en el 58 a. C, justamente cuando buscaban agua cerca de Nimes en una de sus campañas.
Antes de él, se cree que el general Aníbal, al frente de los cartaginenses, bebía de él cuando trataba infructuosamente de asaltar Roma.
Solo muchos siglos después, en 1863, Napoleón III le otorgó el reconocimiento de agua mineral natural y dio vía libre a su comercialización, de la mano de la familia Granier (propietaria del manantial en 1769), que lo convirtió en símbolo de Francia, estableciendo un balneario.
En 1898, el médico Louis-Eugène Perrier adquirió el manantial para investigar las propiedades terapéuticas del agua. Y al ser declarada de interés público, el manantial empezó a llevar su nombre y el agua, a ser considerada una de las más saludables del mundo.
Como se dijo, la famosa botella en la que llega a todos los rincones del mundo se creó en 1903. Tres años después se producían 5 millones de botellas de Perrier.
Sin embargo, esperó hasta 1976 para irrumpir en el mercado estadounidense. Ahora es la principal productora de agua gasificada del mundo, con más de 750 millones de botellas, y llega a 114 países.
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