En Unión por la Patria cada sector convive con el Gobierno de una forma diferente. La falta de un rumbo claro expone las diferencias internas y la ausencia de un ordenamiento consistente
PorJoaquín Múgica Díaz
Un senador con varios años de trayectoria en el peronismo analizó con crudeza el presente de la fuerza política y del Gobierno. Lo intentó resumir en una frase: “La gente no quiere volver a una opción a la que ya le picó el boleto. Pero esta situación es imbancable. Es una encerrona”. En su voz hay preocupación y desorientación. No hay respuestas para las dudas. Solo está presente la seguridad de que la unidad política de la oposición es endeble y no se corresponde con las distintas vertientes discursivas que tienen durante este tiempo en el llano.
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El peronismo que se aglutina en Unión por la Patria (UP) tiene los líderes sectoriales de siempre y a Axel Kicillof, que está construyendo un nuevo perfil con la mira en el 2027. Una muestra de eso fue su solidaridad pública con el gobernador de Chubut, Ignacio Torres, frente a los ataques de Javier Milei; la decisión de trabajar en conjunto con el santafesino Maximiliano Pullaro en la lucha contra el narcotráfico y los nuevos lazos con Martín Llaryora, el mandatario cordobés que asoma como otro de los posibles presidenciales. Es lo nuevo entre lo conocido.
El gobernador bonaerense es la punta de lanza de un grupo de mandatarios peronistas que mantienen una relación muy tensa con el gobierno nacional. Los fondos, las obras, los despidos y la batalla cultural llevaron a Kicillof a tomar protagonismo y confrontar semana a semana con el Presidente. Detrás suyo están los gobernadores más duros como Ricardo Quintela (La Rioja), Sergio Ziliotto (La Pampa), Gustavo Melella (Tierra del Fuego) y Gildo Insfrán (Formosa).
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No los lidera, pero su cartel y la gobernación de la provincia más poblada del país lo colocan en otro lugar dentro del mapa político. Esa línea de gobernadores acusa a Milei de estar destrozando el sector productivo y de hacer un ajuste brutal sin un plan B que contenga a los trabajadores formales, entre otras tantas críticas sobre su política económica y su demonización al rol del Estado. De ellos se diferencian un grupo más chico donde están Osvaldo Jaldo (Tucumán), Raúl Jalil (Catamarca) y Gerardo Zamora (Santiago del Estero).
Axel Kicillof y Sergio Ziliotto, integrantes de la línea más dura de los gobernadores peronistas
Los tres trantan de hacer equilibrio en un vínculo conflictivo como el que tiene Milei con los gobernadores. Arrancaron la gestión con una postura que mezcla la crítica con la paciencia. Esperan y dejan hacer, pero levantan la voz cuando el margen se achica. Una muestra clara de ese accionar fue el discurso de Osvaldo Jaldo la semana pasada, cuando, durante una reunión de los gobernadores del norte grande, le anticipó al ministro del Interior, Guillermo Francos, que si la Nación no transfería los fondos, las provincias iban a empezar a tener conflictos sociales.
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En esa película de los gobernadores se ven con claridad las diferencias internas que hoy tiene el peronismo. Son pocos los mandatarios que pertenecen a la alianza que gobernó los últimos cuatro años y están separados en la convivencia con el gobierno libertario. Lo mismo sucede en otras terminales, donde priorizan el perfil bajo o, a la inversa, donde se lanzan a la calle para levantar las banderas de la resistencia.
Los vínculos entre Milei y el peronismo son mínimos. El Presidente ha decidido negociar con los gobernadores de Juntos por el Cambio, que en esta segunda oportunidad -después del fracaso de la primera ley ómnibus- se están posicionando como los socios estratégicos más importantes para lograr que el Gobierno logre aprobar la tan deseada ley. Pero, además, aparecen en el horizonte como los más confiables para darle gobernabilidad a un Presidente que arrancó la gestión con demasiados traspiés.
Sergio Massa y Malena Galmarini muestran dos caras de la misma moneda. La elección de un perfil más bajo del ex ministro de Economía y el pedido público de autocrítica de la ex titular de Aysa. “La gente se hinchó las pelotas del peronismo” y “creo que al peronismo hay que reiventarlo” fueron las dos frases que levantaron polvadera. En el medio de las oraciones que retumbaron hubo un mensaje entrelíneas. Habló de un pasado reciente donde, por el peso del kirchnerismo en la estructura política, “no se podía decir mucho para que nadie se ofenda”. Quien quiere oir que oiga.
El ex ministro optó por la cautela respecto a las apariciones públicas. Un puñado de días atrás se conoció el discurso que emitió en el congreso del Frente Renovador, donde hizo hincapié sobre tres ejes: escuchar más que hablar, no apuntar con el dedo acusador a los que votaron a Milei y se arrepintieron, y abrir las puertas de la alianza política para formar una nueva mayoría. Se encargó del mensaje para el futuro inmediato con una mirada mas constructiva.
Sergio Massa y Malena Galmarini, dos perfiles distintos y un mismo mensaje: la necesidad de una autoctrítica
El kirchnerismo también tiene sus distintos roles. Máximo Kirchner alternó los cuestionamientos duros esperables y una mirada más crítica sobre el andar de este gobierno en los primeros cuatro meses de gestión. Lo dejó en claro cuando aceptó que hasta ahora la “sociedad demuestra cierta expectativa” por las medidas de Milei. Es un lugar de resistencia que hasta aquí se ha mostrado más dura adentro del recinto de la Cámara de Diputados que afuera.
A diferencia de lo que sucedió en los años de gobierno de Alberto Fernández, el sindicalismo K está en sintonía con la CGT, donde conviven los más dialoguistas con un sector que está cada vez más duro frente a los despidos y recortes del gobierno nacional. El sindicalismo en su conjunto está en la primera línea de infantería y planeando un paro general que se sienta con más fuerza que el que se hizo algunas semanas atrás.
Los gremios no solo están en la delantera de la confrontación callejera con Milei, sino que también buscan tener un mayor protagonismo en el rearmado del peronismo. Sobre todo aquellos que están distanciados del kirchnerismo desde hace largos años, y empujan la construcción de un nuevo esquema político sin Cristina Kirchner al mando de la lapicera y sin Máximo Kirchner ejecutando ese poder de decisión en las mesas más chicas de la fueza política.
La ex presidenta alterna apariciones altisonantes con silencios prologandos. En una de sus últimas apariciones amplificó una denuncia pública de la diputada Victoria Tolosa Paz sobre el aumento de sueldos del Presidente y el personal jerárquico, y terminó enfrentándose a Milei a través de las redes sociales. CFK es de las que entiende que el peronismo debe ser cauto pero no mudo. Un equilibrio fino que es difícil de realizar en este tiempo donde cada cual atiende su juego.
Germán Martínez junto a Máximo Kirchner en la Cámara de Diputados REUTERS/Agustin Marcarian
Los bloques de diputados y senadores quizás sean un buen ejemplo de ese equilibrio. Hasta aquí se han mostrado unidos, ordenados y efectivos. Con Germán Martínez y José Mayans al frente de los armados legislativos, el peronismo ha jugado un rol central en la caída de la ley ómnibus en la Cámara baja y del DNU en el Senado. En el peronismo creen que son un ejemplo de fortaleza y cohesión interna pese a las tensiones normales de una etapa donde los gobernadores y el kirchnerismo duro conviven con diferentes intereses sobre la mesa.
El peronismo, en sus diferentes vertientes, no tiene un rumbo unificado. Hay pedidos de renovación y de autocrítica; de cambios de liderazos y de integrantes en los lugares donde se toman las decisiones trascendentes; de modificaciones en el programa político y de una modernización en la mirada ideológica frente a los problemas laborales, tributarios y económicos del presente. Son cada vez más los que piden a gritos un cambio de era que revitalice a un espacio político que todavía está tratando de reconfigurar su nuevo rol opositor.
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