Los temores a nuevas revelaciones escandalosas tienen en vilo a la dirigencia perokirchnerista, donde surgen voces que promueven una reconstrucción renovadora, a la vez que una improbable autocrítica de Cristina.
Por: Claudio Jacquelin.
El peronismo acaba de retroceder 41 años. Después de la primera derrota en una elección presidencial sin proscripciones vive sus horas más oscuras desde 1983.
El escándalo desatado por las denuncias de violencia física y psicológica que habría ejercido el último presidente peronista contra su expareja Fabiola Yañez cayó como un una tonelada de escombros sobre un cuerpo endeble parado en arenas movedizas. Esa es la imagen que proyectan desde el interior de un espacio en estado de confusión.
“Esta es una mancha que va ser muy difícil sacarnos. Hace mucho que algunos dirigentes venimos pensando que hay que empezar con otra cosa, otra etapa. Pero no va a ser fácil”, admite un prominente dirigente peronista del conurbano, que ha salido indemne de altos cargos en los últimos gobiernos kirchneristas y goza de buena reputación en el resto del peronismo. Uno de los pocos interlocutores válidos de casi todas las tribus y facciones en las que hoy está hiperfragmentado el movimiento creado por Juan Perón.
“Lo de Alberto fue el cajón de Herminio [Iglesias]”, se lamenta otro dirigente nacional, en referencia al acto de cierre de la campaña presidencial de 1983 en la que el aspirante a gobernador bonaerense Herminio Iglesias quemó un ataúd con la sigla UCR y la leyenda “Alfonsín QEPD”. Justo en el momento en que casi todo un país quería salir de la noche de la dictadura genocida y la violencia setentista.
“Hay que hacer como Antonio Cafiero en 1985 y empezar a construir algo superador”, agrega sin hacer mención explícita a quiénes serían los “mariscales de la derrota” de esta época a los que considera necesario pasar a retiro forzoso.
El impacto social y político de las revelaciones por las denunciadas agresiones a Fabiola Yañez es proporcional a la dimensión de las manifestaciones de degradación personal, política e institucional que expone el caso. El problema para muchos es que nadie sabe dónde está el fondo o, para seguir con la analogía histórica, cuándo se apagarán las llamas del cajón incendiado.
“Esto va a ser un goteo que puede durar mucho tiempo y que no sabemos a quiénes más va a salpicar”, explica un consultor al que un amplio espectro de dirigentes del movimiento suelen recurrir para afrontar situaciones de crisis. No le ha faltado, no le falta ni le faltará trabajo. Los temores a nuevas revelaciones escandalosas de índole diversa tienen en vilo a la dirigencia perokirchnerista.
“Lo que empezó con el caso de los seguros, que involucra a la secretaria de Alberto y ya manchó a varios exfuncionarios, derivó en algo mucho más sórdido como la violencia de género que se habría ejercido en la residencia presidencial sin que nadie hubiera hecho nada. Ahora, la pregunta es qué otras cosas pueden salir de esos teléfonos que están en manos de la Justicia y de los testimonios que aporten los que sean citados. Por lo pronto, ya se escuchan demasiadas versiones preocupantes”, admite el asesor político con quien coincide un prominente exfuncionario de la (indi)gestión albertista.
El mensaje de Cristina no gustó
Frente a ese estado de conmoción, el mensaje que publicó Cristina Kirchner en redes sociales con el que cuatro días después de las primeras revelaciones criticó a Fernández y, al mismo tiempo, se victimizó y acusó a los medios de comunicación que sacaron a la luz los hechos no cayó bien fuera del núcleo duro de la feligresía kirchnerista. Por el contrario, reforzó cuestionamientos hacia su liderazgo.
Para muchos el posteo de la exvicepresidenta de Fernández operó como un obturador de otras expresiones más empáticas con el humor social. Y, sobre todo, fue considerado mayoritariamente como una nueva manifestación de autorreferencialidad. También, como una reafirmación de la indisposición de Cristina Kirchner cualquier esbozo de autocrítica, que dificulta algún intento de reconstrucción y de reconciliación con un amplio sector de la sociedad que en las últimas dos elecciones se resistió a renovarle el crédito al peronismo en el plano nacional.
“Cristina no puede seguir sin hacerse cargo de que ella fue la que lo hizo Presidente a Alberto y de no haber logrado que su Gobierno funcionara de otra manera, para evitar el fracaso. Ni hablar de muchas otras cosas de las que debería haber estado al tanto”, admite un dirigente que hasta poco no cuestionaba su jefatura.
“Ella debería pedirle perdón a los argentinos”, sube la demanda otro peronista que hace una década se emancipó de la tutela kirchnerista. Nada que nadie crea que pueda llegar a ser diferente. Ni los mismos que lo reclaman.
“Si el escándalo de Alberto es hoy un foco que resalta lo peor de una etapa a la que la sociedad quiere dejar atrás, Cristina es una sombra que sigue proyectándose con demasiada potencia e impide empezar a ver alguna luz”, expresa un dirigente del interior que conserva poder territorial, pero mira con preocupación el futuro.
A la comparación con el proceso crítico que sucedió a la derrota de 1983 se suma otro símil no menos sombrío para el peronismo.
Son varios los analistas políticos y dirigentes que ven parecidos con lo que quedó del radicalismo después de la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, en 2001. Una especie de confederación de partidos provinciales sin liderazgos ni identidad nacional, imposibilitado, hasta hoy, de intentar una vuelta al poder sin asociarse (en minoría) a nuevas expresiones políticas.
La primera consecuencia práctico del escándalo Fernández-Yáñez en el plano partidario fue el eclipse que ensombreció el intento del gobernador bonaerense Axel Kicillof de empezar a construir una oferta nacional y reorganizar la construcción peronista.
Su presencia al lado de su par riojano, en la presentación de una nueva constitución provincial que no puede estar más en las antípodas del clima de época no fue la más feliz reaparición tras el estallido del caso. Pero eso no fue todo.
Que en la primera fila del encuentro de La Rioja estuviera el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, procesado por abuso sexual, se pareció demasiado a otro gesto de disociación con la realidad que excede el plano político para tocar fibras profundas del sentir social dominante. Una ratificación del “estado de shock” en el que el día antes admitió que se encontraba Kicillof. Se notó demasiado.
Explorar nuevas fronteras
“El peronismo tienen que empezar explorar algo nuevo y mucho más amplio que lo que es y ha sido. Lo que hay está muy desgastado y ya no alcanza”, dice un destacado legislador nacional que hace tiempo intenta sin éxito y sin mucha convicción romper la hegemonía kirchnerista.
Él, como otros, empiezan a mirar con interés hacia dos polos opuestos en busca de alguna salida, pero sin encontrar una diagonal que los una. Uno es el cordobesismo de Juan Schiaretti y otro es el radicalismo K del santiagueño Gerardo Zamora.
Otros dirigentes van más allá de la reconstrucción partidaria y ponen la vista temporalmente más cerca en un armado provisional que podría tener consecuencias en el corto plazo y convertirse en una luz de alarma para el Gobierno.
“Hay que hacer lo que no se hizo hasta ahora en dos planos. Por un lado, revisar todo lo que se hizo mal y asumirlo, para empezar a diseñar una estrategia a futuro. Al mismo, tiempo hay que hacer acuerdos puntuales para ponerle límites a Milei, en especial a los proyectos que van a agravar la situación social y le dan vía libre para hacer lo que quiere”, explica un dirigente bonaerense que ya está en conversaciones para tratar de articular una plataforma política que saque a la oposición de su posición a la defensiva. Al menos, transitoriamente.
El escándalo de las denunciadas agresiones de Fernández a su expareja provocó, además, otras alteraciones del mapa político.
Por un lado, la explotación que ha hecho el Gobierno revivió el instinto de supervivencia del peronismo y ya son varios los que blanden el mito de la resistencia peronista para evitar la dispersión y sostener una mística en fuga. Allí se inscribe el kirchnerismo más duro y el camporismo residual, lo que podría acelerar el proceso de reconfiguración interno. Un nuevo dilema para Kicillof que no tiene ninguna pulsión rupturista hacia Cristina Kirchner y los suyos, pero teme quedar preso de un espacio en remisión que puede asfixiar sus ambiciones.
Posibles alianzas inverosímiles
En ese plano cobra sentido la versión que lanzan desde el radicalismo acerca de que habría algunos acuerdos tácitos entre oficialismo y kirchnerismo para capear tormentas.
“La sesión de Diputados del miércoles pasado se cayó porque lo forzó el oficialismo, con la anuencia K. Unos no querían que se hablara del escándalo de los diputados que fueron a la cárcel a sacaron una foto con condenados por delitos de lesa humanidad y los otros no querían que se saliera el caso de Alberto y Fabiola”. Todo resulta verosímil en medio de tantos hechos increíbles que se suceden en una especia de The Truman Show extremo.
Por otro lado, adquiere una significación inquietante el efecto potenciador que tuvo para el gobierno de Milei el estallido del escándalo albertista.
El oficialismo asoma estimulado por la prolongación del crédito social que le dio la reposición de un paisaje sórdido de la dirigencia política opositora.
A eso se sumó el desplazamiento de la atención pública del escándalo que envuelve la visita de los diputados libertarios a los represores (con factura internas incluidas) y las consecuencias de la recesión y el ajuste, que golpean a vastos sectores sociales.
El renovado hostigamiento y demonización de periodistas críticos o que, simplemente, practican la neutralidad es una de las manifestaciones más elocuentes de esta nueva ofensiva oficialista, practicada en el universo digital (pero no solo) por el ejército de propagadores libertarios y el aparato de comunicación paraestatal. El agravante es que eso suele ser amplificado en las redes por la cuenta personal del propio jefe del Estado. Una apuesta a estimular a la feligresía y a acallar voces que exponen fallas en el andamiaje libertario.
En medio de una remake de la decadencia del imperio romano, en versión La Salada, difundida por Twitch, el espejo devuelve imágenes kirchneristas. Justo cuando todo parece indicar que lo que se demanda es la superación de ciertas prácticas políticas. Es lo que no entendió el peronismo en 1983 ni en 2019. Y no es el único espacio que confundió las demandas de la época.
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