La exministra de Seguridad mira encuestas y espera a Macri mientras preparara sus equipos y su programa de gobierno: economía de shock, imperio de la ley y el viejo anhelo e unificar Seguridad Interior y Defensa.
Por: Nicolás Lantos.
Todas las encuestas coinciden en posicionarla como la dirigente mejor percibida por la sociedad. Aunque a sus sesenta y cinco años de edad lleva cincuenta inmersa en la política argentina y sus contactos le franquean acceso a lo más selecto del círculo rojo nacional y global, aunque fue funcionaria de primera línea de dos gobiernos respaldados por el establishment y diputada nacional en tres períodos a lo largo de tres décadas diferentes, aunque es la presidenta de uno de los tres partidos relevantes que existen en la actualidad, Patricia Bullrich ha tenido éxito en sostener su disfraz de outsider y es la única dirigente tradicional que cosecha adhesiones entre los adherentes cada vez más numerosos a la ultraderecha con ínfulas de libertarianismo.
El “derechólogo” Martín Alejandro Vicente (doctor en Ciencias Sociales e investigador del CONICET), luego de una serie de entrevistas y trabajos de campo sobre la versión autóctona de este fenómeno, escribió que los militantes de Javier Milei “señalaron que ‘sólo se puede confiar en Patricia’ como figura capaz de articular al partido que preside con aquello que se ha movido a su derecha y darle una definida identidad (e intensidad) derechista capaz de amalgamar libertarianos y nacionalistas, conservadores populares y neoliberales”. Esa capacidad de adaptación le da una luz de ventaja respecto al resto de los precandidatos presidenciales de la oposición y particularmente uno, su adversario interno directo, Horacio Rodríguez Larreta, al que Bullrich ya desacredita públicamente.
“No solamente hay que llamar a los mejores. Hay que llamar a los que no les tiemble la mano. Hay mucho cagón", dijo la exministra de Seguridad, que rechaza el vocabulario de la moderación. Esta semana levantó su perfil, usualmente alto, para presentar un equipo y un plan de gobierno fulminante, con medidas de shock económico y político desde el día uno. “Vamos a ir a un cambio que sea para siempre”, prometió. Tiene un armado nacional que respalda sus aspiraciones, tejido pacientemente seis años y medio, con militancia y estructura en todas las provincias del país, como no tiene ningún otro dirigente del PRO. Tiene las redes, los sponsors y una pata mediática. Ella se siente más cerca que nunca del objetivo que se puso en su adolescencia: la Casa Rosada.
Ante empresarios con los que intensificó los contactos en las últimas semanas reconoce que el único obstáculo considerable que prevé en ese camino es una eventual candidatura de Mauricio Macri. A diferencia de Rodríguez Larreta, Bullrich se cuida de desafiarlo a una interna. En realidad, espera a que las encuestas convenzan al expresidente de la conveniencia de dar un paso al costado y respaldar su candidatura. Todos los sondeos, al día de hoy, coinciden en adjudicarle el mejor diferencial entre imagen positiva y negativa entre todos los dirigentes del país. Esta semana, Zubán, Córdoba y Asociados, una firma cuyos sondeos atienden en el gobierno y la oposición, le adjudicó un 53,9 por ciento de aprobaciones contra un 43,5 por ciento de rechazo.
La misma encuesta arroja otro dato que se encargaron de destacar en el equipo de la exministra. Esa imagen positiva se traslada directamente a su intención de voto, ya que 49,3 de cada cien personas consultadas sostuvo que seguramente o probablemente la votaría. Números inusualmente altos que se explican solamente por el apoyo de esos jóvenes que hoy enarbolan la prédica antisistema, la mayoría de ellos demasiado jóvenes como para recordar buena parte de su frondoso prontuario como parte de la política que ellos denuncian. En las elecciones de 2023 un tercio del padrón estará compuesto por personas con menos de treinta años de edad. Los más viejos cursaban tercer grado cuando Bullrich recortó los salarios estatales durante el gobierno de la Alianza.
El derrotero político de la exministra tiene muchas estaciones a lo largo de las décadas pero un solo sentido, de izquierda a derecha. En los setenta se incorporó a la lucha armada en Montoneros de la mano de su cuñado Rodolfo Galimberti. Después del exilio en México, los Estados Unidos y Brasil regresó al país y tras un breve período de prisión política, con la renovada democracia militó primero en el peronismo intransigente de Vicente Saadi, antes de saltar a la renovación con Antonio Cafiero. Fue diputada menemista entre 1993 y 1997, fue funcionaria de Eduardo Duhalde en la provincia de Buenos Aires de la mano de quien luego sería jefe de la SIDE, Juan José Alvarez y desembarcó finalmente en la Alianza con su propio partido, Unión por Todos.
Fue ministra de Trabajo de Fernando De la Rúa a partir de octubre del año 2000, en reemplazo de Alberto Flamarique, que había renunciado por el escándalo de los sobornos para aprobar la reforma laboral. Sin embargo, intentó aplicar artículos de esa ley para flexibilizar más de cuatrocientos convenios colectivos. En el marco de la ley de Déficit Cero impulsada por pedido del FMI, dispuso un recorte del 13 por ciento en los salarios de trabajadores estatales y en todas las jubilaciones. Durante su gestión el desempleo saltó del 15 al 25 por ciento en un año. En octubre de 2001 dejó ese cargo para asumir al frente de un flamante ministerio de Seguridad Social, creado especialmente para ella, pero una semana después renunció a un gobierno que ya estaba en descomposición.
Sigue: junto a Ricardo López Murphy en 2003 fue candidata a jefa de gobierno porteña y quedó cuarta detrás de Aníbal Ibarra, Macri y Luis Zamora. Rompe con López Murphy y se incorpora a la Coalición Cívica de Elisa Carrió, que en 2007 la hace nuevamente diputada. En 2011 rompe con ella y se acerca al jefe de gobierno. En 2015 Macri la nombra ministra de Seguridad, cargo en el que permanece durante los cuatro años del mandato. Bajo su conducción se promovió el uso preventivo de armas letales por parte de las fuerzas de seguridad. Tuvo responsabilidad política directa en la muerte de Santiago Maldonado, indirecta en la de Rafael Nahuel y reivindicó al policía Luis Chocobar, que asesinó por la espalda a Pablo Kukoc. Desde febrero de 2020 es presidenta del PRO.
Sus contactos con el establishment después de medio siglo de protagonismo son frondosos y la ayudan a solventar su candidatura con donaciones que en general son canalizadas a través del Instituto de Estudios Estratégicos en Seguridad, una fundación a cargo de su marido, Guillermo Yanco. Otros contribuyentes más generosos se hacen cargo de gastos pesados, como los costosos sondeos de opinión o los viajes. Bullrich, sin trabajo remunerado conocido desde diciembre de 2019, no paró en todo este tiempo, incluso durante la pandemia, de recorrer el país, armando equipos de trabajo en cada distrito que reportan directamente a ella. También tiene una relación estrecha con el cuerpo diplomático de países extranjeros como Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel.
Con semejante estructura, nadie debería subestimar sus chances. Mucho menos, con el río revuelto y lleno de peces chicos. Está buscando un radical para ofrecerle el segundo lugar de la fórmula. En un primer momento pensó en Gerardo Morales pero el jujeño ahora está convencido de que puede llegar a presidente y ya recorre su propio camino. El favorito de la exministra, por estos días, es el exgobernador Alfredo Cornejo, que la recibirá en Mendoza este lunes. “A mí me parecen bien las fórmulas cruzadas porque el próximo gobierno tiene que ser de coalición. No como el anterior, que fue el PRO acompañado por el radicalismo. Creo en la coalición”, dijo en una entrevista con una radio de esa provincia, cuando la consultaron por tal posibilidad.
No sólo está pensando en la fórmula. Ya tiene un equipo en mente, que exhibió el martes pasado en el Yacht Club de Olivos, en un evento bautizado como “Bullrichmanía”. Allí juntó en público por primera vez a su consejo de asesores, una suerte de gabinete en las sombras coordinado por el ex senador Federico Pinedo, del que forman parte el economista Eduardo Amadeo, el exministro de Producción Dante Sica, el diputado Pablo Tonelli, el exembajador Diego Guelar, la expresidenta de la Enacom Silvana Giudici y el exsecretario de Energía y Minería, Emilio Apud. También forma parte de este espacio el exministro de Energía y exdirector de Vialidad Nacional y actual intendente de Capitán Sarmiento, Javier Iguacel, ya lanzado como precandidato a gobernador bonaerense.
La pata económica del armado de Bullrich la encabeza Luciano Laspina, que coordina sus planes de gobierno con Carlos Melconián, que hoy trabaja para Macri. Además, la exministra escucha al presidente del Banco Santander, Enrique Cristofani, el tributarista César Litvin, Daniel Artana de FIEL y el consultor Orlando Ferreres. Para cubrir el cupo de moderados, incorporó a la estructura de Emilio Monzó, incluyendo a sus lugartenientes Nicolás Massot y Sebastián De Luca. También cuenta con exfuncionarios de su paso por Seguridad, como Gerardo Milman (a cargo del armado territorial) y Juan Pablo Arenaza; incorporó a Paula Bertol, embajadora ante la OEA durante el golpe en Bolivia; y cuenta con el respaldo inestimable de Waldo Wolff y Fernando Iglesias.
“El primer día vamos a enviar tres leyes para desburocratizar, asegurar el imperio de la ley en todos los ámbitos y prohibirle al Banco Central emitir moneda para financiar al Estado”, anunció el Yacht Club, donde aseguró que su plataforma de gobierno se va a centrar en “la seguridad y la economía” que son “los temas que preocupan a la gente”. Ya tiene listas “3000 medidas entre leyes y regulaciones cuya palabra principal va a ser ‘deróguese''', prometió, con el fin de “desregularizar y desmafializar” el país. El eje será un plan de austeridad del gasto público y social que reducirá a ocho el número de ministerios (prescindiendo, según dijo en un reportaje, de Salud y Educación, entre otros) y se propone reducir a cero el número de planes sociales en solamente seis meses.
No es difícil suponer que Bullrich pueda aprovechar el recorte en el número de ministerios para meter por la ventana un viejo anhelo suyo, en línea con los intereses históricos de sus socios externos: la unificación de la coordinación entre Seguridad Interior y Defensa, dos áreas cuya separación, a partir de leyes dictadas por cinco gobierno democráticos de distinto signo, es la columna vertebral del consenso democrático. Como ya había hecho durante el gobierno de Macri, esta semana volvió a insistir. Dijo, refiriéndose a la situación del narcotráfico en Rosario: “Vamos a tener que hacer cosas fuertes. Ya no nos va a alcanzar la Gendarmería”, dijo, resumiendo en una sola frase, lo peor de las experiencias de la dictadura genocida argentina y de la guerra al narco mexicana. Qué puede fallar.
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