Por: Jorge Fontevecchia. El peronismo no sabe perder, el triunfo de Javier Milei fue una patada al hormiguero de Unión por la Patria y cada uno salió para cualquier lado.
Son los peronistas los más críticos con su propio gobierno, más crueles y duros con Alberto Fernández que con Mauricio Macri, a quien ahora le asignan dotes de gran constructor político porque el ex Juntos por el Cambio logró diez gobernadores. Atraviesan una crisis de autoestima nunca vista. Llegan a decir que el peronismo se murió, que nunca más volverán al gobierno. Los no cristinistas hablan pestes de la exvicepresidenta. Los cristinistas hablan pestes de los no cristinistas. Se autoflagelan como en las penitencias de la Edad Media, donde el culpable de un pecado se azota la espalda hasta sangrar.
Todo está en discusión, no ya las 20 verdades peronistas, de las que el propio Alberto Fernández osaba descreer públicamente, sino hasta el valor del sindicalismo, uno de los tres pilares del movimiento. El paro nacional del jueves, a la vez de ser masivo en una parte significativa de los trabajadores registrados y las grandes empresas con comisiones internas, demostró que hay un país tanto o más grande que el sindicalizado, construido por trabajadores en negro, cuentapropistas, pymes sin sindicalización, comerciantes, autónomos y profesionales, dejando expuesto que la CGT y los sindicatos ya no son la representación de quienes trabajan, sino de una parte de los que trabajan. Y si el peronismo era el representante de lo proletario y la CGT ya no lo es, por carácter transitivo tampoco lo es más el peronismo.
A poco más de un mes de 50 años de la muerte de Perón se duda de la existencia del PJ
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La cúpula de la CGT, salvando excepciones, masculina, avejentada y sobrepasada de peso, transmite la misma idea de gerontocracia que llevó al descrédito a la última cúpula de la ex Unión Soviética. También en Rusia fueron los jóvenes quienes se opusieron a quienes supuestamente los representaban e hicieron caer la Cortina de Hierro completa.
Quizás por eso las cúpulas sindicales prefirieron que el paro nacional fuera sin un acto, sin la foto de “los gordos” recordando el carácter corporativo de la institución. Quizás tomaron nota de que en la marcha a favor de la educación pública lo único criticado fue la presencia de los representantes sindicales de docentes y no docentes (también generalmente hombres) en el escenario mientras que las jóvenes representantes de los estudiantes brillaban de pureza. Vale destacar que generalmente las marchas son de protesta y esta vez fue a favor de algo: la educación pública.
Pero si en Brasil el varguismo murió con Getulio Vargas, lo mismo en Ecuador con la muerte de Velasco Ibarra o en Panamá con Arnulfo Arias o, aunque siempre diferente, en México con Lázaro Cárdenas, ¿por qué el peronismo sería la excepción y no alcanzaría su cenit de obsolescencia algún día a cincuenta años de la muerte de Perón (se cumplen el próximo 1º de julio)?
Al contrario, analistas políticos no peronistas dicen que si en 2023, con una inflación del 200 por ciento, pobreza orillando la mitad de los habitantes del país, el peronismo ganó la primera vuelta y estuvo a tres por ciento de elegir su presidente obviando el balotaje, el peronismo es indestructible y podrá volver rápido a gobernar el país con algo de renovación en la medida en que Cristina Kirchner reduzca su protagonismo.
Por el lado del no peronismo, la situación no está mejor. No son pocos los radicales pero menos aún los no radicales que piensan que la Unión Cívica Radical hace tiempo que ya no existe más, que el partido murió y solo viene sobreviviendo una confederación de partidos provinciales bajo un logo en común al que ninguna autoridad partidaria central puede ordenar y menos conducir. Cada gobernador hace su juego y en el Congreso es aún peor, donde el presidente del partido –Lousteau– termina votando lo opuesto, casi en soledad, frente a sus correligionarios.
Cuando se les plantea la posibilidad de recrear Unen, aquella alianza antikirchnerista en el Congreso al comienzo de la segunda década del siglo, uniendo radicales, socialistas, seguidores de Elisa Carrió y algún eventual progresista del PRO, piensan que en lugar de ganar puntos frente a la sociedad cosecharían rechazo. “Imaginen una foto donde Facundo Manes pose junto a Elisa Carrió, Margarita Stolbizer, y por ejemplo, Ernesto Sanz y Gerardo Morales, o hasta incluso Horacio Rodríguez Larreta; sería terrible, Facundo Manes perdería la mitad de quienes hoy lo apoyan”, sostienen asesores del más crítico y claramente desmarcado del dialoguismo opositor y hoy quien mejor representa el antagonismo con el gobierno de Javier Milei. “Ahora no hay que hablar porque la gente no escucha otro mensaje hasta que se desilusione con Milei”, sostienen.
Lo mismo hace Horacio Rodríguez Larreta, quien para muchos es el otro que podría representar el anti-Milei ya que el actual presidente lo tomó de blanco preferido durante la campaña desde sus comienzos y prefiere viajar por el mundo y dar clases en Harvard para mantenerse alejado del día a día y esperar que Dios termine de tirar los dados y la suerte de Javier Milei esté más definida, mientras que por ahora una parte de la sociedad le concede al Gobierno el beneficio de la duda.
El PRO también padece crisis de identidad, es cierto que el ex Juntos por el Cambio logró colocar diez gobernadores pero la presidencia del PRO ahora conducida por Mauricio Macri solo controla el distrito originario del partido en la Ciudad de Buenos Aires, los restantes gobernadores o son nuevos aliados provenientes de partidos provinciales y/o desgajamientos del oficialismo peronista provincial, como es el caso de Claudio Poggi de San Luis, Marcelo Orrego de San Juan, o como Rogelio Frigerio en Entre Ríos, quien siempre fue criticado por Macri por ser “díscolo” desde la época que fue su ministro de Interior, e Ignacio Torres de Chubut, quien ya demostró su rebeldía ante los acuerdos nacionales con Javier Milei. Los otros gobernadores son radicales: Leandro Zdero de Chaco, Carlos Sadir de Jujuy, Maximiliano Pullaro de Santa Fe y los veteranos Alfredo Cornejo de Mendoza y Gustavo Valdés de Corrientes.
Pero más allá del PRO, los gobernadores –sean del radicalismo, del peronismo, de partidos locales– se parecen en su necesidad de hacer malabarismo con sus propios votantes que provincialmente los eligieron pero para presidente votaron por Milei; por eso en la ley Bases, primero en Diputados y ahora en el Senado, se ven legisladores peronistas votando a favor del proyecto del Gobierno con el argumento de que sus gobernadores precisan dinero del gobierno nacional, y por eso son rehenes del látigo de Javier Milei cuando varios de ellos pueden ser autosuficientes pero usan esa excusa para no indisponerse ni con sus votantes provinciales ni con los votantes de Milei en sus propios distritos.
La excepción relevante es Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires, quien por la naturaleza del Conurbano, su propia posición ideológica y el aliento en la nuca del kirchnerismo, se tiene que diferenciar siendo más claramente opositor.
Pero la cuestión de fondo en toda la oposición es el método y las herramientas, si para ganarle a Milei habrá que utilizar los mismos recursos verbales y comunicacionales que llevaron al libertario a la Casa Rosada: romper con el pasado, mostrarse moderno iconoclasta y hasta irreverente o, por el contrario, es rescatando los valores tradicionales de la política y que la próxima narrativa que cautive a la sociedad cuando Milei fracase o aburra sea un discurso idealista con cordialidad y aceptación del diferente. Un “extremo centro” donde convivan los valores políticamente correctos de la idiosincrasia y la tradición política argentina con un proyecto investido de épica y entusiasmo. Si para cautivar a las nuevas audiencias se debe reciclar el metaverso libertario profundizando en la búsqueda de culpables más que en la búsqueda de soluciones, o donde la síntesis sea más mercado y mejor Estado, rompiendo con las dicotomías que gobernaron las pasiones desde comienzos de este siglo.
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