Por: Joaquín Morales Solá. Aveces, tiene remedio. Solo la directora general del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, suele ponerlo en su lugar a Javier Milei.
El jueves último, le mandó decir con su vocera que Rodrigo Valdés, el director del Hemisferio Occidental del organismo, seguirá ejerciendo el cargo, a pesar de las presiones del gobierno argentino para que lo desplacen. Valdés había sido criticado con información falsa por el propio Milei. Asunto terminado. Otras veces, Milei se convierte en un verdadero peligro para las libertades; ayer, vinculó, mediante un retuit, al trabajo periodístico con el atentado criminal que sufrió Donald Trump. Ofensa pura y dura. El mayor problema no es, con todo, el Fondo Monetario, porque este tiene espaldas como para enfrentar la arbitrariedad de cualquier presidente. El conflicto se cifra en un dirigente desesperado por erigirse como el único líder del país, aunque para ello deba destratar a la vicepresidenta de la Nación, Victoria Villarruel, o a un expresidente, Mauricio Macri, que lo ayudó a aprobar una ley decisiva en el Congreso, aunque predica también la necesidad de un Pro autónomo del oficialismo. No hay grandes disensos de Milei con ellos ni enormes distancias personales; solo hay competencia por el protagonismo exclusivo del Presidente en el escenario político. El viejo unicato en versión 2.0. El proyecto presidencial no deja de expresar cierta inseguridad por parte de Milei; es la tara que se esconde en cualquiera que desconfía de ser eclipsado hasta por su propia sombra.
Vale la pena detenerse en la vicepresidenta porque la relación entre el Presidente y su vice es fundamental para preservar la fortaleza del sistema institucional. Milei suele llevar a veces esa relación hasta el punto máximo de tensión. Cuando las cosas llegan a ese peligroso momento, son el propio Presidente y, sobre todo, el imprescindible Guillermo Francos quienes se dan cuenta de que la relación debe normalizarse cuanto antes. Milei va y viene porque ve que en las encuestas está empatado con Villarruel en la simpatía popular o que, en algunas, ella lo supera a él. Villarruel se limitó hasta ahora a mostrar que tiene su propio estilo, pero nunca deslizó discrepancias con la política económica o con el reacomodamiento de la política exterior que dirige Diana Mondino. Los estragos internacionales de Milei son otra cosa. Incluso, cuando dirige las sesiones del Senado se ve en Villarruel a una persona ordenada y respetuosa. Algunas veces es filosa en sus respuestas cuando el kirchnerismo la desafía en el recinto, pero nunca es ofensiva ni desconsiderada.
La semana pasada, la Casa de Gobierno distribuyó fotos de un acto de Milei y Villarruel sin Villarruel. Sucedió que ese día se realizaron dos actos en homenaje a los policías caídos. Uno se hizo en el Departamento Central de Policía, donde colocaron una placa recordatoria de los 23 policías muertos en el atentado de montoneros al comedor de la Policía Federal, en julio de 1976. Villarruel estuvo en ese acto y habló en recordación de las víctimas; luego, se fue a otro acto en el monumento a los policías caídos en Belgrano. Este homenaje lo presidió Milei. Villarruel llegó 30 segundos tarde, según precisaron fuentes del Senado, luego de avisar que el tránsito la había demorado. Milei no esperó, pero hizo algo peor. La foto oficial de la Casa de Gobierno muestra al Presidente y a otras autoridades, un lugar vacío (el de Villarruel) y a la vicepresidenta, con la cara de perfil, ingresando al palco por un costado de la parte trasera, casi imperceptible. Fue un escrache, liso y llano. Villarruel suele asistir a actos públicos con los fotógrafos del Senado, pero no cuando está el Presidente. La Casa Militar les frena los pies a los fotógrafos de la vicepresidenta.
El lunes, Villarruel no estuvo en Tucumán. Es cierto que en los días anteriores se había sentido con salud frágil, pero también es veraz que al día siguiente estuvo espléndida en el tedeum y en el desfile militar por el 9 de Julio. “Muerta antes que sencilla”, cuentan que respondió cuando sus colaboradores le preguntaron por ese abrupto cambio. Según fuentes seguras de la Casa de Gobierno, nadie le confirmó a Villarruel que firmaría el Acta de Mayo; en el círculo cercano a la vicepresidenta se temió que Milei considerara que con su firma bastaba para expresar a la fórmula presidencial. ¿Villarruel no firmaría esa acta, aunque sí la firmó la secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, que no tiene responsabilidades institucionales establecidas en la Constitución? Hubiera sido un insoportable menosprecio al rol vicepresidencial. En rigor, nadie se explica por qué firmó Karina Milei, cuyo trabajo se limita, según la ley, a asistir al Presidente y supervisar el cumplimiento de sus políticas y de sus decisiones. Esa es la ley; la política canta otra melodía. Solo Karina Milei y Santiago Caputo, el poderoso asesor presidencial, integran, junto a Milei, la mesa chica de las decisiones del Gobierno. Nadie más. Nunca. Por eso, tanto Caputo el joven como la hermana presidencial deben saber que los aguardará siempre el rencor de los desplazados. De todos modos, tampoco esa realidad justifica que la secretaria general de la Presidencia haya estado entre los firmantes del Acta de Mayo, que Milei considera, con énfasis elefantiásico e increíble, comparable con la aprobación de la Constitución de 1853. La organización nacional no es comparable, desde ya, con un impecable decálogo de buenas decisiones, muchas de ellas ya inscriptas directa o indirectamente en la Constitución, y que, además, son una regla habitual de la administración pública en los países más avanzados del mundo. Solo falta que digan que Villarruel no firmó porque el Presidente decidió que firmara su hermana; todos saben que entre ellas nunca hubo cercanía. Dejemos los caprichos en la puerta de la Casa de Gobierno.
El otro problema que está cerca de Villarruel, aunque no la rozó todavía, es el caso del juez federal Ariel Lijo, propuesto por el Gobierno para ser miembro de la Corte Suprema. Esa designación necesita del beneplácito de los dos tercios de los votos del Senado. Son 48 votos. Una cima inclinada y alta. Se supone que el día que se vote el acuerdo estarán los 72 senadores porque los que eventualmente falten serán señalados como simpatizantes de Lijo; las ausencias bajan el número necesario de votos para alcanzar los dos tercios. Serían, en efecto, favores encubiertos a Lijo. En verdad, cada vez que debió resolverse algo en el Senado tuvo que intervenir personalmente Villarruel, que es la presidenta natural del cuerpo. La Ley Bases consiguió los votos necesarios durante una reunión de senadores con Villarruel y, otra vez, con el indispensable político Guillermo Francos. Al revés, nadie le pidió a Villarruel por Lijo. Hasta ahora.
Pero ¿tiene ganas Villarruel de pelear por el acuerdo de Lijo? Recordemos solo las dos objeciones que la vicepresidenta deslizó sobre esa eventual incorporación a la Corte Suprema. Dijo que correspondía que ingresara una mujer al máximo tribunal de justicia del país (tiene razón) y que ella no estuvo nunca de acuerdo con la decisión de Lijo, como juez federal, de rechazar el pedido de la familia de José Ignacio Rucci para que el asesinato en 1973 del entonces secretario general de la CGT –y hombre de estrecha confianza de Perón– por parte de los montoneros fuera considerado delito de lesa humanidad. Claudia Rucci, hija del líder sindical asesinado, fue designada por Villarruel como directora del Observatorio de Derechos Humanos del Senado. Fue una reparación de la vicepresidenta a la hija de Rucci que más brega por la investigación judicial de la muerte de su padre. Aunque nunca lo dijo ni lo dirá, Villarruel tiene objeciones más graves contra Lijo. Pero ningún otro miembro del Gobierno circula por el Senado buscando votos para Lijo. Solo hace algunas gestiones el viceministro de Justicia, Sebastián Amerio, amigo de Santiago Caputo; pero Amerio no cuenta con la experiencia política como para convencer a los senadores, viejos zorros de la política. Villarruel difícilmente tenga alguna oposición contra Manuel García-Mansilla, el otro candidato para ser miembro de la Corte, de quien se dice que podría ser reemplazado por una candidata mujer. Sería un trueque injusto: Lijo reemplazaría a una mujer (la jueza jubilada Elena Highton de Nolasco), mientras García-Mansilla ocuparía el lugar que un hombre dejará vacante en diciembre, el actual juez Juan Carlos Maqueda.
Macri no regresó a Europa ni enojado, ni resentido, ni molesto. Esto es lo que dicen quienes hablaron con él cuando ya había bajado del avión que lo devolvió al viejo continente. Pero aclaran que el expresidente no habría hecho el sacrificio de regresar por un día al país para asistir al acto de Tucumán si hubiera sabido que no estaría entre los firmantes del Acta. Recibió mails y mensajes telefónicos (de nuevo, Guillermo Francos fue decisivo) para que regresara y asistiera al acto en la noche irreverente y fría de Tucumán. Solo se sentó para mirar cómo otros firmaban un documento con el que Macri estaba de acuerdo. Macri y Villarruel hubieran sido protagonistas demasiado notables para esa coreografía. Héroe hay uno solo.
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